octubre 29, 2024

CTXT. La resaca de la invasión cheli, de Jesús López-Medel

 Jesús López-Medel 25/09/2024

Madrileños, sean bienvenidos al norte, pero dejen en el paso de Guadarrama la chulería que les han contagiado sus dirigentes

José Luis Martínez-Almeida y Florentino Pérez se saludan durante un encuentro en mayo de 2022. / Miguel J. Berrocal (Ayuntamiento de Madrid).



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La palabra resaca tiene varios significados, como el referido a los efectos posteriores a una ingesta alcohólica, o también lo que provocan las corrientes marítimas que arrastran aguas adentro a bañistas y todo lo que encuentren a su paso. Para avisar sobre estas últimas están las banderas en las playas.

Hace pocas semanas que concluyó la invasión veraniega de madrileños en lugares del norte de España. Poniendo en práctica el lema contextatario de que estamos orgullosas de llegar tarde a las últimas noticias, y tras no haber visto análisis en la línea que intentaré expresar, me he tirado al agua, aunque ya esté menos templada, con este artículo. Quisiera reflexionar sobre lo que ha sucedido en estas tierras y playas norteñas, en algunos lugares de Galicia, algo en Asturias, pero aún más particularmente en Cantabria, porque es una tierra más chiquita y el impacto de la invasión ha sido muy fuerte.

Vivo en Santander, desde donde viajo con bastante frecuencia a Madrid. En esta última ciudad viví durante 25 años, que abarcaron desde mi niñez a la juventud, los estudios de bachillerato con reválida, los gozosos años universitarios y la preparación de una oposición. Si Rilke decía eso de que “la patria es la infancia”, en mi caso, queda extendida a todo el tiempo de formación y aprendizaje de la vida y de modelación de mi personalidad. Así puedo afirmar que Madrid me marcó durante “aquellos maravillosos años”, como los de aquella emotiva serie de los noventa.

Mis reencuentros con Madrid (disfruto con los relatos de Ricardo Aguilera) son siempre gratos, ya sea el motivo del viaje trabajo, un espectáculo, o un partido de Champions en el Metropolitano (lástima que no tenga la magia del Calderón). Y siempre aprovecho para estar con un amigo y cuidar lo que con el tiempo se cae, como son las hojas de la amistad. A veces huyo, especialmente en otoño, porque la ciudad ha sido colonizada culturalmente por los que, de toda la vida, controlan y jibarizan el pensamiento libre, el que escapa del prescrito por los STV: Santander de toda la Vida.

Santander y Cantabria siempre han sido lugares de veraneo, especialmente para los madrileños; muchos de ellos de clase social media-alta o alta y, por consiguiente, pija. Siempre ha habido una relación de amor y odio entre los visitantes procedentes de la meseta y los que tienen resabios de pijismo santanderino. Los pijos de aquí quieren emular a los de Madrid, pero estos se consideran superiores, genuinos.

Volviendo a nuestros simpáticos visitantes estivales, este año se produjo –y no sólo aquí– una invasión que hizo estragos y ha provocado una madrileñofobia muy notable. Esto era impensable en una ciudad donde, hace unos años, se enfrentaban en el estadio de fútbol el Racing (en primera división entonces) contra el Real Madrid y la mitad del aforo saltaba enfervorecido cuando este último marcaba un gol. En una ocasión, estando allí presente no pude reprimir mi carcajada. Quizá esta querencia hoy vaya remitiendo debido al sentimiento de “cantabrismo”; ya veremos qué pasa cuando el equipo local vuelva a la primera categoría.

Pero, decía, este verano se ha producido un rechazo bastante generalizado de estos invasores parecidos a Atila, y no fue tanto por el gran número de veraneantes, sino por la manera en que una parte de los madrileños se ha comportado en una tierra que se ha puesto de moda, quizá acaso debido al cambio climático, que tanto niegan o minusvaloran sus líderes políticos. ¿Y cómo han aterrizado en estas tierras? Lo anticipo ya: con una gran prepotencia. Esto lo he visto por mí mismo aquí este mes de agosto y luego narraré alguna anécdota vivida. 

