diciembre 28, 2006

Etología

Se veía soberbio, imponente. Era, sin duda, el mejor ejemplar de la manada.
De pecho fuerte y ancas altas, resultó de un cruce entre una hembra oronda y un macho robusto, como la mayoría de los que caminaban con él por la cañada.
Le recordaba feliz, correteando sin desaliento, haciendo escuchar su voz al objeto de agrupar a todos los miembros desperdigados.
Ahora, sin embargo, algo turbio velaba su mirada. Algo invisible parecía permanecer de continuo frente a su cara.
Su gesto triste la inquietó. Ese ceño, antaño hermoso y alegre, había mutado, había cambiado.
Así se mantuvo todo el tiempo, como cabizbajo, aislado.
Cerca, el pastor parecía dominar el escenario y, por un momento, Pilar tuvo la sensación de que una soga le unía a la res.
Para cerciorarse se acercó aún más. Creyó advertir unas magulladuras en su lomo, pero algo debió asustarle y salió despavorido, mezclándose con los restantes miembros de su grey.
Tuvo que ser un engaño, una alucinación, porque, realmente, entre ellos, no había unión alguna. Nada, absolutamente nada.

PAQUITA

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