Domingo Marchena Barcelona 26/05/2025
Uno de los pocos estudios sobre esta dolencia revela que el número de casos se disparó del 2005 al 2019
A la izquierda, en silla de ruedas, Mireia Centelles, junto a otras enfermas en el metro de Madrid
Las garrapatas, como los insectos, son artrópodos, es decir, invertebrados con exoesqueleto y apéndices articulados, pero en realidad son ácaros. La principal diferencia entre ácaros e insectos, además del menor tamaño de los primeros, es que los ácaros tienen ocho patas; y los insectos, seis. Además, las garrapatas no pican, sino que muerden, aunque su mordedura no se note porque inoculan una sustancia anestésica.
“No son insectos ni pican, pero así se considera en el lenguaje coloquial, lo que no hace sino confirmar el gran desconocimiento que todavía existe entre nosotros sobre los peligros que pueden suponer estas criaturas”, explica Mireia Centelles, de 47 años y profesional de éxito (monitorizaba ensayos clínicos internacionales en un laboratorio) hasta que una garrapata se cruzó en su camino. Mireia ha perdido hoy mucha calidad de vida porque padece la enfermedad de Lyme.
Aunque su nombre es poco conocido, esta dolencia ha crecido mucho en todo el mundo, también en España. La Organización Mundial de la Salud se la toma muy en serio, como refleja el hecho de que haya decidido declarar el 17 de mayo día mundial de la enfermedad de Lyme o borreliosis de Lyme. Lleva el apellido Lyme porque en esta localidad de Estados Unidos se han detectado muchos casos de esta peligrosa infección multiorgánica.
La enfermedad tiene su origen en la bacteria Borrelia burgdorferi, que puede transmitir la garrapata Ixodes ricinus, con amplia presencia en toda la península Ibérica. En Europa se notifican unos 360.000 casos al año. ¿Y cuántos en España? “No se sabe porque es una dolencia infradiagnosticada y no hay registros: no es de declaración obligatoria, lo que impide conocer su incidencia real”.
Así responden las portavoces de la Asociación de Lyme Crónico de España (ALCE), una entidad con mayoría de mujeres (aunque por supuesto los hombres también se ven afectados) que lucha desde hace once años contra “el desconocimiento y la incomprensión”. Ni siquiera, agregan, existen análisis fiables y consensuados. “Los tests utilizados habitualmente tienen una baja sensibilidad y pueden dejar fuera de diagnóstico a muchos enfermos, según confirman muchos estudios científicos”.
Es un círculo vicioso, explican Mireia Centelles y sus compañeras, que han hecho una reciente concentración en Madrid para visibilizar sus problemas y alentar campañas de concienciación con carteles en el metro de la capital. “Como casi no se dispone de datos, la enfermedad casi no existe . Como casi no existe , no hay casi investigación ni publicaciones. Y como las hay, vuelta a empezar: casi no existe la enfermedad”.
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