Publicado por hombredebarro/Antonio Báez Rodríguez en su blog Cuentosdebarro el domingo 27 de junio de 2010 por cuentosdebarro.blogspot.com/
Puedo ser un hombre simpático (muy, muy simpático), un hombre encantador, que sin abrir siquiera la boca se gane el favor de los demás. Pero también puedo ser huraño. He sido capaz de abordar con éxito a desconocidas en cualquier parte, en parques, en cafeterías, en autobuses urbanos. Conocí a mi mujer en uno de éstos de la línea 12. Me agarré a la barra de seguridad con intención de llegar al asiento que había libre a su lado. Ella iba leyendo. Casi todos los días en los dos últimos años ella había cogido aquel autobús, pero desde hacía muy poco tenía la costumbre de aprovechar el trayecto con un libro. Se sabía el recorrido de memoria. Sin embargo, yo era la primera vez que me montaba en el 12. Resultó ser también una mujer simpática (muy, muy simpática), que se había subido en el autobús cuatro paradas atrás. Tenía destellos de fuego en el pelo, unos labios tiernos como nubes y un pequeño lunar comestible en el cuello. Di dos zancadas y me coloqué allí, a su lado, hola, le dije, muy pocos desconocidos dicen hola en el autobús, hola, me dijo ella sin sacar la vista de la página. Por la ventanilla se veía una panorámica de la ciudad desde arriba. Sus tejados, sus alturas. Más tarde mi mujer me contaría que en aquel punto le gustaba mirar hacia fuera, pues una mañana había descubierto a un chico encaramado a un edificio por cuya vertical se deslizaba como un Spiderman de la limpieza de ventanas.
-¿Está bien? Tiene un título muy interesante, ¿de qué va?
Ella sonrió y me explicó que no se podía resumir.
Al día siguiente volví a encontrarla en el mismo asiento y el contiguo iba libre. Me había dado tiempo de encontrar el libro que ella leía. Se lo mostré mientras le daba los buenos días, no hay mucha gente que haga amigos en el autobús, buenos días, me dijo.
-Espero que no te moleste que lea lo mismo que tú, le dije.
Ella no sabía cómo sentirse, nunca le había pasado nada igual. En los días siguientes siempre conseguí sentarme a su lado antes o después. Por fin una tarde nos encontramos por primera vez fuera del autobús. Nos besamos en las mejillas como dos amigos que hiciera tiempo que no se veían, charlamos de pie en mitad de la calle y de allí fuimos a una cafetería cercana en la que hablamos del libro que ya habíamos acabado de leer. Después de nuestra primera noche juntos le conté que en aquella línea yo no iba a ninguna parte, que sólo tomaba el número 12 para verla a ella.
-¿Pero y la primera vez a dónde ibas?, me preguntó.
-Eso es una cosa que no te puedo decir, le contesté.
Caminante dijo... 28 de junio de 2010 08:29
Es una cosa que no te puedo decir porque... ya la he olvidado.
Yo venía para (...)
... Supongo que en su día te comenté que lo haría... supongo, porque ya no lo recuerdo. Buen día: PAQUITA
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