Ana Pardo de Vera Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
25/11/2025
Como decíamos ayer, durante el procés de 2017, los demócratas defenderemos siempre el derecho a ser independentista catalán o gaditano, si hubiere, pero denunciaremos con la misma contundencia y rechazo la propaganda xenófoba y a favor de las violaciones de los derechos humanos. Efectivamente, y aunque suene pesimista citar a Santayana otra vez, si los partidos democráticos no toman medidas radicalmente democráticas, valga la redundancia, parece que estamos "condenados" a repetir nuestra historia. Y no, cuando hablamos de "partidos democráticos" no nos referimos a los que acceden a las instituciones aprovechando estas vías para imponer sus ideas autoritarias. El mejor y más estrambótico ejemplo, ya saben, lo tenemos hoy en Donald Trump, pero sus réplicas se reproducen por todo el mundo.
Los partidos de ultraderecha -y por extensión los timoratos de las derechas democráticas- inventan, mienten, manipulan y reparten miedos y odios de unos contra otras y otros contra unas como núcleo de sus campañas de captación de electorado, no es nada nuevo en las maltratadas democracias; y Catalunya no iba a ser una excepción. Aliança Catalana, en su independentismo catalán legítimo, siempre presente en el territorio vote más o menos, ha colado la xenofobia como núcleo de sus propuestas, en su caso, como acicate independentista. La formación ultra que preside la diputada en el Parlament y alcaldesa de Ripoll Sìlvia Orriols, por supuesto, miente sistemática y compulsivamente sobre la inmigración islámica, achacándole todos los males de Catalunya, algunos manipulados y otros directamente inventados: los problemas de vivienda, de saturación de los servicios públicos, de inseguridad,... Nada nuevo en la escuela fascista de todo lugar, salvo que ella lo dice en catalán y por y para que los catalanes cojan miedo y odio a la vez a los inmigrantes musulmanes.
Desde que AC ha empezado su ascenso meteórico, Vox, PP y Junts dieron pistoletazo de salida a esa cínica transformación tan típica de quienes ven que se les escapan los votos dentro de espacios electorales que, si no iguales, sí confluyen en zonas comunes. Junts rompió (otra vez, pero de forma más agresiva y aparatosa que otras veces) con la mayoría de investidura que apoyó el Gobierno de Pedro Sánchez; el PP de Alberto Núñez Feijóo anunció el endurecimiento de las políticas migratorias sumergiéndose en la xenofobia explícita, y Vox, que ya lleva el fascismo por bandera, incrementó las intervenciones en catalán de sus líderes allí, como Ignacio Garriga. Esta constatación del bilingüismo interesado de Vox en Catalunya, recogida por el diario Ara, no es anecdótica, pues viene a confirmar otra vez que al fascismo, sea catalán, español, húngaro o argentino, le da lo mismo decir una cosa y hacer la contraria para ganar electores y matar libertades, en este caso, acabar con el catalán como lengua oficial mientras lo habla alegremente en los medios autonómicos.
La lucha por los votos entre la ultraderecha catalana sería un espectáculo bufo si no fuera un drama por cómo arrastra a partidos que, de inicio (o de palabra), renegaban del fascismo, conformando así mayorías en las que, como la experiencia demuestra, siempre gana el original, como mínimo, cualitativamente. Es decir, gana imponiendo sus mensajes, primero, y sus políticas, después, contra los inmigrantes, los pobres, las mujeres, la cultura, el conocimiento, los servicios públicos universales... en definitiva, contra los derechos humanos y las libertades, contra la democracia. En Catalunya, en España, en Europa y en el mundo, el fascismo se reinventa todo el tiempo, así que cuando la democracia deja agujeros por todas partes por desidia, incompetencia o canguelo, los ultras acaban imponiéndose.
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