Pero esa misma prepotencia de un madrileñismo muy empoderado es la que yo he estado percibiendo en mis viajes a la capital. Madrid es una ciudad fantástica, pero en los últimos dos o tres años he visto crecer de forma notable un estilo muy cheli y chulesco. Esto se puede apreciar, de manera singular, en la extensión de las terrazas de los bares. El problema no es que sean muchas, sino que, bastante a menudo, colonizan un espacio que no deberían ocupar. Los dueños de estos establecimientos agrandan las terrazas porque se sienten superprotegidos por los poderes públicos de Madriz. Tampoco ayudan algunos consumidores, sobre todo los grupos de varios ocupantes que, para colocarse con amplitud y comodidad, convierten en mínimo el paso por aceras estrechas. No se te ocurra quejarte al camarero o decirle algo a estos muchachos (a veces en la cuarentena) de voces con altos decibelios y bebedores de “cañas de la libertad”.

La chulería de Madrid tiene algo de zarzuelesco, entre la verbena de la Paloma, la Pradera de San Isidro o la de San Antonio de la Florida. El “pichi” y la “manola” real tienen algo de cheli. Pero, repito, lo que he venido observando en mis viajes frecuentes a Madrid, y que hemos padecido este verano en Cantabria, es una especie de empoderamiento del madrileño acomodado que, cuando sale fuera, pone los pies encima de la mesa como un texano cualquiera con un puro.

Es curioso que en Comillas, villa donde veranea lo más selecto de la clase más alta y no pocos nobles, se conoce a los madrileños como “papardos”, nombre de un pez estacional que devora cuanto puede, y luego desaparece.

Hubo macrofiestas en algunas bellas playas de especial relevancia, mucho alcohol, basura y ruido, junto a comportamientos a veces chulescos. Y sin policía local que lo pudiera evitar. Todo ello me ha recordado alguna desgraciada playa mallorquina invadida por ingleses de mal comportamiento.

Llevo tiempo preguntándome qué está sucediendo, y puedo apreciar que se están mimetizando peligrosamente comportamientos de personajes públicos. La impronta falangista de la presidenta está calando, y mucho. Ese estilo tan característico se está contagiando. Su forma de hablar, casi chillar, de mirar de reojo siempre buscando la cámara, de mostrar una sonrisa pícara o un rictus en la cara cuando le molesta algo. El aquí estoy yo ha calado. También se pueden observar estilos parecidos a los de su consejero áulico, su novio o su amigo, que denuncian o desafían a quien les descubre en una pillería, incluso a la policía. ¡Con un par! Recuerda a su maestra thatcheriana huyendo de los agentes locales en persecución rodada.

Pero no solo ella hace gala de esos modales, sino también otra gente como el alcaldín, que está muy crecido y que desde que hace tándem con la del manojo de rosas (otra zarzuela castiza) actúa así también. No sé si era antes de tal guisa, con un desparpajo cheli a tope, o acaso se le ha pegado de su lideresa. Su forma de hablar y su estilo muy graciosillo y megaempoderado le han convertido en un personaje de caricatura y de chotis. Su estilo le hace sentirse fuerte y mostrarse despectivo con la oposición, pero al mismo tiempo es muy sumiso y servicial con ese hombre que opera siempre en las sombras, salvo cuando actúa, y deja actuar desde el palco. Recordemos que lo que fue estadio futbolero, el Santiago Bernabéu, ahora es un auditorio que lleva el nombre del promotor. Sería hasta bonito y podría lucir si no estuviera en mitad de la ciudad. Este experto en sacar petróleo del Ayuntamiento de Madrid (lo del parking es indefendible) propinó una colleja al munícipe (atletista él hasta la náusea), que le hizo reír de forma bufa.

Por suerte aún quedan muchos madrileños y madrileños sanos, pero tengan cuidado: no asuman los estilos prepotentes de su dirigencia. Ah, y el próximo verano dejen que los lugareños recién salidos del Sardinero, con sus sillas plegables y sus cachivaches, crucen tranquilos los pasos de cebra No es de recibo molestarse, sacar medio cuerpo de un coche megagrande y gritar “¡Más rápido!”. Alguien contestó con un “¡vete a Madrid!” que fue acompañado de una gran risa de otros viandantes. Parece que a algunos se les quedó pequeño eso de “madrileños por el mundo” y se refugian a 400 kilómetros. Sean bienvenidos, pero dejen en el paso de Guadarrama el chelismo que les contagiaron esos dos personajes.

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