27/7/2024
El verano más fresco del resto de nuestras vidas |
DIEGO DELGADO Querida comunidad contextataria:
¿Qué tal estáis durmiendo estos días? Perdonadme la indiscreción, pero realmente me interesa saber si vosotros y vosotras también estáis experimentando una serie de malestares que solo puedo relacionar con la cada vez más nombrada ecoansiedad. Recuerdo con claridad haber pasado muchísimo calor en 2023; noches en las que no corría ni una pizca de aire y días asfixiantes incluso a cubierto del sol; recuerdo, también, pensar que estaba siendo el verano más caluroso de mi vida. Todo eso se repite ahora, con una preocupante salvedad: al ahogo físico que producen las temperaturas extremadamente altas le está acompañando una especie de angustia emocional ligada a las condiciones climatológicas que no me había rondado nunca antes.
Que no se me entienda mal, la crisis ecológica lleva siendo un motivo de inquietud mucho –demasiado– tiempo para mí. La diferencia es que ahora ha superado esa barrera y se manifiesta en síntomas que terminan por afectar de forma directa a mi salud física y mental. El más evidente es el insomnio, de ahí la pregunta con la que no he podido evitar arrancar esta carta, pero no es el único. De hecho, creo que hemos normalizado de alguna manera las dificultades para dormir originadas por el calor, lo que ha despojado de potencia política a esta afección climática que sufrimos tantísimas personas. Así, la aparición de otros problemas derivados de la misma crisis global puede ayudar a reactivar la alarma social con respecto a la emergencia ecológica.
Todo está en los memes, y esta no es una excepción: dos fotogramas de Los Simpson, uno encima del otro; en el de arriba se ve a Bart con gesto de estar pasándolo realmente mal, con la frase “Este es el año más caluroso de mi vida”; debajo aparece Homer, que toca el hombro de su hijo y le corrige, “Este es el año más frío del resto de tu vida”. Antes de toparme con esta imagen hace un par de días, ya eran varias las ocasiones en las que me había invadido una sensación de desesperación ante la posibilidad –iba a escribir “certeza”, pero por mi propia salud mental necesito dejar una puerta abierta al optimismo– de que esto solo vaya a peor. Ocurre siempre en momentos en los que el adjetivo “asfixiante” se materializa, con esa sensación de no estar introduciendo aire en los pulmones, de no poder respirar por la insoportable temperatura que ha alcanzado la habitación. Después de fantasear con mudarme a un pueblo remoto de cualquier lugar del norte de la Península o, siendo más realista, con meter la cabeza en la nevera para tomar un poco de aire que no esté a punto de estallar en llamas, llega esa oleada tan amarga: “Si este es el verano más fresco que voy a vivir, ¿qué va a ser lo próximo?”.
De la mano de esas crisis momentáneas vienen otros elementos más constantes y, a mi modo de ver, más graves, que pueden resumirse con bastante precisión dentro de la categoría de la apatía. He comentado esta desgana vital en mi entorno y lo que he recibido es una comprensión total: “Sí, sé a lo que te refieres porque estoy igual”, “justo lo hablé el otro día con una amiga y tanto ella como su pareja están pasando por lo mismo”. De primeras, parece que la mera presencia del calor sirve para explicarlo. Estamos más cansadas porque hace más calor, punto. Pero basta con dedicarle medio segundo de atención a ese supuesto cansancio para ver con claridad que no es tal. Es preocupación, desesperanza, ansiedad. No apetece hacer nada porque la realidad nos pesa demasiado.
La generalización de este malestar va a conducir, más pronto que tarde, a una situación insostenible, no me cabe la menor duda, y desde CTXT llevamos mucho tiempo trabajando para que, llegado el momento, las grandes mayorías sepamos hacia dónde apuntar en nuestras exigencias de cambio.
El panorama mediático muestra una gran diversidad de formas de eludir las causas reales de esta emergencia climática. La creatividad con la que sus líneas editoriales zigzaguean para no señalar a los verdaderos culpables es tan variopinta como vergonzosa. El principal motivo es el de siempre: está feo morder la mano que te da de comer. Quienes riegan de capital –tanto público como privado– a televisiones, radios, periódicos y páginas web son también quienes, con la otra mano, entorpecen pactos climáticos, impulsan la criminalización de la protesta ecologista y, en general, se esfuerzan intensamente por poder seguir llenándose los bolsillos mientras destruyen el planeta.
Este afán por proteger a los responsables de la gran crisis incluye a las dinámicas neoliberales que apuntalan el sistema. A nadie le hará falta rebuscar mucho en su memoria para encontrar artículos del tipo “Cuatro trucos para gastar menos agua en casa” o “Guía definitiva para reciclar tus basuras”. En un alarde de condescendencia que, como lectoras, debería resultarnos denigrante, se nos ofrecen pequeñas tareítas a realizar en nuestro día a día para luchar bien contra el cambio climático, siempre lo más alejadas posible de suponer un mínimo cuestionamiento crítico de la estructura que sostiene esa maquinaria destructora que conocemos como economía de mercado capitalista. Aquí no. En CTXT tratamos a nuestros lectores y lectoras como personas adultas con capacidad de sobra para revisar aquellos hábitos que verdaderamente pueden suponer un cambio significativo, sin caer en la individualización de un problema sistémico ni en el miedo a estar tocando fibras sensibles.
El ejemplo perfecto en esta época del año es este artículo de Anna Pacheco, muy al hilo de su último libro, Estuve aquí y me acordé de nosotros, que no puedo recomendar más. El turismo, despojado de toda carga política, está considerado un derecho, parte de nuestra libertad –ay, ese palabro–; es más, para muchísimas personas es el único momento en el que pueden sacar la cabeza de la precariedad y, simplemente, vivir como los ricos. Simplemente, vivir, mejor dicho. Pero debemos cambiar el enfoque, en esto y en otras muchas cosas.
Seguir formando parte de este improbable proyecto periodístico implica una revisión casi constante de hábitos, ideas y formas de ver el mundo. Tarea nada fácil, mucho menos cómoda, pero fundamental si queremos aspirar a sociedades más justas. Gracias por eso. Desde aquí solo podemos comprometernos a seguir en la misma línea, mordiendo todas esas manos que otros veneran.
Mucho ánimo con el calor y la ecoansiedad. Ya queda menos para que se convierta en estallido social. Diego delgado ................... |
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