junio 07, 2018

SOY PROFESOR INTERINO, de Javier Nix Calderón

Javier Nix Calderón ·  17/5/2018
Creo que he repetido más de 20 veces que trabajo como profesor de Historia en la educación pública de la Comunidad de Madrid desde hace cuatro años. Lo que quizás no he repetido tanto es mi categoría profesional: soy profesor interino. Esto significa que no tengo una plaza fija de funcionario, sino que año tras año tengo que aprobar unas oposiciones para poder seguir trabajando como tal, hasta obtener una nota lo suficientemente alta como para optar a una plaza fija. Dicho así, parece poca cosa. Para cualquiera ajeno a este proceso de oposiciones, resulta tan incomprensible como las ecuaciones diferenciales para un estudiante de filología.
Ser profesor interino significa enfrentarse cada dos años a un temario inabarcable, que en mi caso se compone de unidades sobre Geografía, Historia e Historia del Arte. Tengo mis apuntes aquí delante mientras escribo esto: si los apilo, alcanzan un respetable metro de altura. Son más de 5.000 páginas. Pero esto no es una queja. Me gusta lo que estudio. Me fascinan las catedrales góticas y las pinturas barrocas de Rubens tanto como la aparición del feudalismo en Europa y la geopolítica de Asia y Oriente Medio. Disfruto estudiando los templos griegos, el simbolismo del arte bizantino y la orogénesis alpina de la Península Ibérica. Me gusta lo que enseño, me gusta lo que estudio, pero odio la forma en la que somos tratados.
Ser profesor interino significa haber realizado un periplo interminable por colegios e institutos de toda la Comunidad de Madrid. Ser profesor interino significa vivir siempre en la picota, expuesto a los recortes en educación, a las necesidades del servicio, a ser despedido en verano y tener que acudir a las oficinas del INEM. Ser profesor interino significa tener que decir adiós año tras año a tus alumnos, empezar de cero cada septiembre, instalarse en la incertidumbre cada junio, sin saber dónde y cómo estarás el curso siguiente. Significa perderse el desarrollo de esos chicos y chicas que has visto aprender y crecer durante nueve meses. Significa no poder elegir, casi nunca, qué grupos y qué niveles quieres dar cada año. Ser profesor interino significa ser el proletariado del funcionariado educativo de España.
Pero que nadie se confunda: estoy orgulloso del colectivo al que pertenezco. Los interinos somos gente que se deja la piel en lo que hace, trabajando en condiciones de absoluta precariedad, robándole horas a la familia, a las aficiones, al sueño y a la propia vida, para preparar clases mientras preparas unas oposiciones por enésima vez o, en mi caso, por quinta vez. Significa vivir en un estado de perpetua ansiedad, sintiendo como tu memoria colapsa, se colmata y se oscurece con cada jornada maratoniana de estudio. Significa todo eso, sí, pero también significa conocer lo peor de esta profesión, y aun así amarla. Amarla, amarla con el corazón, porque todo merece la pena por estar un día más frente al futuro que veo proyectándose desde los ojos de mis alumnos.
Somos la rueda que mantiene en marcha la depauperada educación pública de este país. En mi instituto, somos más del 40% de la plantilla, y nos dejamos la piel en cada clase, en cada proyecto del centro, en cada tutoría, en cada final de curso. Y no, no lo hacemos por el dinero ni por las vacaciones. Siempre he dicho que me sorprendo porque me paguen por hacer algo que amo tanto hacer, y que me sobra un mes de vacaciones. Y como yo, muchos. Porque somos legión, ¿sabéis? Porque esta precariedad no ha podido, ni podrá, con nuestro amor por esta profesión. Somos los pinches de cocina en el restaurante donde se sirve el futuro en bandejas de barro. Y estamos orgullosos. Profundamente orgullosos.
En un mes nos enfrentamos a unas oposiciones injustas, en las que solo se tiene en cuenta el conocimiento en bruto, la exactitud en los datos, la capacidad de síntesis. El amor y la vocación no se tienen en cuenta. Por eso desconfío de aquellos profesores que se jactan de las calificaciones obtenidas en un proceso como éste, tan desprovisto de alma. Os lo digo: desconfiad de aquellos que basan su valía en un número. Somos demasiado complejos para ser una simple ecuación matemática. En los números no hay espacio para el amor. Alguien dijo una vez que el amor es lo único capaz de salvar el mundo. Creedme: esa es la puta verdad. Los interinos sabemos mucho de eso.

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