Nuccio Ordine es un apasionado por la educación, la literatura y el arte. Es
profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria, miembro
de honor de la Academia de Ciencias de Rusia, miembro de la Fundación
Alexander von Humboldt y del Centro de Estudios Renacentistas de la universidad de Harvard. Su más reciente libro, La utilidad de lo inútil,
traducido a más de 20 idiomas y editado en Colombia por el Grupo
Editorial Penta, se compone de ensayos en los que el autor critica las
condiciones e imposiciones de la sociedad actual, y reflexiona sobre la
triste pérdida de los saberes “inútiles”: los culturales. Ordine propone
rescatar de los clásicos lo que nos sirva para la vida de hoy, y para
oponernos a las tendencias totalizantes que de cuando en cuando nos
enceguecen.
Los jóvenes (al
menos cierto sector de las nuevas generaciones) están rompiendo el
paradigma de una vida convencional y están buscando modos de vida más
simples. ¿A qué cree que se debe ese fenómeno?
Yo
no soy tan optimista porque considero que los jóvenes hoy en día están
muy condicionados por una sociedad utilitarista, como lo es la nuestra.
Como profesor universitario, he comprobado más de una vez que la
sociedad hace creer a los jóvenes que el único objetivo de la
universidad es obtener un título para ganar dinero, aun cuando ese sea
un concepto totalmente equivocado. Para que ellos comprendan que el
objetivo de la universidad va más allá, siempre les leo “Ítaca”, del
poeta griego Konstantino Kavafis, que es una reescritura moderna del
mito de Ulises. Kavafis dice a sus lectores lo que yo digo a mis
alumnos: lo importante no es llegar a Ítaca sino la experiencia que
vamos a vivir durante el viaje. Eso es lo que quiero que comprendan. Más
allá del dinero o los lujos, lo que en realidad importa es la riqueza
intelectual y la experiencia que se adquiere con el tiempo. A la
universidad se va para ser mejores seres humanos, hombres y mujeres
libres que se enriquecen con el conocimiento. Sin embargo, no veo en
realidad que los jóvenes se acerquen desinteresadamente al arte, a la
poesía, a la cultura.
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¿Habrá un punto de quiebre entre la supremacía del utilitarismo sobre la educación y la cultura?
En
este contexto es muy difícil pensar en un cambio, porque las
universidades, las escuelas, se han transformado en empresas. Y la
universidad, por ejemplo, parece tener la tarea de vender diplomas. Noto
con suma tristeza y preocupación que se ha perdido la antigua idea de
la universidad como institución capaz de formar ciudadanos cultos,
mujeres y hombres que sean capaces de pensar de manera autónoma y
crítica. Hoy en día parecería que la escuela y la universidad estuvieran
apoyando cada vez más la demanda de la sociedad utilitarista. Por
ejemplo, actualmente en Italia se está discutiendo la importancia de
usar smartphones en clase para promover el estudio entre los
estudiantes. Para mí, eso es una estupidez enorme porque muchos estudios
demuestran que los estudiantes son adictos a los celulares y a
internet. Como consecuencia de esto, los jóvenes ya no tienen el sentido
de la concentración y sobre todo, del silencio. Además, me parece
realmente grave que los gobiernos quieran invertir más en tecnología que
en capital humano ¿Cómo podemos pensar en el futuro sin buenos
profesores? El acercamiento a la cultura y la educación solo depende de
buenos docentes, apasionados por transmitir conocimiento.
En el libro hay una anécdota de David Foster Wallace
en la que se cuenta el viaje de peces jóvenes y viejos en una corriente
de agua. ¿Hacen falta peces que naden contra la corriente, o la
corriente los está arrastrando a todos?
Como
el anciano pez que saluda a los peces jóvenes y les dice “cómo está el
agua”, los profesores también pueden ser esos peces que pueden
explicarles a las nuevas generaciones que las cosas más simples y
sencillas de la vida son las más importantes. Las páginas de los libros
de literatura sirven para destruir ese falso mito de la sociedad de
consumo, que valora al hombre según la cantidad de dinero que tiene. Sin
embargo, la felicidad en realidad no tiene nada que ver con el dinero,
tiene que ver con esos grandes valores de la vida que desafortunadamente
ya no vemos porque somos como esos pequeños peces de David Foster
Wallace que viven en el agua pero no saben qué es el agua. Nosotros
vivimos en la cultura pero no sabemos qué es la cultura. La tarea sería
-o es- educar a los jóvenes en ese valor.
Su libro Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal será presentado en nuestro país en noviembre. ¿Retomar la lectura de los clásicos es una forma de resistencia?
Sí,
los clásicos pueden ser un antídoto contra la lógica y la dictadura del
utilitarismo. Los clásicos no se leen para aprobar un examen, ni por
una calificación: se leen porque nos enseñan a vivir. Por ejemplo, un
texto griego del filósofo Plutarco explica la noción de identidad a
través del mito del barco de Teseo. ¿Por qué? Porque después de dejar el
barco en la orilla, sin importar cuántas veces cambió la madera, su
estructura siguió siendo la misma. Si se traslada el mito a nuestros
días, podría decirse que cada pueblo siempre ha tenido contacto con
otras formas y culturas, así como en el barco las nuevas piezas de
madera sustituían las anteriores. La literatura clásica sirve para que
los jóvenes entiendan el presente, los cambios y el porvenir,
simplemente hay que leerla e interpretarla.
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