¿De verdad funciona la agricultura regenerativa, cuidando la tierra y no exprimiéndola? ¿Es rentable? ¿Se puede vivir apostando por la agricultura y ganadería regenerativas? Para comprobarlo sobre el terreno, hemos acompañado a sus promotores, responsables del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT Food), cofundado por la UE, en un viaje por la volcánica comarca de La Garrotxa, en Girona, donde el cambio empieza a ser una realidad. Porque, como afirma sin el más mínimo género de dudas Begoña Pérez Villarreal, directora general en el sur de Europa de la sección alimentaria de EIT Food, «el futuro tiene que ser regenerativo. Hay que cambiar. Así no se puede seguir otros 40 años».
Los hermanos Bastons, de Sant Feliu de Pallerols, con sus vacas. Foto: César-Javier Palacios.
Puede parecer sorprendente e incluso paradójico, pero al mismo tiempo que la Unión Europea promueve con la nueva PAC la agroganadería más industrial, está profundamente preocupada por el empobrecimiento de los suelos, exceso de riego y contaminación por pesticidas y fitosanitarios que tales prácticas acarrean. Hasta el punto de invertir muchos millones de euros en impulsar técnicas regenerativas, que desde hace cuatro años ya aplican 1.800 pequeños productores en 30.000 hectáreas, 7.190 de ellas en España, donde nació el proyecto. Un radical nuevo enfoque agrícola que da la vuelta a todo lo que habíamos hecho hasta ahora en el campo, prácticamente desde tiempos neolíticos. Porque se centra en restaurar la calidad del suelo mediante la adopción de manejos sostenibles antes que pensar en la producción.
Para contar todo esto, nada mejor que nuestro viaje a Girona. Para comprobarlo sobre el terreno.
Payeses regenerativos por curiosidad y sensibilidad
Con su camisa a cuadros azules, gorra de béisbol, pantalón vaquero, pelo corto, rodeada de grandes vacas, nadie sospecharía que esta payesa de espíritu libre fue una periodista especializada en infografías que abandonó la redacción del periódico en Barcelona para montar en Campllong (Girona) una exitosa granja productora de leche, queso y yogures ecológicos. Su marido, Alfons Mir, economista, la siguió convencido. Aunque Anna Serra niega ser granjera: “Lo nuestro es un hotel para vacas. Las cobijamos, limpiamos y damos de comer para que disfruten al máximo de la estancia, pero como no tienen dinero, nos pagan el trabajo con su leche”. ¿Y son buenas pagadoras?, le pregunto. “Las mejores”, responde convencida. “Nuestra responsabilidad es que estén sanas y contentas para que nos den leche de calidad, así ganamos todas”.
Usa el femenino plural mirando de reojo, cual madre orgullosa, hacia su hija Anna, quien ha heredado su nombre, amor por los animales y los mismos ojos felices. Anna Mir, 25 años, estudió Ciencias Ambientales en la Universidad de Girona. Sus compañeros la conocen como Anna, “la de la granja”, algo que a ella siempre le llenó de orgullo, sabedora de que la auténtica ciencia ambiental se practica en el campo, entre alfalfas y vacas; se saborea bebiendo un vaso de leche recién ordeñada. “Queremos que todo sea lo más natural posible, simplificar al máximo. Porque menos es siempre más”, explica con candor, como si fuera lo más lógico del mundo.
Así nació La Selvatana. Fueron de los primeros en Cataluña en reconvertir su explotación ganadera a ecológica, más por pura convicción que por interés comercial. El éxito les ha dado la razón. Sus productos han alcanzado fama justificada, hasta el punto de que los hermanos Roca utilizan esta leche para unos revolucionarios helados de alta gama.
Pero ellas querían más. O menos, según se mire. “La ganadería ecológica se basa en alimentar a los animales con pastos ecológicos, pero no cambia en nada nuestra relación con ellos”, destaca la matriarca. Tampoco mejora la sostenibilidad de la explotación, pues las vacas siguen comiendo mayoritariamente piensos a base de soja o maíz que vienen de la otra parte del mundo, acumulando toneladas de estiércol cuya gestión siempre es muy complicada. Por eso han apostado por la ganadería regenerativa, la más ecológica de todas, advierten. Algo tan revolucionario, y al mismo tiempo tan arcaico, como tener a los animales pastando en los campos cercanos, comiendo tan solo la hierba que crece en ellos, rotando entre los prados para no castigar el suelo y favorecer su regeneración natural; de ahí el nombre.
“Nos habíamos olvidado de alimentar el suelo en lugar de alimentar el bolsillo”, critica Anna Serra. La suya es ahora una visión mucho más holística, más de tener en cuenta las estaciones del año, la necesidades de los animales y las plantas, sus tiempos que evidentemente no son los nuestros. Por eso, esta periodista reconvertida en ganadera apuesta por “imitar a la naturaleza en lugar de complicarnos la vida”. Y lo tiene muy claro: “Si quieres una vaca feliz, tienes que cuidar la tierra”.
