http://www.lansky-al-habla.com/2013/02/el-deheson-del-encinar-urgente.html
La ignorancia hace masa crítica con la codicia para fabricar el explosivo más demoledor. Igualmente, la idea mítica de Naturaleza, con mayestáticas mayúsculas, es un sorpresivo antagonista de lo rural. De ahí que a veces haya encabezado mis diatribas en defensa de esos entornos con el lema ‘La Naturaleza contra el campo’. La noción de espacios naturales protegidos y en especial de su figura señera, el Parque Nacional surgió en una época de la colonización occidental de los Estados Unidos ligada a dos contextos inaplicables en la vieja y vejada Europa: la de la naturaleza Virgen, inalterada por el hombre, y la de frontera de esa colonización. Llegar a Yellowstone, donde los indígenas americanos ejercían sobre el entorno una presión cuantitativamente similar a la de otro predador y maravillarse por su belleza prístina es lo que motivo a aquellos primeros conservacionista y políticos norteamericanos la idea de preservar esos espacios para las generaciones futuras. En cambio, en España, por poner el caso que me va a ocupar en estas líneas, los paisajes de ‘naturaleza’ que admiramos son, en primer lugar, zonas marginales, como las marismas, las regiones volcánicas y la alta montaña, y en segundo lugar, resultado de la armoniosa y secular interacción con el hombre, y en especial con sus ganados. Los paisajes de la montaña que fueron los primeros espacios protegidos en nuestro país son tan resultado de las condiciones ambientales, geológicas, botánicas y zoológicas, como de los rebaños que los pastaban: no hay tal naturaleza intocada, y prescindir de esos usos lentamente acomodados, proscribiéndolos en aras de una supuesta conservación impecable, es el primer error; el segundo, son las expectativas generadas que provocan la afluencia de visitantes para los que esos sí, no están capacitados esos ambientes. Se protege para el hombre, como declaraban los primeros conservacionistas norteamericanos, pero luego hay que proteger del hombre, y no sólo de los usos transformadores proscritos, sino de los visitantes que acuden al imán del Parque Nacional
La ignorancia y la codicia, la mezcla explosiva es la que hace que la popular Señora (?) Cospedal pretenda ahora tratar ciertos espacios valiosos, como las dehesas de encina del oeste y centro Ibéricos, como solares sin valor, puesto que en ellas no hay osos ni bosques de majestuosas secuoyas, aunque sí el paisaje más representativo de la zona y el ejemplo mejor de ese acomodo entre el hombre y su entorno: la dehesa, en la que en cualquier caso habitan desde águilas imperiales a piaras del no menos valioso cerdo ibérico.
Junto a mi refugio del pueblo se encuentra una finca -ver artículo enlazado-, un ejemplo magnífico de dehesa aprovechada y conservada, es decir, un caso de nadar y guardar la ropa entre buen estado de conservación natural y finca con productividad agropecuaria, que además está preservada como Monte de Utilidad Pública en el que hace poco trabajaba el Instituo Nacional de Investigaciones Agrarias con una piara de cerdo ibérico seleccionada genéticamente como línea pura, que va a sufrir ese expolio, aunque eso montes son imprescriptibles e inalienables. Estoy dispuesto a impedirlo, porque una vez más compruebo que la belleza es algo que la codicia y la ignorancia han olvidado milagrosamente a su paso demoledor.
Las dehesas son los antiguos bosques ibéricos, de encinas y otros robles, que se han aclarado, se han ahuecado, dejando los árboles más dispersos en disposición ‘sabaniforme’ (por la famosa sabana africana) o de parque, lo que permite un pastizal tan interesante para los ganados del hombre como para los herbívoros silvestres, en tanto que los viejos pies de encina actúan como ‘nudos’ donde se refugia una flora y una fauna de gran interés, desde la gineta o el lince a las lianas de madreselva o los restos de vegetación mediterránea original, como el famoso madroño.
