Copiado de la página http://acerbol.blogspot.com cuyo autor es J G Centeno , que se define como: Individuo normal, algo escéptico ante el futuro, pero no añorante del pasado.
Donde va nuestra lengua miércoles 25 de abril de 2007
Se ha conmemorado el 23 de Abril el día de san Jorge, día tradicional de las letras, en el que se entrega el premio Cervantes. También en Cataluña, Sant Jordi, es un día de celebración literaria. Andamos los castellanohablantes preocupados por el deterioro de nuestra querídisima lengua, quizás el patrimonio cultural más importante que tenemos, y en este contexto tiene mi cuñado un buen amigo, Yago Sarandeses, que le ha hecho llegar un texto que me parece interesante, mi cuñado me lo hace llegar a mí, y yo lo expongo por si puede servirnos de algo, a mí me ha provocado alguna que otra sonrisa que ha terminado en franca carcajada. Dice asi:"Este escrito es una estupidez que se me ocurrió recopilando expresiones incorrectas que se oyen todos los días. A mí, como a tí, me gustan éstas cosas y me hacen mucha gracia, así que las recogí en éstas líneas y éste es el resultado. Garantizo que es absolutamente original y quedan reservados todos los derechos. Quizá sea el comienzo de un diccionario de fantasía linguística. Espero que te haga sonreir. Un Fuerte abrazo!
"Marcelino Carrascosa y Buendía no era un hombre singular. Su vida no salía de la retina diaria y dejaba pasar el tiempo, que discurría lentamente, esperando encontrar a la mujer de su vida, a la hormona de su zapato. Cuando pensaba en tan feliz circunstancia, se le ponían las plumas de gallina, pero, por más que las hojas del candelario caían una tras otra, no llegaba el tan ansiado momento de conocer a su media naranja. Se contentaba con mirar, una y otra vez, su viejo algun de fotos y contemplar la querida y añorada imagen de su madre, un desecho de virtudes, con un pequeño infante, él mismo, en sus dulces y ebúrneos brazos. Recordaba su vida de niño. Sus padres no nadaban en la ambulancia pero tampoco vivían en la indulgencia. Sin en cambio, a su padre le gustaba ir siempre muy alicatado y ver cómo su esposa presumía de hombre guapo. Al verles pasear, los vecinos tenían la impresión de que vivían como majaras de la India, de los que salían en las películas que ponían los domingos en el cine del barrio. En su pequeño y destartalado apartamento, no disponía de grandes comodidades. Ni siquiera de T.V. vía salitre, pero ni la tenía ni falta que le importaba. Solo echaba de menos el aire acondicionado para poder dormir sin sufrir el calor ni el soborno de las tórridas noches veraniegas. Un buen día, al volver a casa desde su trabajo, sucedió el fatal accidente. Distraído, iba contando sus propios pasos, uno, dos, tres... y así sustantivamente. Caminaba bajo la lluvia, chapapoteando en el agua de los charcos. Afortunadamente, su reloj era insumergible y de acero inolvidable y no sufría las clemencias climáticas. Por un momento, perdió la loción del tiempo, pero una garrafa de viento le devolvió a la realidad. LLovía a mares. Parecía el danubio universal. Se refugió en un pequeño alpendre, en la entrada de una urbanización de chalets acosados, y se dispuso a cruzar la calle a la menor oportunidad. Al levantar la cabeza, vió el autobús que se avalanchaba contra él y no recordaba nada más. Cuando despertó, estaba en el hospital. Magullado pero indemne. Le habían realizado una redundancia magnética y un simposium de corazón, pero, milagrosamente, no parecía de traumatismos importantes. Sus compañeros de habitación, no habían tenido tanta suerte. Al de su derecha le había dado un cólico frenético y el de la izquierda había sobrevivido a una dobledosis de drogaina. En su delirio decía ver estrellas fugaces y lluvias de motoritos. Los médicos decían que era muy premeditado darle el alta, pero a él, ni falta que le importaba quedarse más tiempo tirado en aquella cama. Una vez dado de alta, Marcelino se dirigió a la cafetería del hospital. Le habían dado un vale de comida. Después de enderezar la ensalada, se comió las almóndigas de mala gana, disolvió en agua una aspirina fluorescente y tragó, como pudo, unas claúsulas para la tos que el doctor le había recetado. Lentamente, salió del hospital. Empezó a caminar y, chapapoteando de nuevo en los charcos, se dirigió con paso cansino hacia su pequeño y destartalado apartamento. Por suerte, no le había quedado espuela alguna del accidente. Nada lograría inniterrumpir su retina diaria"
Evidentemente no todos al mismo tiempo, no lo conseguiría ni Fedeguico el Glande, pero muchos de estos modismos que el amigo Yago ha convertido en chascarrillos, los puede uno escuchar en cualquier cadena de radio o televisión, sin tener que rebuscar demasiado. Cuando lo pienso la sonrisa se me torna mueca. Un efeto indeseado que diría nuestro buen Pepín.
5 comentarios:
A mí tampoco me ha quedado ninguna espuela de la risa, salvo un simposiún de garganta ;)
Un beso y gracias por las carcajadas.
A estas horas y yo aguantando la risa para que mi novia no se despierte.
Un texto sencillamente genial.
Un abrazo.
www.heliodoro.wordpress.com
Ale, suscribo tu blog para leerlo cada vez que actualices. Me gusta mucho.
Saludos.
www.heliodoro.wordpress.com
Genial. Me recordó lo de aquellos que discutían si era más correcto decir "vión", "iroplano" o "parato" para concluir que era "inverosímil" por tratarse de palabras "sinagogas".
O la de una vecina que sintetizaba el diagnóstico de tuberculosis pulmonar que le había comunicado el médico diciendo: "Tiene basilios culosos en los plumones"
Besos.
ES divertido el texto y se ríe una mucho. Qué pena, por otro lado, que nos riamos de estas coas, pero en fin...
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