diciembre 27, 2006

Bco. de la Glera. Bergua. Sobrepuerto, agosto 1992

O: Hijos Coraje

Eran hijos deseados, buscados, bien venidos, tratados tan bien, o tan mal, como las luces de sus padres dieron de sí. En ocasiones mucho, en otras poco o nada.
Desde pequeños se les animó, y exigió, a que tuvieran fortaleza, valentía, ímpetu; a que se resolvieran las cuestiones por sí mismos, a que no se acobardaran, a que fueran respetuosos con los demás, pero, si veían venir un golpe, no esperaran a recibirlo, a que no se aguantaran con lo que consideraran injusto, que lo defendieran en la medida de sus posibilidades, y, si les excedía, intervendríamos.
A veces, algunas veces, he tenido la sensación de que, quizás, les estábamos exigiendo demasiado, demasiado para la edad temprana.
Recuerdo un verano, en Bergua, que nos propusimos "hacer" el Barranco de La Glera -río arriba- trayecto conocido por nosotros en veranos anteriores. Animamos a los nietos de Elías a que nos acompañaran, y ellos, a su vez, lo hicieron con su madre. Así que, en esas íbamos: 3 adultos y cuatro niños de edades 10, 7, 6 y 5.
Este barranco, que inicialmente se hace por el agua, se puede terminar desde una senda paralela al río sin problema alguno, saliendo a ella cuando el nivel del agua lo hace aconsejable, que, en mi caso, es bien pronto puesto que no sé nadar.
La idea de llevar a la mamá no nos colmó de alegría puesto que sí conocíamos lo aventureros que eran sus muchachos triscando por el pueblo de contínuo, pero a ella, a ella no la veíamos dote alguna, salvo acercarse al río a tomar el sol, día sí y día también. Y se confirmó nuestra expectativa.
En la mitad del barranco, cuando ya el agua nos llegaba por el pecho decidimos salir a "tierra". En ese punto los bordes del río estaban empinados, pero no imposibles de subir -lo habíamos hecho anteriormente tres veces y por eso nos atrevimos con los muchachos.
Con lo que no contábamos es con la histeria de la mamá. B. había decidido trepar para echar una cuerda que sirviera de sujección en la subida -y diera confianza, un quitamiedos, vaya- pero, con todo, la mamá iba "muertita miedo". A todo esto, sus hijos -que eran los más pequeños de la expedición- y nuestra hija habían trepado por las paredes de maravilla, agarrándose estupendamente a cuanta raíz se les pusiera a tiro. En tanto A. nuestro hijo mayor, se había aventurado un poco más en el río, desapareciendo de nuestra vista, pero no de nuestro oído.
Hacía rato que le había oído llamar ¡mamá! tengo mucho frío. Y en esas estábamos, con nuestro hijo pidiendo ayuda, la que yo no podía darle por lo de la ignorancia natatoria y nosotros, sus papás, ayudando a salir a la otra mamá, acobardada total, yo haciéndola de cuña para que apoyara sus pies y los notara firmes y B. dándola instrucciones e izándola desde arriba.
Una pared que no tendría más de 8 metros y ¡qué larga se nos hizo!En esos momentos de tensión, oyendo a mi hijo y dándole ánimos para que esperara la llegada de su padre, prevalecieron las prioridades, así tenía que ser, pese a que me lacerara oirle llamando ¡mamá tengo mucho frío!

A mis hijos, y a otros hijos, que son más fuertes y abnegados de lo que sus padres, a veces, piensan.

PAQUITA

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque no todos sean progenitores, todos somos hijos.¿Cuánta abnegación hubo en nosotros? Cada quien lo sabrá, en su intimidad.
Epv

Caminante dijo...

¿He tocado material sensible?
Aquí toca lo de ... y a quien le de que perdone que tengo la cabecita loca de tantas cavilaciones ¡te suena, verdad!
Con cariño. Paquita