A sus palabras le vendría fenomenal el mugido afirmativo de una vaca, pero las de La Selvatana son sorprendentemente silenciosas. “Eso es una buena señal, que en la granja se oigan los pájaros o las gotas de lluvia y no vacas protestando”, confirma Anna Mir. “Porque significa que están relajadas, que no sufren estrés”. Lo dice con una sonrisa sincera, los mofletes colorados por el sol de la vida sana en el campo, el mono azul de trabajo arremangado por la cintura, un perro fiel a su lado, vacas que buscan sus caricias y el jaleo de juguetones gorriones rematando una imagen que, si no es pura felicidad, se le parece mucho.
¿Qué hace un geógrafo en una huerta dos estrellas Michelin?
Las prácticas regenerativas no solo funcionan en la ganadería. También son exitosas en la agricultura. Especialmente en viñedos, para la producción de vinos de alta gama, pero también en explotaciones de olivos, almendros o árboles frutales. En los cultivos hortícolas los resultados son excelentes, a decir de quienes han abrazado este nuevo sistema de relación con la tierra que va más allá de lo ecológico e incluso de la permacultura.
Un caso de éxito es la huerta que abastece al restaurante Les Cols, en Olot, dos estrellas Michelin y tres soles de la guía Repsol, entre cuyas cazuelas reina Fina Puigdevall, pionera de la alimentación sostenible y la cocina no viajada o de kilómetro cero. Le acompañan en esta aventura gastronómica sus hijas Martina, Clara y Carlota, y su marido, Manel Puigvert.
Es una familia unida a la mesa y a unos alimentos estrella propios de La Garrotxa y que ellos mismos producen con cariño, como el alforfón, la patata de La Vall d’en Bas o las judías de Santa Pau, estas últimas anunciadas en su menú como “el caviar de La Garrotxa”. Se crían con cariño a la sombra del espectacular edificio I+D Casa Horitzó de la Vall de Bianya, a pocos minutos del restaurante, en el mismo centro del Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa. Te imaginas un huerto payés cultivado a golpe de azada, pero aquí hay casi tanta tecnología como en un teléfono móvil, tanta tradición como tener en cuenta las fases de la Luna para sembrar, y tanta naturaleza como el nido artificial donde crían los mochuelos (lucha biológica contra ratones y topillos) o el pinar mezclado con robles y enebros cuyo embriagador aroma abraza la finca. Tomás Picó, ingeniero agrónomo, es su responsable, cultivador de unas tierras mimadas en las que se sigue un modelo híbrido que califica como biológico. “Se sigue con la tradición de las huertas de la zona, que hemos actualizado con técnicas de agricultura ecológica, regenerativa y biodinámica”.
Puede parecer sencillo, pero nada hay más complicado. De hecho, la pequeña explotación de Fina Puigdevall cuenta desde hace tres años con la colaboración a tiempo completo de un geógrafo, Miquel Masias. Su misión es lograr que la explotación forme un todo con el paisaje. “Pretendemos que nuestra huerta se convierta en un exponente más de la naturaleza, y que en lugar de degradarla, contribuya a mejorar la biodiversidad”. Dicho así suena un poco a propaganda vacía, pero para confirmarlo, nadie mejor que los dos investigadores de la universidad, que al caer la noche descubrimos muy concentrados en una esquina del huerto. Están preparando una inofensiva trampa luminosa que les permitirá muestrear y catalogar los insectos nocturnos que habitan entre tomates y calabacines, una gran pantalla blanca instalada en medio de la huerta y que, con la llegada de la oscuridad, empieza a atraer pequeños animales de inusitada belleza. “Ya tenemos más de 250 especies distintas identificadas”, confirma uno de ellos, lupa en mano. Estos estudios, remarca el geógrafo Masias, “nos sirven como bioindicadores de que lo hacemos bien”.
Una vez más, las técnicas regenerativas funcionan. En la huerta, un gallinero móvil va cambiando cada 15 días de bancal para que las aves ayuden a controlar las plagas gracias a una técnica tan sencilla como comerse los gusanos al tiempo que abonan el campo. “Apenas aramos, mantenemos cultivos en rotación para que siempre haya raíces trabajando en el suelo, enriqueciéndolo”, explica, por todo secreto, Tomás Picó. Y certifica un respeto a la tierra fuera de lo común: “Preferimos perder la cosecha que usar productos químicos”.
