noviembre 01, 2013

Matad al maquinista, de Natalia Calvo

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Publicado en 1/8/2013

No quiero que Francisco José Garzón, el maquinista, se convierta en el conductor del mercancías de Avilés o el del FEVE que atropelló a la hermana de mi amiga.
Me encuentro trabajando en el guión de un cortometraje titulado “Matad al ciclista” y llevo varios días queriendo escribir algo sobre la tragedia del tren Madrid-Ferrol, sin encontrar un título apropiado y sin poner en orden mis pensamientos. Sin embargo, hay algo dentro de mí, algo que no puedo controlar, que me impele, me obliga a decir lo que voy a decir.

Son muchísimas las imágenes que ha reproducido la prensa del tren siniestrado, muchísimas y muy morbosas, poco ecuánimes, conmovedoras y trágicas. A veces me sucede que viendo la prensa, encuentro alguna que se queda clavada en mi conciencia tanto que me impide dormir con normalidad. En esta ocasión, más allá de la sangre, de los vagones destrozados, la imagen que me atormenta es la de Francisco José Garzón, el maquinista que llevaba el tren cuando se produjo el accidente. En ella, herido y escoltado por un policía nacional, habla por un teléfono móvil.

¿En qué nos hemos convertido como país? Mientras en un primer momento se alaba a la gente que acude a prestar su ayuda, sabiendo o no, a las víctimas del descarrilamiento, por la espalda se condena, sin más, a un trabajador de RENFE, se viola su intimidad en Facebook y se le atribuyen los más horrendos crímenes contra la humanidad que váyase usted a reír de Hitler.

Mi familia es de tradición ferroviaria, mi padre, mis tíos.... Mi abuelo y mi bisabuelo también fueron ferroviarios, todos ellos de la extinta FEVE y el Ferrocarril de Langreo. No soy imparcial porque en este santo país nadie lo es y porque no me da la gana.

Cuando era una niña escuchaba a mi padre hablar de los maquinistas de tren, esa gente tan “bien pagada” (eso dicen los que no son capaces de ver más allá de la envidia) que cometían el terrible error de atropellar a gente que elegía como método de suicidio el arrojarse a un tren de mercancías o pasajeros. Mi padre me comentaba la tortura profesional a la que se sometía a estos trabajadores después del suceso, como si tuviesen la culpa. Y también lloraba cuando esos amigos, compañeros, terminaban por suicidarse (no fue uno, ni dos) después de vivir un calvario de inhabilitaciones, psicólogos y desprecio por parte de la empresa 


Yo misma, en el apeadero de Avilés, volviendo de visitar a mis abuelos, presencié, muy de pequeña (un hecho del que todavía tengo secuelas y mucho miedo a las vías de tren, a pesar del amor que le tengo a los mismos), cómo una señora con prisa se saltaba la barrera del paso a nivel. En este lugar hay una curva cerradísima y sin visibilidad por la que pasaban, con relativa frecuencia, trenes de mercancías cargados de carbón y bobinas. Está a menos de doscientos metros del paso a nivel. Un tren de mercancías, al igual que uno de pasajeros en menor medida, necesita más de tres kilómetros para frenar con completa seguridad. La señora cruzó con la barrera bajada porque se le iba el FEVE. Lo siguiente que recuerdo, detrás de la barrera y agarrada a mi hermano y madre, fue que algo me salpicó. Y que la circulación tardó muchísimo tiempo en restablecerse y nosotros poder volver a casa. No sé qué sucedió con ese maquinista, porque pertenecía a RENFE (mi padre era trabajador de FEVE), pero, teniendo en cuenta lo que se comentaba en casa, supongo que nada bueno.

La red de ferrocarriles españoles, por su parte, siempre fue una de las mejores a nivel mundial. A pesar del pésimo diseño radial y la increíble pero cierta idea de Isabel II de que nos iban a invadir por tren, lo que motivó que los anchos de vías fueran diferentes de los del resto de Europa durante mucho tiempo, a pesar de todo ello, poseíamos una red ferroviaria envidiable. En el norte de España, al menos en Galicia, Cantabria y Asturias, los trenes llegaban a pueblos perdidos con un servicio muy correcto y aceptable y con horarios que favorecían su uso.

Entonces llegaron las privatizaciones. El servicio de FEVE y RENFE empezó a encontrar una competencia desleal con la permisividad hacia ALSA por parte de las instituciones. Ahora es muy normal encontrarse un autobús de esta empresa haciendo uso de las paradas municipales, por ejemplo. Después, y no hace tantos años, se empezaron a recortar las líneas ferroviarias, suprimir paradas (pero no estaciones, como dice la ministra, las estaciones seguirán existiendo. Gracias, ministra). Y aquí llegamos a la desaparición de FEVE (Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha), la reducción de salarios (por ser funcionarios para lo que conviene, por pasar a RENFE, porque FEVE iba mal, porque se quitan las pagas de navidad) y la implantación de horarios restrictivos, eliminación de trenes y reducción del personal. La mayor parte de trabajadores de la red ferroviaria española no conocen su futuro: especialistas, jefes de estación, interventores, azafatas, camareros, vendedores de billetes, limpiadoras y maquinistas.

¿Qué ha pasado con nuestra línea ferroviaria, admiración de muchas partes del mundo? Desde que se inició el proceso de privatización de todo lo privatizable en este país, comenzó un declive absoluto en esta infraestructura estatal fundamental. Sigue perteneciendo en parte al estado, a los españoles, sin embargo, el proceso por el que pasará a manos privadas es ineludible ya. España está intentando conseguir, además, las concesiones de ferrocarriles de alta velocidad y vías de metro en Brasil y Arabia Saudí, por lo que una tragedia como la de Santiago o el descarrilamiento de un tren en Barcelona sin muertos, no pueden empañar la campaña de publicidad para obtener las obras. ¿Qué nos queda, pues? Matemos al maquinista.

(...)

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