enero 02, 2023

Hacia una antropología del consumo, de Mary Douglas. Introd. de Fernando Broncano

 23/10/22

 
Supongo que la gente hipercrítica de la sociedad consumista y la partidaria del decrecimiento sentirán alborozo: empieza una década en la que el consumo medio se va a restringir en términos absolutos y relativos a lo largo y ancho del mundo (excepto en Dubai, me imagino). Es un
buen momento

para releer este libro de la gran antropóloga Mary Douglas (1921 - 2007) de 1979, donde se aproxima al consumo desde la antropología. El libro comienza con la pregunta fundamental: ¿por qué consume la gente?. Se queja Douglas con razón de que el consumo se trata en economía como una caja negra en la teoría de la demanda. A los economistas no les importa qué se consuma sino cuánto en términos monetarios. La otra tradición que trata el consumo es la de quienes citaba antes: los moralizadores que promueven la mala conciencia de pecado en cada compra y abjuran de la sociedad de consumo. Tampoco les importa qué se consuma y por qué, tienen la convicción de que la gente son zombies dirigidos por la publicidad. Solo importa el imperativo del ascetismo (que, por cierto, el ascetismo es siempre la ideología de consumo de las religiones: nada para el individuo, toda la riqueza para la iglesia).
Además de estas dos malas descripciones del consumo, Douglas critica dos teorías del consumo, ambas criticables: la primera es la teoría de las necesidades básicas, que implica una teoría de la pobreza adjunta a ellas. El problema es que los indicadores de pobreza son siempre relativos a la desigualdad. En todas las sociedades, como bien enseñó Ortega, las necesidades son un constructo. Arturo Escobar, en su libro "La invención del Tercer Mundo" explica muy bien cómo se generó la convicción de que había estados pobres que había que desarrollar.
La segunda teoría, que nos lleva a la economía política clásica, es la teoría de la envidia: los grupos no padecen demasiado con bajo consumo a menos que una parte de ellos accedan a una plétora de bienes, provocando entonces una justa indignación por la desigualdad. El fallo de esta teoría (en realidad dos: la que considera la envidia una emoción negativa y la que la considera la base del sistema económico) es que se fija en lo subjetivo y no en lo objetivo que es la desigualdad y la mala distribución de los bienes.
El consumo, concluye Douglas es el espejo del valor y del significado de una sociedad, es la mejor ventana a los proyectos y deseos que una comunidad considera parte de una vida decente. El consumo saca del mercado la mercancía y la consume. Es el espejo del valor, ciertamente, se consume el tiempo de trabajo social congelado, como nos enseñó Marx, pero tampoco Marx tenía una teoría del consumo. No le dio tiempo. Quienes viven en la pobreza también consumen por encima de sus posibilidades, como todos, la diferencia, explica Douglas, y por eso es tan útil su mirada, es que no tienen capacidades para hacer proyectos, por ejemplo de previsión de gasto en un año. Viven al día, en un presente continuo (precario y angustioso).
En fin, la inflación, la ruptura de las cadenas de suministros, la ansiedad por el futuro y en general la desglobalización puede que hagan irreversible el declive de la sociedad de consumo. Solo que este declive, como siempre, irá por barrios.

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