Ríen
cuando se riega la noticia que dice que “en breve podremos tener en
nuestros platos lomos de salmón transgénico” puesto que este pasado mes
de noviembre y por primera vez en la historia, la Administración
de Medicinas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) ha concluido que desde
el punto de vista nutricional el salmón AquAdvantage es un alimento
idéntico al salmón atlántico convencional. Ríen porque bien saben que
transgénico o no, criado en granjas intensivas, en un monocultivo de
salmón, estos animales engordan en condiciones inaceptables. En Chile,
potencia destacada en el sector con una producción anual de 800.000
toneladas brutas de salmónidos, usan unos 7 kilos de antibióticos por
cada 10 toneladas de producción.
Ríen
cuando la noticia explica que la modificación transgénica permite que
los salmones en cuestión alcancen su peso comercial, unos cinco kilos y
medio, entre los 16 y 18 meses, a diferencia de los 30 meses que
requiere un salmón convencional. Ríen porque bien saben que criado en
granjas intensivas lo que aumentará será la capacidad de producir
salmones: si crecen más rápido podrán conseguir más ciclos en un mismo
periodo y por lo tanto mayor será la sobreexplotación de las principales
pesquerías pelágicas del planeta con las que se abastecen estas granjas
del mar. Como el jurel, cuyas capturas en aguas chilenas, por ejemplo,
han caído entre 1994 y 2010 de los 4,4 millones de toneladas anuales a
menos de 800 mil toneladas.
Ríen
y piensan en la ballena azul, el más emblemático de los afectados por
la contaminación que genera la industria intensiva de engorde de
salmones enjaulados. Saben que con un salmón de crecimiento más rápido
la contaminación se acelerará y los acuerdos que las empresas del salmón
han adoptado para “favorecer modelos de producción responsables, social
y ambientalmente” serán, como ya lo son ahora, sólo palabras bonitas de
un negocio muy sucio. Las playas del Sur de Chile y sus fondos marinos
son depósitos de residuos plásticos, cables metálicos, redes viejas y
otros elementos provenientes de esta industria.
Ríen
porque este animal transgénico, avance de la ciencia, no está pensado
para mejorar las condiciones laborales y sanitarias de su trabajo, que
no son nada buenas. De hecho según el gobierno chileno más del 80% de
las empresas del sector incumplen las normativas más elementales y sólo
entre septiembre y octubre tres trabajadores han muerto en su puesto
laboral, por accidentes en las lanchas que les transportan a las jaulas
de cautivo o en labores de buceo para control de las mismas. Ríen cuando
oyen el discurso que repite que los avances transgénicos han venido
para salvar al mundo.
Ríen
porque la noticia presenta al salmón transgénico como al superman “que
ayudará al desarrollo de un sector económico convertido en un activo
fundamental para la economía chilena”. Un sector, el de la industria del
monocultivo intensivo de salmónidos para la exportación, que, ríen,
saben que si aún se tiene en pie es porque lo están subsidiando toda la
población chilena con sus impuestos. Se estima que antes de finales de
año en Chile se despedirá un primer grupo de 400 personas trabajadoras
como parte de procesos de ‘ajuste’. Y entre las muchas causas de una
‘tormenta perfecta’, como dicen allí, está un crecimiento acelerado y
una sobreproducción, con caída de los precios internacionales que el
salmón transgénico tal vez solo hará que empujar más y más. A día de hoy
la gran mayoría de empresas chilenas de salmonicultura están en una
situación muy delicada, de hecho sus acciones en bolsa han registrado
como promedio una caída del 93% desde que salieron al mercado.
Ríen
porque se imaginan los océanos primero invadidos por salmones colosales
que comen y engordan sin cesar. Después, un océano desértico. Porque
digan lo que digan los señores de la empresa de salmones transgénicos,
tomen las medidas que tomen, sean estériles o sean criados tierra
adentro, no es imposible que estos especímenes se reproduzcan en el mar.
Y
ríen, con una mueca que ya no disimulan, cuando explican que todo esto
no es cosa de salmones. Aprobar un animal transgénico es el primer paso
-en un mundo entretejido por tratados de libre comercio- para impulsar
el consumo masivo de productos de origen frankenanimal que serán
producidos industrialmente mediante un pequeño puñado de compañías
transnacionales y comercializados por otras pocas grandes cadenas de
supermercados, controlando los patrones de consumo de las poblaciones
urbanas, a la vez de constituir un demoledor impacto para quien produce
alimentos en modelos de pequeña y mediana escala.
Ríen. Pero ríen para no llorar.
Gustavo Duch. Coordinador revista Soberanía Alimentaria
Gustavo Duch. Coordinador revista Soberanía Alimentaria
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