junio 08, 2017

8 de marzo, de Laura Gómez Recas

COPIADO de la pág. de Laura Gómez Recas el 8/3/2017

8 de marzo
Tengo una amiga. Es una de mis mejores amigas. Es licenciada, cursó un postgrado, trabaja en casa y fuera de casa, gana menos que sus compañeros hombres y es, como ellos, qué ironía esta apreciación, cabeza de familia. Está sola para educar a sus hijos. Tuvo que renunciar a su carrera profesional por la maternidad porque tuvo que elegir ante la ausencia de facilidades para la conciliación y su precario sueldo. Renunció a su carrera, pero se formó con varios cursos durante esos años y estudió idiomas, después se asentó en una empresa que ofertaba un trabajo no cualificado con un horario adecuado para poder estar con sus hijos. Nunca se rindió y promocionó, pero siempre se le negó su derecho a una revisión salarial, pese a ocupar al poco tiempo tareas cualificadas por las que sus compañeros hombres ganaban más. A duras penas le reconocieron sus estudios universitarios y, aún así, su salario siguió siendo pequeño. Ha hecho muchas entrevistas para poder mejorar y, curiosamente, por ser mujer, en ellas ha tenido que escuchar preguntas sobre su compromiso como madre; cuando tenía treinta, si quería tener más hijos, cuando tenía cuarenta, si los hijos, al ser menores, le restaban compromiso laboral y, ahora, que tiene casi cincuenta, si al depender de ella suponen una rémora en los horarios o si tiene mayores a su cargo. Siempre contestó lo mismo: nunca falté por culpa de mis hijos a mi puesto de trabajo. Su escaso poder adquisitivo no le permite pagar a alguien que le ayude con el trabajo de su casa. De modo que cuando termina su jornada laboral, trabaja en el hogar y, ahora, tiene también una persona mayor que depende de ella. Tiene inquietudes no profesionales, pero toda inquietud equivale a un gasto que la limita y sus hijos, universitarios hoy, desgravan menos de la mitad en su declaración de hacienda y tienen más gastos que nunca.
Ella está cerca de los cincuenta. Sentimentalmente feliz después de un divorcio que le supuso tener que poner una denuncia por acoso, ha intentado rehacer su vida, pero los hombres a su edad son como las empresas, sospechan de cualquier intento de estabilidad.
Hoy, mi amiga celebra el Día de la Mujer Trabajadora con un desánimo que le viene acuciando desde hace mucho tiempo. Lo celebra trabajando, luchando contra los muros que encuentra cada día, contra la soledad de su sexo que es como un marchamo de precaución para su desarrollo, lucha por su dignidad, por el reconocimiento profesional, por su valía. Pero me asegura que a su edad el tiempo se agota y sus posibilidades para ser tenida en cuenta en el mundo profesional también. La promoción profesional es la única posibilidad que tiene para solicitar más salario.
Desesperada, ahora está estudiando otra vez, que por ella no quede porque le encanta trabajar, le encanta ser mujer y le encanta caminar. Mi amiga, a veces, se siente como un árbol erguido, sano, fuerte, lleno de frutos que mueren secos a sus pies en un desierto infinito.
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