Katia pensaba que Miguel debía tomar una decisión. Que ese dejar pasar, dejar hacer, le conducía al desánimo, a la tristeza, cíclicamente.
Puede que, en un principio, resultara más cómodo no modificar nada, no cambiar nada, no luchar en definitiva. Pero luego, esa inacción pasaba factura, no una , sino muchas veces, debería pagar esa factura.
A ella le resultaban evidentes sus cambios de humor.
Al principio de su relación ella creyó, porque así se lo hizo ver él, que la culpable era ella por inmiscuirse demasiado, a su juicio, en su vida privada, pero ahora empezaba a sospechar que su novio era ciclotímico -periodos de euforia, periodos depresivos- sólo eso explicaba sus cambios de humor de un día para otro.
Ayer parecía estar satisfecho consigo mismo, y algo reconciliado con la vida, y hoy parecía conformarse sólo con que le dejaran en paz, actitud depresiva evidente a todas luces.
No era eso lo que Katia esperaba de la vida, más bien "no esperaba" a la vida, ella se dirigía al encuentro de la vida y tomaba de ella lo que más la satisfacía, costara lo que costase.
Había leído en algún sitio que el estrés es un mecanismo defensivo que llevamos todos en nuestra memoria genética; ahora bien, en situaciones de inestabilidad se dispara sin objeto, dejando al individuo presa de la ansiedad y el desconsuelo. Actualmente se estaba dando mucho en individuos de poca edad sometidos a excesiva presión ambiental, ya sea por motivos externos o por autoexigencia. Aquí mencionaban a los superdotados, sujetos inadaptados a su entorno y no tratados adecuadamente, "bichos raros" así dicen sentirse.
Sea como fuere, superdotado o no, su bicho raro debía hacer algo, aunque fuera poco, pero algo.
Dedicado a los que se enfrentan con la vida, porque quieren disfrutarla, que solo hay una. PAQUITA
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