COPIADO de la pág de fb de Javier Nix Calderón el 26/8/2014
Los niños juegan. Todos. Algunos niños juegan despreocupados, en parques con suelos acolchados, en toboganes y columpios de diseño. Gritan y ríen, y juegan a guerras imaginarias en castillos imaginarios, y saltan y se atacan y caen. Y se levantan. Yo observo a esos niños en el parque que hay junto a mi casa. Me sacan una sonrisa. Me gustan mucho los niños. Me gusta su inocencia. Me gustan sus juegos, porque hay en ellos algo de celebración de la vida. Pero los niños que más me gustan son los niños de Gaza. También juegan, claro, pero sus columpios, levantados entre escombros, situados entre las ruinas, se hacen a base de tablas y cascotes. Ser niño en Gaza, jugar en la Franja, no es una celebración. Es un acto de resistencia. Los niños de Gaza se obstinan en ser niños, aunque 490 de ellos hayan muerto bajo las bombas israelíes. Los niños de Gaza se aferran a sus infancias aunque la mitad de sus escuelas ya no existan. Yo miro a estos niños y siento que hay en sus caras determinación por jugar. Veo en ese balancín precario la mayor de las disidencias, la más perfecta de las rebeliones. Ahora que la paz ha llegado, ahora que no caerán bombas durante no se sabe cuánto tiempo, ahora que la muerte retrocede, ahora, quizás, puedan jugar en paz. Quizás puedan impulsarse en ese balancín, tan puro como su risa, y quedarse en él por siempre para que el mundo que hemos construido a su alrededor no les contamine. Para que, ojalá, sigan siendo niños por siempre.
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