Publicado por José Manuel en martes 13 de julio de 2010 cosasdelauniversidad.blogspot.com/search/label/reflexiones
Ya decía Alvaro Alonso Barba que hay metales que son amigos de otros y los hay que no se llevan bien con casi ninguno, como por ejemplo el plomo. De alguna manera, y de una forma empírica, ya sabía que había metales que podían alearse bien en otros. Cuando entre dos personas existe una buena afinidad, desde la amistad hasta el amor, se dice que tienen una buena ‘química’, y desde luego es la química, o al menos parte de ella la que determina la afinidad (solubilidad) entre los metales. Existen unas reglas (de Hume-Rothery), que nos permiten conocer si dos metales pueden ser o no solubles entre sí. Si dos metales cumplen las cuatro reglas de Hume-Rothery, se puede decir que casi con total seguridad serán totalmente solubles entre sí, y se podrán conseguir aleaciones donde los átomos de las dos especies convivirán en íntima armonía. Desde la situación de total solubilidad a la contraria, la de total inolubilidad, pueden darse distintas situaciones de posibles uniones. Igual que las personas, que podemos ser amantes, amigos, indiferentes o incluso, odiarnos, en función de nuestra química. Desde luego para que se forme una aleación, además de que se cumplan unas reglas termodinámicas, hay factores que hacen la unión se produzca con más facilidad: por ejemplo la temperatura, el tiempo, la presión,… vamos igual que con las personas. Se puede decir que muchos de los fenómenos de relación entre seres humanos podrían explicarse en base a principios de química o ciencia de materiales.
Pero la aptitud para formar una aleación, o la afinidad química que consigue formar un compuesto intermetálico, no lo es todo. Si se ponen en contacto dos especies de alta intersolubilidad, y se propicia la adecuada presión o temperatura, puede ocurrir que sus velocidades de difusión (la de cada uno en el otro) sean muy distintas. Eso significa que uno de los metales envía hacia el otro a sus atómos, pero las vacantes que deja no se llenan con los atomos del segundo, que van mucho más lentos. Puede ocurrir que en dos metales que cumplen todas las reglas (que tienen buena química), uno de ellos quede sobresaturado y el otro con huecos, vacantes, al fín dañado. Dos personas se pueden profesar amistad, cariño, pero como su velocidad de interdifusión sea distinta, al final una quedará sobresaturada y la otra dañada porque se sentirá vacía y no correspondida. Es el efecto Kirkendall, muy conocido en metalurgia desde siempre.
Y como las especies a alear no sean ‘puras’ (es decir, pueden estar oxidadas, recubiertas, previamente aleadas,…) la cosa se complica mucho más.
Definitivamente las relaciones humanas son muy difíciles: para culminar una amistad o una relación más allá de la amistad, debemos cumplir al menos tres de las cuatro reglas de Hume-Rothery, situarnos en el entorno de variables apropiadas (presión, temperatura) y esperar que las velocidades de interdifusión sean parecidas. Para que no haya un efecto Kirkendall en las relaciones humanas.
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