mayo 03, 2009

Por la calle de la vida: Nome Digas

(Manifestaciones del autor del blog Al otro lado de las palabras
En cabecera: "Puesto que ya muchos antes han escrito infinidad de historias interesantes, modestamente, se añaden éstas para seguir contribuyendo a la realización de un mundo más grande, diferente, complejo, interesante y libre".
Datos personales: "Nome: Andrés. Lugar: Asturias, Spain
Querido visitante no se tome como verdadero todo lo que aquí encuentre, pero tampoco baje la guardia totalmente porque aquí nos situamos en el dúctil y maleable terreno de la palabra y un poco más allá de lo que dicen las imágenes. Que su estancia en este espacio sea agradable y para bien". masalladelapalabra.blogspot.com

Narración extraída, por el propio Andrés, de “Espacios personales” Ediciones Madú 2005 -libro suyo- y publicada, en su blog, el 3 de mayo de 2008 -hoy es su primer aniversario-. PAQUITA)

Ahora que la ciudad comienza a dormitar, desde el balcón de mi casa, escribo las primeras líneas de las mil historias que hoy, como todos los días, se han cruzado en mi destino. A lo lejos de la autopista, a su paso por la Vega del Nora, se levanta el arco iris plateado de las luces de los coches; y de su interior sale un eterno ronquido mecánico que suena como el run run de nunca acabar.
Hacia este lado de la barrera ferroviaria, Ciudad Naranco se extiende, como un apéndice de Oviedo, sin otra fama para sus ciudadanos que el triste mérito de ser el lugar donde se encuentra la antigua cárcel provincial. Aunque hace años que está vacía, las heridas labradas en sus muros todavía recuerdan las voces silenciosas de los que allí estuvieron presos.... Cuántas veces se ha dicho “¡si las paredes hablaran!”: si lo hicieran, a buen seguro que sus grietas nos hablarían de historias que el tiempo se ha encargado de hacer olvidar. Irremisiblemente, la cárcel es un edificio destinado a conservar, por los siglos de los siglos, el lamento del pasado: ahora dicen que sus pabellones guardarán el Archivo Histórico de Asturias. Parece que Ciudad Naranco no tiene otro consuelo que el de conservar sus cicatrices recostado a las faldas de la montaña que le da nombre, como si ésta fuera la madre cariñosa que cobija a los suyos, comprensiva y complaciente, sin ninguna rendición de cuentas.
Desde la altura de horizontes del barrio, veo cómo por encima de la vieja ciudad se levanta iluminada, apuntando a las alturas, la torre caliza de la catedral; y a su alrededor veo cómo el corsé urbano se ha ido quedando pequeño y abigarrado de edificios, en un calculado desorden de líneas y volúmenes. La ciudad crece, gana nuevos espacios y formas; y el tiempo va dejando nuestras vidas incrustadas entre las piedras de sus edificios, en sus rincones, calles y plazas.
Ahora llegan los vecinos del cuarto cargados de bolsas. Una señora ha bajado al jardín con su perro. Todo está envuelto en esa atmósfera de silencio que la noche se encarga de hacer más evidente con sus luces y penumbras. Lejos, la sirena de una ambulancia apenas despierta curiosidad en el perro, que sigue, del sauce llorón a la farola y de la farola a la esquina del portal, marcando el territorio en un ritual incomprensible para un tiempo en el que los límites no están nada claros.

La ciudad es el marco de la vida paralela, de la mía y la de todos. No hay otro acontecimiento más sobresaliente que el de vivir. Y merece la pena prestar atención a ese espacio en el que sobrevivimos, hasta que se nos va la vida. En la ciudad, como si de un cuadro impresionista se tratara, dibujamos las huellas de la vida a retazos, cruzamos la mirada en destellos de todos los significados, y descubrimos, y mezclamos todos los colores del mundo en nuestros pasos. Una mirada hacía atrás, desde ese rincón en el que guardamos los recuerdos, permite ver, en sus avenidas y edificios, las pinceladas que nuestras cicatrices han ido dejando por la calle de la vida.

No tengo acontecimientos acumulados en la experiencia a partir de los cuales pueda construir el pasado de forma organizada, no hay ni un antes ni un después traumático, ninguna experiencia de ultimidad; acaso, sólo, un recuerdo desdeñoso, casi huérfano de memoria ya, hacia aquellos que en la dictadura pretendían construir el chato horizonte en el que debía aprisionar mi recorrido. Derribados aquellos muros grises, he ido creciendo solo (como todos), y junto a otros, por la calle de la vida.

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué bien escribe este asturiano.