Copiado del blog "peregrina" . Artículo publicado el viernes, 24 de agosto de 2007 impensamientos.blogspot.com
Es un villorrio cercano a la Puna de la planicie andina, el suelo atemporal está cubierto de hierba gris y seca, salpicado de rocas, pitas y cactus; el aire es denso, casi material. Las tierras silenciosas son visitadas cada tanto por hombres que vienen de lejos y hablan otras lenguas, pero no hacen nada, sólo cavan y guardan puñados de tierra en cajas de metal.
Es el lugar de Chani y su gente, un breve grupo indígena. El sol acaricia a la niña y destiñe algunos de sus mechones negros, que caen desgreñados como sierpes pesadas sobre el cuerpecito harapiento. Los ojos se le pierden en lejanías de vicuñas y llamas dignas, o en el dibujo que trazan el cielo en el vuelo de los cóndores. Pertenece a una familia grande, todos oscuros y opacos como ella misma. Es la protegida de Antenor, quien la considera un duende, él es el mayor de los hermanos, pero su mente quedó estancada en un vacío sin tiempo, sólo dio muestras de alguna inteligencia cuando nació Chani, entonces por primera vez sonrió, aunque en su alumbramiento hubiera muerto la madre.
Ella es feliz y anda libre en ese lugar inocente, ondulado entre púrpuras y celestes, persiguiendo lagartijas esquivas mientras Antenor le sonríe desde el brocal desdentado de su boca.
Las notas suaves de una quena endulzan el aire, mientras el curaca, jefe de la comunidad, sigue a los changos con su mirada dura de montaña. Sigue a Chani porque su vientre ha crecido demasiado y adopta la forma de una sandía que expulsa su ombligo hacia afuera. También la vieja Gume, lo nota y hace ofrendas a la Mama Killa (1) para su curación, aunque intuye algo, la curandera de un solo ojo, se recuerda a sí misma que la niña no tiene aún nueve años, pero debe intervenir, tal vez en ella haya una advertencia de Inti o Viracocha (2), que no puede ser ignorada.
Mientras la pequeña hace mimos a su raída muñeca de trapo bajo un rayo de sol, Gumercinda alterna su semimirada entre el Cielo y la Tierra para comunicarse con el más allá, hay olores de hierbas que se queman desvariando en el aire, hay silencios y temores. Minutos después, hablan por la boca vieja los inefables dioses de Los Andes: “Chani tiene una serpiente amarilla dentro de la barriga —masculló—. Hay que liberarla” .
En medio de liturgias y aspavientos, somete a la niña a varios de los rituales incas, danzas, preces, oraciones, nada funciona, los dioses están desatentos ese día y Chani, en tanto, ajena a todo, suelta su pensamiento entre los últimos haces de luz.
No queda nada “divino” por hacer, la anciana cansada, con desaliento, mira a Tiburcio, el padre: “hay que dejar que el tiempo pase y la verdad se revele sola”. Él teme que el destino final de la espera puede llevar a la muerte de su niña. Sin decir nada busca algunas cosas que arroja en un saco y carga a la hija suavemente. Camina durante dos jornadas en busca de los otros hombres, los que viven en el pueblo y también dicen curar. El sol guardián los acompaña cada vez que andan. El padre le va cantando canciones viejas y narra su voz callosa historias de los ancestros entremezcladas con el polvo árido del camino. Al tenerla entre sus brazos se sobresalta porque la barriga grande da golpecitos en el pecho y el bolo de coca se le pega al paladar abierto.
Llegan exhaustos al pueblo asustado, que asoma en silencio detrás de unas lomadas ocres. Pregunta el padre en su lengua escueta dónde están los sanadores, la gente mira en secreto a la pequeña deforme y le señalan la posta sanitaria, una casita de adobe. Allí, hombres descoloridos aventuran pronósticos como fibromas o tumores. La mirada de Tiburcio explica que no entiende nada, mientras la nena sentada sobre una camilla ata y desata unos cordoncitos. El doctor que la revisa desvía la vista sin saber qué decir, se acerca y mira sus tetitas desarrolladas y al apretar apenas los pezones, un líquido áureo, le da el primer indicio de maternidad. Repite exámenes, una, dos, muchas veces y llega a una conclusión parecida a una bofetada a mano abierta. “¡No es un tumor, es una vida lo que la niña lleva en su vientre!”, dice al padre. Tiburcio contiene el aire y lo suelta con una sonrisa, su hija no se está muriendo… La niña madre y el hijo por nacer son mimados durante meses. Artistas de televisión, periodistas ávidos y políticos que buscan votos la visitan y colman de regalos. Por un tiempo todo se convierte en circo. Diarios de Buenos Aires tejerán y destejerán absurdas conjeturas acusando al padre, al hermano idiota, a los extraterrestres…
Un día cualquiera, le dan caramelos a Chani para que se porte bien y la llevan al quirófano, donde la duermen para la cesárea. Los médicos abren despacio la piel, los músculos e introducen las manos buscando el feto, toman algo, “es una pierna” dice el obstetra y tironea… pero es larga…larguísima, del cuerpo de Chani sale una serpiente que relampaguea, un reptil amarillo y luminoso que se arrastra hasta pecho de la niña dormida… no se equivocaba la Gume.
Nunca supieron los pobladores de la meseta que la difunta Chani había parido al hijo de Inti, quien venía a advertir, quizás inútilmente, a través del cuerpo núbil, una amenaza: el arrebato de las tierras, la extinción de la comunidad. Nadie supo la verdad, nadie se enteró de que destrozaron la cabeza amarilla a golpes, horrorizados en aquella sala de parto. Muerta fue la advertencia porque se reveló ante los hombres equivocados, quienes se lavaron las manos sangrientas y callaron.
Notas1 -Mama Killa, la luna es la protectora de las mujeres,
2-Inti era considerado el dios del Sol y el ancestro de los Incas. El dios Viracocha era considerado el dios de la vida, del Sol y de la Luna. Todos los demás dioses estaban subordinados a él
No hay comentarios:
Publicar un comentario