(Publicado por ybris en su blog vacio el 11.2.09
nomequedo.blogspot.com
Sé que le copio mucho, que no debería hacerlo, que así no pasaré los exámenes... PAQUITA)
El estruendo irrumpió como un trueno en el silencio sepulcral del miedo.
El asiento del mi pupitre se había salido del bastidor sobre el que giraba y había caído empujado por mi cuerpo contra las tablas de su entarimado.
Si eso hubiese sucedido en estos tiempos menos inhibidos, una inmensa carcajada habría surgido sincera de lo más hondo de la espontaneidad del resto de la clase, pero en aquellos años cincuenta de abandono infantil a las garras de algunos domadores a los que reverencialmente había que llamar profesores aquel estrépito fue seguido del más hondo silencio expectante a la terrible reacción de la ira de los dioses.
El dios de turno entonces estaba encarnado en el enjuto cuerpo de un terrible intermediario en cuyas manos temblaba nuestra inocencia de aquellos diez años sometidos a férrea disciplina.
Sobre ese terror brilló como relámpago el fulgor instantáneo de las gafas de présbita del amo de nuestros destinos al bajárselas hasta la punta de la nariz y poder así mirar por encima a la temblorosa víctima propiciatoria en que mi mala suerte me había convertido.
- “¡Póngase en pie inmediatamente, señor Gómez! ¿Tiene algo que decir?”
Mi voz temblorosa apenas pudo balbucir:
-”Perdone Usted. Se me ha roto el asiento”.
La tensión contenida del silencio sepulcral tembló unos segundos hasta que la ira y el sarcasmo del Olimpo cayeron sobre mi frágil cuerpo:
-”Señor Gómez. Conjuga usted a su favor. ¿No debería haber dicho más bien ‘he roto el asiento’?”
Mucho de aquellos años tenebrosos se me ha diluido en las brumas del olvido, pero esa aseveración, a la que se podría aplicar el verso contundente de Benjamín Prado “Palabras implacables como el viento que mueve/ la ropa de una estatua.”, ha perdurado en mi memoria junto con toda la tensión de aquellos momentos indelebles.
Ha pasado ya más de medio siglo desde aquello y he podido comprobar desde entonces la irrefrenable propensión de los responsables de muchos ruidos a conjugar a su favor. Y no sólo conjugar sino declinar, neutralizar, suavizar, enfatizar , soslayar y ocultar dicha responsabilidad bajo palabras, formas y gestos con que ellos se eximen de cuanto al resto nos hiere.
No me quedaré hoy con las ganas de blandir titulares de los medios con que subliminalmente se nos adoctrina día a día como si no hubiera otra posibilidad gramatical que nos recordara la infame condición con que los abusones nos tildan de sometidos:
Donde dicen que el empleo ha caído ¿no deberían haber dicho que han sacrificado los escudos humanos tras los que se parapetaban?
Donde dicen crisis por recesión ¿no deberían decir proceso de normalización tras burbujas de beneficios insostenibles?
Donde dicen restricción de créditos ¿no deberían decir derivación de los mismos desde los necesitados a los poderosos?
Donde dicen desplome del consumo ¿no deberían decir hastío de seguir aumentando el consumo innecesario?
Donde dicen flexibilización del empleo ¿no deberían decir libertad de despido?
Donde dicen aumento de competitividad ¿no deberían decir disminución de salarios?
Donde dicen derecho al trabajo y a la vivienda ¿no deberían decir a mí que no me miren, yo no soy una ONG?
Donde dicen papá-estado ¿no deberían decir 'responsables de la administración de los bienes de todos'?
Donde dicen disminución de gasto público ¿no deberían decir dejar espacio para gasto privado?
Donde dicen liberalización del mercado ¿no deberían añadir ‘mientras me favorezca’?
Donde dicen todos iguales ¿no deberían apostillar ‘siempre que no se toquen los privilegios de los privilegiados’?
Donde dicen crisis que hay que superar ¿no deberían decir, fracaso de un sistema que hay que sustituir?
…
Un libro se podría llenar con el curioso lenguaje con que aluden a derechos de todos donde deberían afirmar que sí, pero … mientras no haya obligación de nadie a forzar su cumplimiento.
Por lo menos hasta que queden -si fuera posible- ahítos del banquete y nos dejen los derechos como migajas.
Pero nunca para todos no sea que pase el hambre que obliga a costearles sus banquetes.
"Desahogo sin matices por el que digo cosas donde debería decir mejor: En lo imprescindible, lo público -todos-; en lo prescindible, lo privado -algunos" Ybris
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