mayo 05, 2017

Docente argentino. Les pido perdón, de Matías Gustavo Pássaro


Estimados alumnos: les quiero escribir para pedirles perdón. Son muchas las cosas en que fallé como profesor de historia, y llegó el momento de hacer una autocrítica.
Perdón cuando, estudiando el movimiento obrero, les expliqué el derecho a huelga. Eso está muy bien estudiarlo, pero resulta que en la vida real hay que cumplir las obligaciones callado la boca, con la cabeza gacha, soportando lo que sea, porque el esfuerzo individual lo es todo, y al que no le guste que se vaya y busque otro trabajo, como en el siglo XIX. Me equivoqué al pensar que los docentes podemos exigir mejores condiciones laborales y que ustedes podrían hacer lo mismo el día de mañana.
Perdón por “tomarlos de rehenes”, como dicen los presentadores de televisión a la noche. Fue un error creer que los docentes también tienen hijos que pierden clases, y más aún, pensar en a esos padres les cuesta mantener una familia con un salario que apenas pasa la canasta básica por 20 horas titulares.
Perdón por ser un vago que no trabaja. Alguna vez creí que al llegar a mi casa, corregir, armar exámenes, planificar clases era parte de mi labor. También creí que planificar actos, hablar con los padres, y escucharlos a ustedes en los recreos porque nadie más les pones el oído, todo fuera de clases, eran cosas que formaban parte de la vida del docente. En fin, me olvidé que caigo con las manos en los bolsillos, estoy cuatro horas haciendo nada, y vuelvo a mi casa a dormir cuatro horas de siesta, y no haciendo triple turno.
Perdón por pagar el material. No sé que se me cruzó por la cabeza llevando fotocopias, libros, y todo lo posible para que trabajen, cuando en la mayoría de las escuelas muchos de ustedes no pueden pagarlas. Fue un error de mi parte no gastar ese dinero en un whisky importado.
Perdón por poner plata para pagar artículos de limpieza en las escuelas. Si el Estado no se encarga, ¿por qué debería hacerlo yo? Al fin y al cabo, no hay riesgo para mí en que usen los baños meados sin una gota de desinfectante.
Perdón por decirles que estudiar es el único camino para salir adelante. Mis siete años en la universidad, la validación del título, los cursos docentes, sencillamente nada de eso servía, si desde el gobierno toman voluntarios que jamás fueron formados en la docencia. Les mentí. No estudien, no se preparen. Pueden llegar a donde llegué yo por una simple decisión política. No hace falta saber de pedagogía. Y, menos todavía, no hace falta saber quién entra un salón. Al fin y al cabo, Kant dijo que no había nada mejor que la buena voluntad, y así funcionará la educación de ahora en más.
Perdón por dar clases en situaciones antipedagógicas, contrario a lo que establece el artículo 7 inciso j) del Estatuto Docente de la Provincia de Buenos Aires; por trabajar sin calefacción, sin ventilación, sin bancos, sin vidrios en las ventanas, sin tizas, escribiendo en la parte de atrás de un mapa a falta de otra cosa. Debí haberme ido y no volver hasta que las condiciones fueran las que correspondían, lo que equivale a decir que no podría volver jamás.
Les pido perdón por hablar de ciencia: les había asegurado que estudiar para convertirse en científicos es un logro individual pero a su vez colectivo, que serviría iba a sacar adelante el país. No sabía que un ministro camaleónico iba a recortarles el futuro.
También perdón a los padres, sobre todo de las escuelas privadas. Siempre me olvido que la contraparte por el pago de la cuota es mi renuncia a hacer paro. Suponiendo que la mayoría de las escuelas son subvencionadas, y que mi salario es pagado por el Estado, tuve el atrevimiento de adherirme a alguna protesta para mejora salarial. Me olvidé que allí soy un empleado y no un profesional.
Perdón por Baradel, tipo al que no voté, secretario de uno de los cuatro o cinco sindicatos docentes que existen en la provincia (aunque el resto no les importe a los medios), por dejar que me represente, y del que todos quieren que me haga cargo. Imagino que también deberé pedir perdón por un gobierno que no voté pero que, al fin de cuentas, me representa: así funcionan las democracias representativas.
Perdón a mis colegas, por estar junto a ellos horas en mesas de examen que no me corresponden, haciendo de vocal, pasando actas en un libro si es que 7 u 8 profesores antes que nosotros todavía no terminaron de pasar las suyas.
Perdón al gobierno, por meterle un palo en la rueda. No era mi intención no poder cubrir el aumento del colectivo con un aumento de salario del 18%.
Perdón a los libertarios argentinos, fotocopias borrosas de Ayn Rand que tanto fastidio sienten por la escuela pública. Si pudiera cobrar mi salario de dinero que no salga de sus impuestos, lo haría con gusto, para no tener que escucharlos más.
Perdón a los que se ofendieron en cada red social cuando me expresé contra el voluntariado. Me quedó claro que psicológicamente no estoy apto para estar frente a un salón cuando me dijeron que era una lacra del Estado que merecía la muerte. Me alivié de saber que ustedes querían sustituirme.
Perdón por las vacaciones de verano y el receso de invierno. Juro que si quiero entrar a la escuela en enero no me dejan.
Perdón por mi medio salario en negro.
Perdón por las licencias que no tomé, pero me acusan de usar de forma abusiva.
Perdón por la obra social deficiente.
Perdón al gobierno por hacerle paro.
Perdón al gobierno anterior por haberle hecho también paros.
Perdón al gobierno de Alfonsín por los más de 40 días de paro, aunque yo no haya nacido en esa época.
Perdón por haber elegido ser docente y no abogado, ingeniero, dueño de un locutorio. Si sabía que les molestaba, hubiese hecho otra cosa.
En fin, perdón, porque voy a seguir haciendo lo mismo, día tras día, año tras año. Y no por alguna recompensa, que ya sé que no existen en ningún orden de la vida. Sino por puro convencimiento y porque es lo que sé hacer: ser profesor.
Si algún día dejo de pedirles perdón, será por jubilado o porque la cuerda se me acabó antes y tuve que devolver la vida que se me prestó. Pero no por haber dejado un trabajo que, con buenas y malas, me llenó la existencia y me hará trascender en el recuerdo de cada alumno que quiera acordarse de mí.
Así que, perdón, porque nunca van a saber lo que es estar frente a un aula.
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OTRO ASUNTO. Hoy en Perroflautas del Mundo:
LA MISERIA: EL GRAN NEGOCIO DE LAS O.N.G.




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