Los nuevos ‘cowboys’ del siglo XXI
La masía de los hermanos Bastons en Sant Feliu de Pallerols, una pequeña localidad gerundense en pleno parque natural de La Garrotxa, es también un extraño caso de éxito. Los archivos históricos documentan que la familia ocupa estas tierras bañadas por el Brugent, un afluente del Ter, desde al menos el año 1203. En ocho siglos, el añejo edificio de raíces góticas donde habitan nunca ha cambiado de manos. Durante siglos, la agricultura y la ganadería fueron su medio de vida. Pero con la llegada de los últimos descendientes todo apuntaba a un abandono de la actividad.
Son cuatro hermanos, todos con carreras universitarias y la vida hecha a la gran ciudad. Contra todo pronóstico, la ganadería regenerativa les ha devuelto a sus raíces, a criar ganado. Una técnica avalada por la Unión Europea y que gracias al programa RAW! (siglas de Regenerative Agriculture Works) de la sección alimentaria del Instituto Europeo de Innovación y Tecnología (EIT Food) les permite tener ganado prácticamente sin mancharse las manos. Josep María, 38 años, y su hermano Miquel, 33 años, de profesión economistas, han dejado el desagradable mundo de las oficinas para volverse al pueblo, a la casa pairal, para producir una de las carnes de mayor calidad de Girona. Los acompañamos al monte protegido donde pasta sin vigilancia su rebaño. No deja de sorprender que vestidos con inmaculadas camisas blancas, zapatillas de marca y un teléfono móvil como principal herramienta de trabajo, sean los nuevos cowboys del siglo XXI.
El secreto es tecnológico. Los animales llevan al cuello un sofisticado collar que hace las labores de pastor virtual. Los hermanos visualizan en el móvil la pradera en la que ahora mismo están pastando los animales. Con un sencillo gesto de los dedos en la pantalla cierran virtualmente la finca con invisibles líneas rojas. Cuando las vacas se acercan a esos límites imaginarios empieza a sonar en el collar un aviso acústico, cada vez más rápido y alto a medida que se aproximan a ellos. Si los rebasan, un pequeño calambrazo inocuo les hará retroceder. Si a pesar de todo se salen del redil, cuando regresan no hay castigo, la puerta invisible se abre sin condiciones para recibirlos. “Aprenden rápido”, asegura Josep Maria Bastons, quien nunca se había imaginado que acabaría de ganadero. “En el año 2010 decidimos hacernos agricultores, plantar cereales en la finca, pero tuvimos poco éxito. Cambiamos al ganado, como lo había hecho nuestro abuelo, pues teníamos el gusanillo de las vacas, un poco como hobby. Cuando en 2020 descubrimos la ganadería regenerativa gracias a un curso de EIT Food, nos explotó la cabeza. Lo estábamos haciendo todo mal”.
Ahora, gracias al pastoreo rotacional, mueven el rebaño de unas 100 vacas a golpe de teléfono móvil, cambiando de prado cada pocos días para favorecer la regeneración del terreno, animales que tan solo se alimentan de las hierbas del campo, sin necesidad de piensos y complementos vitamínicos, sin tratamientos hormonales ni medicinas, dejándolos dormir, criar y corretear por el monte como si fueran una manada salvaje, con un macho semental que fecunda naturalmente a las hembras cuando le apetece, sin dejar una sin montar. Remedos de ñus africanos reconvertidos en vacunos garrotxins. “Más que pastores tradicionales somos como el león del Serengueti moviendo a la manada”, explica gráficamente Miquel Bastons. Pero, advierte, “miramos más al suelo que a los animales”. Tan solo necesitan pastos durante todo el año. “Como todo el mundo, con las últimas sequías hemos sufrido, pero menos que la mayoría, porque había hierba”.
Aseguran Miquel y Josep Maria que los pastos manejados con las técnicas regenerativas se recuperan rápidamente, enseguida funcionan como auténticas esponjas reteniendo el agua y evitando la evaporación, sin sufrir problemas de erosión y manteniendo a su alrededor una gran biodiversidad, como confirman los buitres que en este instante pasan por encima de nuestras cabezas.
Pero lo más increíble es que esta explotación, aparentemente tan sui géneris, resulta económicamente rentable. Ahora mismo les da para “un sueldo y medio”, confirma Miquel, suficiente para las necesidades de ambos hermanos. No quieren seguir creciendo, porque ni pueden, no hay pastos suficientes, ni quieren. Venden la carne sin intermediarios, tan solo a los vecinos de la zona, a quienes contactan por teléfono o WhatsApp, pues no tienen ni página web ni redes sociales. “No nos hace falta”, justifica Josep María Bastons. “Nuestra carne no es más cara que la convencional, pues no nos cuesta ni más dinero ni más trabajo producirla, y encima tiene mayor calidad nutricional, lo que valoran mucho nuestros clientes”. Visto así, no les puede ir mejor.
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