septiembre 26, 2014

“Las revoluciones las hacen millones de personas que aspiran a llegar a fin de mes”

Entrevista a Joan Tafalla, maestro de Primaria, militante comunista y miembro de Espai Marx. Texto de Enric Llopis
Rebelión  26-7-2014
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=187719 

(...) -Por último, eres de los que sostienes que el camino de las transformaciones sociales es muy largo, da muchos rodeos y siempre se presenta cuesta arriba… Al tiempo que criticas la impaciencia y los atajos “elitistas” (llevas más de 40 años de militancia comunista) ¿Puedes explicar esta idea?
Cuando expongo algunas de estas opiniones sobre la larga duración, sobre el trabajo lento y pertinaz, sobre el trabajo capilar, molecular, que se encuentra en la base de las grandes transformaciones sociales, se me suele tildar de pesimista. Yo siempre contesto que por el contrario, soy un optimista. Si no lo fuera habría tirado la toalla. Por ejemplo no estaría contestando esta entrevista, no aceptaría las propuestas de recorrer decenas o centenares de kilómetros, para explicar cosas ante pequeños núcleos de militantes jóvenes y no tan jóvenes. Esa es la actividad a la que me dedico en los últimos años.
Soy pues, soy optimista, es decir, creo que los seres humanos, si quieren, pueden llegar a su unificación como género. Ahora bien, una ya larga experiencia y diversos costalazos me han mostrado que las cosas no son simples, que cambiar la sociedad es algo más que un simple deseo más o menos arbitrario de una o de varias personas.
Junto con otros compañeros a quienes debo muchas de las reflexiones que intento difundir y divulgar, he hecho, hemos hecho, el esfuerzo de sacar algunas consecuencias de la experiencia del siglo XX. Lo hemos hecho tratando de no tirar al niño junto al agua sucia. El comunismo históricamente existente en el siglo XX debe ser datado y ubicado en un contexto terrible de dos grandes guerras mundiales, de una terrible lucha de clases tanto en el terreno nacional como internacional. Ese contexto social, político, económico, cultural, militar y geopolítico (todas esas y aún otras determinaciones influyeron el comunismo del siglo XX) y determinaron las formas orgánicas, los programas y los métodos que adoptó. Seguramente estas formas, esos programas, esos métodos, en muchos casos no sirven ya para nuestra realidad. El comunismo debe reinventarse en el siglo XXI, debe renacer de sus cenizas. Y me atrevo a decir que será un comunismo reconciliado con sus principios básicos y originales: con la democracia, con la igualdad y con la libertad. O no será otra cosa que unas líneas en los manuales de historia.
Dicho esto, me gustaría recordar que la revolución no es el estado normal de las sociedades. Las revoluciones no las hacen los revolucionarios más o menos permanentes. Las revoluciones las hacen decenas de millones de personas en coyunturas muy precisas y en que las clases en el poder ya no pueden dar a los de abajo respuesta positiva a sus aspiraciones. La hacen decenas de millones de personas cuya aspiración no es hacer revoluciones sino, simplemente, llegar a fin de mes, o dicho en otras palabras: tener pan, techo y trabajo. Mientras la dinámica del capitalismo permite satisfacer estas necesidades, mientras las demandas permanecen en su fase corporativa, el movimiento político y social de las clases subalternas es cooptable, es integrable, puede ser satisfecho. La integración y satisfacción de sus reivindicaciones, en lugar de ser un estorbo son un motor de desarrollo.
Solo cuando esas necesidades básicas no pueden ser satisfechas solo cuando van a contrapelo de la dinámica de desarrollo capitalista, esas aspiraciones pueden llegar a adquirir un sentido subversivo. Sólo entonces pasan a ser, de motor de desarrollo a obstáculo para la dinámica del capital y, en muy determinados y minoritarios casos pasan a constituir la base de un nuevo orden. Un nuevo orden que vaya más allá del capital. A mi me parece que estamos entrando en una fase de este tipo. Pero como siempre prefiero que la situación nos pille con los deberes hechos.

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