COPIADO de la pág. de fb de Fernando Broncano R el 7/3/2017
La
reciente “performance” de Mercedes Milá ante el bioquímico José Miguel
Mulet en el programa “Chester in Love” de Risto Mejide Roldán me ha
traído el recuerdo de algo que escribí hace tiempo, y que dediqué a mi
hija Elena Battaner Moro, con motivo de
haber culminado su tesina. Lo traigo a colación en solidaridad con mi
colega Mulet y porque en el mismo trataba de algo que siempre me ha
causado un cierto cabreo: la ignorancia exhibicionista, también conocida
como ignorancia autopregonada. Ahí va:
De ignorancias
El
diccionario define ignorancia como calidad de ignorante. La sutil
circularidad de la definición oculta, entre otras muchas cosas, las
múltiples facetas de dicho concepto. Así, el oráculo de Delfos declaraba
que Sócrates era el hombre más sabio de toda Grecia, porque poseía un
inventario claro de su sabiduría: “Sólo sé que no sé nada”. Llamaremos a
esta ignorancia, por lo tanto, socrática. Toda nuestra mucha o poca
ciencia, toda nuestra más bien escasa sabiduría, tiene su fundamento en
la ignorancia socrática. La constatación modesta de nuestra poquedad, de
la inmensidad de lo ignorado, de lo que nos queda por aprender, ha sido
el motor que ha puesto a la Ciencia, y de paso a la Humanidad, allá
donde está. Bendita sea, pues, la ignorancia socrática.
Cuentan
que estando Jan Hus en la hoguera, observó desde su lamentable
situación cómo una viejecita atizaba entusiásticamente el fuego. El
reformador checo, en medio de su terrible agonía, acertó a pronunciar:
“O Sancta Simplicitas”. Es éste un ejemplo de la llamada ignorancia
santa, que es la de aquellos a quienes el poder mantiene así para
perpetuarse. La ignorancia santa tiene un inconveniente. De vez en
cuando alguien, iluminado y carismático, abre los ojos a quienes están
en tal estado. El resultado de esta súbita desaparición de la ignorancia
santa suele ser una Revolución, así, con mayúscula.
Un
tercer tipo es la ignorancia vergonzante, muy frecuente en medios
académicos y universitarios. El vergonzante, aun consciente de su
ignorancia, tiende a ocultarla a toda costa. La letra impresa suele ser
el bálsamo de estos ignorantes; y por tanto se dedican a llenar páginas y
más páginas de nimiedades e intranscendencias. Nada oculta la propia
ignorancia mejor que un soporífero artículo que nadie lee, o un plúmbeo
libro publicado institucionalmente que nadie compra. Por mi parte, nada
que objetar a la ignorancia vergonzante; una vez detectada, suele ser
inofensiva.
Pero hay un cuarto tipo de ignorancia del
que hay que huir como de la peste: la ignorancia exhibicionista, también
llamada ignorancia autopregonada. Es la de aquél que no sólo es
ignorante, sino que alardea de serlo. El ignorante autopregonado
necesita un público, y lo suele tener. Ya se preocupan los que mandan de
que siempre haya en nómina una nutrida pléyade de estos ejemplares;
también se preocupan de que siempre tengan un público. Son sus enemigos
la Ciencia y la Belleza, que ellos llaman pedantería y afectación. Su
misión en esta vida es la de mantener en ignorancia santa a los demás, y
recogen con fruición las doce monedas o el mendrugo de pan que el poder
les arroja a la cara en pago de su vil oficio. "Ahí me tenéis; - dice
el ignorante autopregonado a su público - ni sé ni quiero saber nada; y
sin embargo, soy toda una personalidad, pues altos son mis patronos.
¿Para qué queréis salir, pues, de vuestra ignorancia?". El demagogo y el
provocador son otras tantas manifestaciones del ignorante
autopregonado. Mirad bien a vuestro alrededor, que el mundo está lleno
de esta deleznable especie. De ellos, y de sus señores terrenales,
“Libera nos Domine”.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo: Venezuela se retira de la Organización de Estados Americanos
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