Los Montes de Utilidad Pública se crearon para combatir la deforestación que inevitablemente siguió a las desamortizaciones decimonónicas (Madoz y Mendizabal, sucesivamente) de grandes fincas rurales que pasaron de las llamadas ‘manos muertas’ (Iglesia, ayuntamientos) a los latifundistas, aunque esa no era la primera intención de los liberales que las promovieron. La finca de que hablamos fue propiedad de los Alba, los Duques de Frías y los ayuntamientos de la comarca. En ella tengo visto con Jara la berrea del venado, al jabalí, la gineta, el gato montés, la nutria, la garduña, el erizo, águila imperial, águila calzada, águila culebrera, águila perdicera, ratonero común, elanio azul, esmerejón, grullas, palomas torcaces…y un largo etcétera que ahora quieren abreviar radicalmente con el poderoso explosivo mencionado. También he podido asistir al descorche de alcornoques, el descaste de vacas avileñas, la recría de ovejas merinas y la montanera de cerdo ibérico.
Señora Cospedal: muérase o vuelva a la escuela, y aproveche esta vez mejor el tiempo que pintándose las uñas.
Señora Cospedal: muérase o vuelva a la escuela, y aproveche esta vez mejor el tiempo que pintándose las uñas.
P.S.-Disculpad el estilo, lo he escrito a toda mecha, como artículo de combate que también he mandado a la prensa comarcal y a las radios; alguna ya ha leido algunos párrafos (La SER)
CODA POSTERIOR (10.31 A.M.)
Marcel Proust sabía neurobiología; ¿por qué, si no, hablaba del efecto anestesiante de la costumbre? Bajamos el nivel de respuesta a medida que algo que percibimos inicialmente como peligroso se va volviendo familiar. Es una forma del sistema nervioso de responder no sólo a estímulos aislados sino a secuencias temporales. Yo tuve un erizo de chaval en casa (Un día mi madre le abrió la puerta a un cobrador y el animalito, curioso, asomó el hociquito por debajo de la bata materna. “¡Tiene usted ahí abajo una rata, señora!” “NO es una rata, es un erizo” le respondió indignada mi madre.). Le cogí jovencito y al principio cuando le tocaba, con las debidas precauciones, porque los pinchazos con las espinas son muy dolorosos y además se infectan, respondía con el conocido reflejo de enrollarse en bola hirsuta defensiva. Pero con mis toqueteos frecuentes dejó finalmente de hacerlo, al menos conmigo, con las visitas o los perros volvía a la posición defensiva.
CODA POSTERIOR (10.31 A.M.)
Marcel Proust sabía neurobiología; ¿por qué, si no, hablaba del efecto anestesiante de la costumbre? Bajamos el nivel de respuesta a medida que algo que percibimos inicialmente como peligroso se va volviendo familiar. Es una forma del sistema nervioso de responder no sólo a estímulos aislados sino a secuencias temporales. Yo tuve un erizo de chaval en casa (Un día mi madre le abrió la puerta a un cobrador y el animalito, curioso, asomó el hociquito por debajo de la bata materna. “¡Tiene usted ahí abajo una rata, señora!” “NO es una rata, es un erizo” le respondió indignada mi madre.). Le cogí jovencito y al principio cuando le tocaba, con las debidas precauciones, porque los pinchazos con las espinas son muy dolorosos y además se infectan, respondía con el conocido reflejo de enrollarse en bola hirsuta defensiva. Pero con mis toqueteos frecuentes dejó finalmente de hacerlo, al menos conmigo, con las visitas o los perros volvía a la posición defensiva.
Recomiendo que no nos acostumbremos a estar rodeados de estos peligrosos chorizos que saquean el país, por mucho que sean frecuentes sus expolios. Y también recomiendo que no hagamos sólo el erizo; conviene empezar a morder
Al caso que comenta Felipe Gutiérrez Pérez, y su poco aprecio por el entorno, le es de aplicación lo que dices del efecto anestesiante de lo familiar.
Que sigan haciendo fechorías es de lo más normal, para eso vinieron, para llevarse lo público, adueñárselo, y dejarnos desvalidos a la gran mayoría de los mortales... a su merced.
Lo divulgo. SI SE TE OCURRE ALGUNA MEDIDA, CUENTA CONMIGO.
No a la Venta de los Montes de Utilidad Pública en Castilla-La Mancha