http://todosenfilaindia.blogspot.com.br/2013/05/manifestacion.html
Reconozco que nunca me han gustado las aglomeraciones. Me hacen sentir incómodo. Pero hoy he venido hasta esta plaza porque ya no aguanto más. He venido solo. Todos mis amigos superan los treinta y cinco años y la crisis no les ha golpeado tan duro como me está golpeando a mí. Me avergüenza que esto sea así, pero si no me pasara lo que me está pasando, sería como ellos. Nunca he tenido unas ideas políticas demasiado definidas. Lo que me ha traído hasta esta manifestación no es el compromiso, sino la rabia. Durante los cuatro años que dura ya esta crisis, me he limitado a observar las concentraciones por televisión. Desconfiaba de los indignados. La verdad es que no me gusta esa palabra. Indignado. Siempre la he relacionado con alguien en una parada de autobús enfadado porque el autobús que le lleva de vuelta a casa se retrasa, pero que cuando llega se sienta dócilmente hasta llegar a su destino. No terminaba de fiarme del movimiento del 15M. Se convirtió en un circo mediático. Acudí a la Puerta del Sol los primeros días y llegué a creer que un cambio era posible. Poco a poco, la situación se calmó. Las elecciones en Madrid dieron el triunfo por mayoría absoluta al Partido Popular y me desengañé. Al final, el 15M se parecía más a la válvula de una olla a presión dejando escapar lentamente el vapor de la ira del pueblo que a una revolución. Como si el gobierno hubiera calculado los pasos con precisión para que el descontento popular estallase en una explosión controlada desde arriba. Pero supongo que plantó una semilla en la sociedad y es eso lo que nos ha traído hasta esta plaza. Aún así, quizás ya es tarde. Para mí y para todos.
Está poniéndose el sol y la multitud no deja de aumentar. A mi alrededor hay personas de todas las edades. Casi todo el mundo grita las consignas que lanza un hombre desde un altavoz. Estoy cerca de la cabecera de la manifestación y se masca la tensión. Las vallas que protegen el Congreso de los Diputados nos separan de los más de mil policías antidisturbios que el gobierno ha traído hasta Madrid. Un grupo de chicos a mi lado exhiben su odio hacia los antidisturbios insultándoles. Detrás de mí, otro grupo se reparte las piedras que uno de ellos ha traído en su mochila. “Esto es para los perros de azul, para cuando carguen. No nos vamos a quedar quietos”, les oigo decir. Uno de ellos me mira y me ofrece una, pero la rechazo con un gesto. No soy una persona violenta. Nunca he golpeado a nadie. Sé que la violencia deshumaniza más al que la ejerce que al que la recibe. Mi padre me ha contado muchas veces sus experiencias en las manifestaciones cuando vivía en Vitoria, durante la Transición, y siempre me decía lo mismo: “Contra la violencia gubernamental, sólo cabe la resistencia activa no violenta. No olvides nunca eso. Las piedras que lanzamos se volvieron contra nosotros en forma de disparos. Así perdí a mi amigo Pedro”. Siempre me habla de Pedro, que murió durante los Sucesos de Vitoria. “Me radicalicé aún más después de su muerte, y estuve cerca de cometer una locura. Arrinconamos a un “gris” en una manifestación y casi lo matamos de una paliza. El recuerdo de su cara destrozada por los golpes no me ha abandonado jamás”. De momento, en España no ha habido muertos. Al menos no en manifestaciones. Las bajas de esta crisis son silenciosas: suicidios, desahucios, familias enteras condenadas a la pobreza. La gente en España muere sin hacer ruido.
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