Así era, se había quedado sin palabras. Celia, la coleccionista, la que las guardaba afanosamente como tesoros que veían la luz en su momento oportuno, no encontraba palabras. Palabras que no hirieran, que no ofendieran, que no removieran. Estaba dificil la cuestión.
Empezó mucho tiempo atrás. El derrumbe se provocó indefectíblemente por su exceso de sinceridad ¿Quién la quería? ¿Quién se la había pedido? Porque ese era el problema. Su gran osadía, su atrevimiento al analizar los sucesos que la afectaban, que la defraudaban.
Era paradójico. Lo que constituía su mejor capital había resultado, simultáneamente, la causa de su condena; su lengua, su inteligencia.
Tanto pregonar su autonomía personal -además de la económica- su no necesidad de protección, su autosuficiencia. Sí, no resultaba el arquetipo femenino deseado, aunque no admitido verbalmente, por los varones.
No había machito que apencara con ésto. Su necesidad de tener cerca alguien más débil para sentirse fuerte, menos inteligente para sentirse admirado y de ninguna forma solapado. Se priorizaba el sentirse útil antes que el sentirse amado, realmente amado, no solo apreciado, no solo necesitado. Había sido descartada.
¡Cuántas veces le habían dicho: no cambies! ¿Cuántos?
Dedicado a todas aquellas personas que deciden ser ellas mismas. Ni más, ni menos.
PAQUITA
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