Sé que más de una persona llegará hoy hasta mis palabras en búsqueda de la templada opinión de Ágata Piernas. Prescripciones facultativas sobre un codo insurrecto nos la tendrán alejada del teclado, esperamos que, no más de los dos lunes previstos.
Procuraré, como reserva, no darles el tostón con mi rara manera de ver la triste realidad. Les hablaré de que…
Por fortuna para mí comencé el fin de semana, o acabé el viernes, de estibador en Candás. Había que descargar “Un cargamento de dulzura”, en homenaje a Aurora Sánchez, y a un amigo loco, o mejor, poeta, no se le ocurrió mejor cosa que junto a otros de su misma calaña –salvedad hecha del maestro Luis Fernández Roces- invitarme a que en su compañía leyese alguno de mis renglones cortos.
Después ya lleve mis chalanas hacia Bocamar. Allí, frente a la ventana que seguro sabe más de mí que yo mismo, frente a la ría que lava contratiempos, errores y amarguras, me di a los arqueos vitales. Debo falsear las cuentas. Abril tras abril, echo la vista atrás y encuentro crecido el saldo de gratitudes a la vida y a cuantas personas me los habitan o han habitado.
Les digo esto, porque no sé si saben que Se renueva mi edad en primavera. / Se acrecientan pasados y memorias,/ se menguan futuros y mañanas…
También, no crean, detecté, cómo no, daños causados y hube de hacer asientos de regularización, pedir perdones, desear bienestares y hasta perdonarme a mí mismo de varios quebrantos.
Y, estando en estas cavilaciones, vino Albert Camus a fortalecerme, a rejuvenecerme, a exigirme más fortaleza y más autocrítica, más presencia frente a lo que injusto considere. Sí, se acercó Camus a mi memoria; como susurrando me condujo hasta La peste y en ella me hizo ver que hay que seguir de pie ante todo, asumir los errores, pero no rendirse, no dejarse vencer, no renunciar, reivindicar hasta el derecho a la contradicción, porque la costumbre de la desesperanza es más terrible que la desesperanza en sí misma.
Así que, lo lamento, pero hoy no tengo tiempo para sentirme envejecer, está junto a mí, en mí, la vida tendiéndome la mano para procurar, aun sea torpemente, hacerla más digna y más justa.
Ronca desde la profundidad del mundo la perra a mis pies, mi mente es una sucesión de momentos vividos, recuerdo una higuera plantada, me dejo habitar del orgullo de mi hija, y antes de poner punto a este texto, busco, escucho y les dedico Gracias a la vida.
Lo dicho, perdonen el abuso, pero soy reserva.
Juanmaría García Campal
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