mayo 27, 2025

CTXT. El kit de supervivencia se llama Estado, de Gerardo Tecé

 Gerardo Tecé 30/04/2025

Las radios a pilas funcionan estupendamente, pero un sistema eléctrico trabajando para el interés general funciona aún mejor




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En pandemia nos salvaron las videollamadas y al irse la luz nos salvó echarnos a la calle. A falta de teléfono, salir a la caza de vecinos a los que interceptar con un “vaya tela”, “hosti, tú” o “no veas la movida” dependiendo de las coordenadas geográficas porque España es plural incluso a oscuras. El paso número uno del protocolo de emergencia resultó ser compartir inquietudes que iban desde el ‘se me descongela la nevera’ o ‘no he podido hablar con mi familia’ hasta el ‘vamos a morir todos’. Somos animales sociales y no hay crisis cuya respuesta no pase por lo social.

Con la luz fluyendo de nuevo y la mosca detrás de la oreja por si en cualquier momento deja de hacerlo, toca sacar conclusiones de lo vivido. Es absurdo que quienes no entendemos la factura de la luz pretendamos sacar conclusiones sobre ciclos combinados o picos de potencia, pero sí podemos hacerlo sobre el hecho de que toda nuestra vida, traducida en ascensores para abuelos que viven en un sexto piso, comidas calientes en comedores escolares, llamadas telefónicas a seres queridos o trenes para desplazarnos se sostenga sobre un juego de nombre inquietante llamado mercado eléctrico. Que vivamos en sociedades avanzadas o que caigamos de golpe a la Edad Media depende, en última instancia, de que operadoras privadas que hacen negocio con un bien de primera necesidad sean responsables anteponiendo seguridad a beneficios. Y todo apunta a que el pasado lunes, a las 12:33 del mediodía, la fórmula más rentable de combinación energética se estaba anteponiendo a la fórmula que resultaba más segura para la red. Dicho de otro modo, es el mercado, amigo.

Con las causas concretas aún por establecer, es ya evidente que falló la vigilancia y fallaron los protocolos diseñados para que algo así no suceda. Falló un sistema consistente en que una serie de operadores privados hacen caja mientras la administración pública vigila que este enriquecimiento se produzca sin que los semáforos de las calles dejen de funcionar. Se quedó a oscuras, a propósito, la única gran economía europea que no tiene una gran energética de titularidad pública. El kit de supervivencia no tiene tanto que ver con radios a pilas, latas de conservas o agua embotellada para casos de crisis, sino con evitar esa crisis anteponiendo margen de seguridad frente a margen de beneficio. El único kit que nos asegura sobrevivir es una mayor implicación del Estado en la energía de la que depende el funcionamiento de la sociedad.

Siempre que pienso en el próximo apocalipsis zombi –visto el ritmo, no tardaremos en verlo– me tranquiliza la idea de que, aunque quedemos aislados en casa a fin de evitar un mal mordisco, al menos podamos compartir por Whatsapp las fotos de los muertos vivientes que nos acechan abajo en el portal. Podemos aceptar que nos dibujen cualquier tipo de mundo puesto patas arriba, pero como animales sociales debemos exigir que la luz y las comunicaciones nos permitan comentar ese mundo. Podemos exigir un kit de supervivencia consistente en que los Estados antepongan la seguridad frente al mercado. Estando conectados no hay crisis lo suficientemente grave. Se trataría de adivinar en el grupo de la familia si detrás del infectado de ojos sanguinolentos y mandíbula desencajada que grita ahfbeugh al pie de la calle, está Agustín el del taller, María la del quinto o Zhang Wei el de la tienda. Es María, fíjate en los andares, respondería alguno y la cosa no sería para tanto. Las radios a pilas funcionan estupendamente, pero un sistema eléctrico trabajando para el interés general funciona aún mejor.

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