Paco Huelva es un estupendo narrador, este relato lo publicó el 12/Marzo/2009.
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Lo de coger lo que no es suyo lo trae de pequeño, mire usted. Nadie se lo enseñó. Es como una afición que heredó del padre, de Casimiro Ortega. No sé si llegó a conocer a Casimiro, porque me han dicho que usted lleva poco tiempo en la ciudad, aunque, de seguro, habrá oído hablar de él. En otros tiempos, en este pueblo y en los alrededores de Montaña Freija, incluso puede que más allá, no había un gañán que le pudiera echar la pata encima. Era el más conocido de todos los bravos y eso aún lo envalentonaba más. A Casimiro, en aquella época, cuando quería plantarse en lo que fuera y abría las piernas desafiando al mundo, de esa forma achulada en que lo hacía, no había hombre ni mujer que le pudiera aguantar la mirada; por eso y por nada más, todo bicho viviente agachaba los ojos ante él, para que no le enganchara la vista al vuelo y lo retara. Porque eso y estar muerto era lo mismo. Aquello fue antes de que lo ahorcara una partida del general Melero, que lo acorraló en un barranco y esperó hasta que estuviera muerto de hambre para cazarlo. Para Casimiro no existían cosas que no pudiera robar si se lo proponía. Debía llevar el demonio dentro, porque, si no, cómo pudo hacer las cosas que hizo sin que nadie le parara los pies. Eso es lo que yo digo aunque algunos me porfíen. Hombre a hombre, no había quien pudiera con él. Una vez se apostó unas rondas con Servando el de Las Eritas, que era su compadre, por comprobar quién de los dos le robaba antes la mujer al capataz de La Corbera, la finca grande que hay por monte Saúco. Casimiro la robó primero y le ganó la apuesta al Servando, que también era de cuidado. Pero, luego dio en aficionarse a ella, a la mujer del capataz, que a saber qué cosas le daba; y como se pasaban el día guarreando en la cama, un día apareció el marido y quiso matarlos a los dos mientras estaban encamados. Pero a Casimiro no era fácil sorprenderle. Delante de la mujer, que dicen que ni lloró ni nada, le descerrajó seis tiros y lo dejó allí manando sangre. A partir de ahí es cuando empezaron a buscarlo los militares, que esos no dan cuartel a nadie tampoco. Cogen un rumrum y hasta que no llegan adonde quieren ir no paran. Así que, si el padre era así, como le estoy diciendo, y como le habrán contado personas más escritas que yo, cómo quiere usted que salga el niño: desgraciado y valentón, no más. Por eso cuento a quien me pregunta, que este pobre niño mío sólo puede hacer lo que hace, porque lo trae en la sangre. Aunque quisiera no podría hacer otra cosa, solo dejarse llevar por la fama que le dejó en herencia el padre, lo único que le dejó, que ni siquiera el apellido suyo lleva. No haga usted caso a lo que dice el juez entonces y me lo mate. Porque, si lo hace, también estará matando a esta vieja que ya no sirve para nada. Si fuera joven aún, sería otra cosa… Cuando todavía me miraban los hombres, si quería y me entraban ganas, conseguía a cualquiera. El que está arriba sabe que era así porque él me dio esa gracia, mire usted; pero ahora, a mi edad, no me queda más que este hijo para poder comer. Ya soy muy vieja y no me puedo defender sola. Si vivo aún, es por lo que trae a casa este niño que tiene ahí encerrado. No sé si he dicho que su padre me preñó cuando era una moza; me cogió sola en el campo y en un visto y no visto me engatusó, como a tantas otras. Así nació este hijo que Casimiro Ortega me dejó en las entrañas y del que nunca quiso saber nada. Me empreñó y se fue, sin más ni más. Él decía que no estaba hecho para arrastrar cargas. Yo digo que así tendría que ser, porque, cuando las cosas pasan será que tienen que pasar, verdad. Y aunque el que está ahí dentro, durmiendo la borrachera que se pilló anoche con un compadre, se merezca estar muerto por lo que ha hecho, por robar cuatro cosas de nada a unas desgraciadas que nada tenían, el caso es que si usted me lo ahorca, como dicen por el pueblo que hará mañana, lo que estará haciendo es matando a una inocente. Usted me estará matando a mí también. Mi madre decía, y usted convendrá que llevaba razón, que al destino no hay quien lo pare. Lo que tiene que pasar pasa, quiera una o no. Eso siempre se ha dicho y usted que tiene estudios debería saberlo, señor Comisario. A lo mejor, a las dos viejas que aparecieron muertas, y que no digo que él no las matara, les había llegado su hora, solo eso. No más estaban llamándolas desde arriba… que esas cosas pueden pasar también. Porque, en este pueblo de cuatro casas y media, donde andamos pegados a la tierra para arañar algún grano de algo que llevarnos a la boca, y donde no crecen ni los jaramagos… siempre hemos vivido con más hambre que otra cosa. Porque la rabia… servir, lo que se dice servir, no sirve para nada en estas tierras. Además, tampoco se come, así que para qué tenerla, verdad. Dios esto debe saberlo, de seguro. Lo tendrá así preparado por alguna razón que a nosotros se nos escapa. Porque, nosotros, mire usted, pobres gentes enfangadas en la miseria ¿qué sabemos? Solo conocemos lo que la maña y el tiempo nos enseñan; y de eso vivimos, de tener los ojos bien abiertos y los oídos atentos, solo de eso, que en estos secarrales donde nos trajeron al mundo no es poco. Que digo yo, señor Comisario, y no es por molestar, a lo mejor estaría escrito que debían morir así las pobres hermanas esas, y Dios se ha servido de él para llevárselas. Con suerte hasta les ha hecho un favor, porque, el hambre que arrastraban de por vida les tenía puesto un pie en el camposanto y en un santiamén iban a llegar allí más secas que la paja. Eso yo no lo sabía, pero me han dicho que viene escrito en el periódico; porque, yo leer, lo que se dice leer bien, tampoco sé. Pero si dicen que el papel pone que estaban a punto de morir de hambre, será así y no de otra forma. Él entonces, sólo les habrá adelantado el final para que no tuvieran mala agonía. A lo mejor, tuvieron hasta suerte de que las matara o incluso se lo pidieron, todo puede ser ¿no? Por otra parte, señor, muertas ya están muertas, y hasta bien enterradas, que ya quisiera yo para mí un entierro como el que les han hecho, que nunca se ha visto más gente en este pueblo. Porque hasta vino la radio, y la televisión y todo. Una fiesta, mire usted, aquí que nunca pasa nada. Ver a tanta gente les vino bien a muchos, no me lo niegue. Pero si usted mata ahora al hijo de Casimiro Andrade usted será culpable de mi muerte. Quiero que lo sepa para que luego… si algo se le cuela en la conciencia, algo que no le deja dormir en la vida que le queda, que usted recuerde que yo le avisé, que vine a prevenirle por si las moscas. No quiero tener ese cargo conmigo. Y por eso he venido más que nada, señor Comisario, para que si puede no lo mate. Así de paso, se ahorra mi muerte y también el no poder dormir la vida que le queda. No me lo mate, señor Comisario, no me lo mate. Hágalo por usted si quiere.
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