Lo
sé... pensarás que he perdido el norte (ya lo quisiera), pero si se me
permite ser sincero he de reconocer que me importan muy poco los 79
muertos del tren de Santiago... ya ves, cosas de andar extraviado.
Que sí... que tienes razón... que suena raro... que suena mal... peor que mal... pero es lo que siento.
Aunque puestos a ser precisos, he de reconocer que en general, los muertos no me causan tanta indiferencia, porque no me gustan... porque siempre callan, porque no protestan, porque nunca vuelven para tomar cumplida venganza... será que tienen aún más miedo que los vivos.
Y está bien que así sea... porque si fuera de otro modo, si a alguien tan volcánico como yo le afectaran los incontables crímenes perpetrados por ese corrompido monstruo de mil cabezas que se hace llamar Estado... si eso me escandalizara como merece, pensaría en cubrir mañana mismo los escalones del Congreso con una enorme alfombra de sangre de cerdo... y eso no estaría bien... ni sería constitucional... no señor.
De modo que he aprendido a mirar sin ver, a contemplar sin que me hierva la sangre, cómo los 43 muertos del metro de Valencia reciben en el reino del olvido a los 154 del vuelo 5022 de Spanair... y como todos juntos, dan la bienvenida a los 79 fallecidos del tren Alvia de Santiago.
Únicamente queda esperar la siguiente matanza... aunque por el camino tampoco faltarán los que por no tener, no tendrán ni titulares, ni catedral con obispo, ni funeral televisado, ni presidente del gobierno, ni ministro, ni altezas reales, ni ese abrazo que no abraza, ni esa mano que se estrecha como se estrecha un pez muerto.
Esos, los muertos nuestros de cada día, los invisibles entre los invisibles, morirán solos y a oscuras... una niña enferma de cáncer que agoniza en la furgoneta donde vive con su familia... un hombre infartado que muere justo a las puertas de un ambulatorio recién cerrado por falta de presupuesto... un niño que no recogió a tiempo los suficientes tapones de plástico para alcanzar esa operación de la que dependía su vida... el enfermo crónico que abandona su tratamiento por no poder pagarlo... el que no es admitido en un hospital por no tener papeles... el que ni se atreve a intentarlo para no ser repatriado... ese que ni siquiera tiene una estadística de mierda donde caerse muerto.
Y conste y repito que nada quiero con los muertos, que solo miro a los que aseguran estar a punto de instalar lo que debió estar ya instalado... eso que de no ser por un certero ajuste presupuestario, o un postrero sablazo de comisionista amigo, habría evitado que un tren tomara una curva a 190 km/h y murieran setenta y nueve personas...
Yo solo tengo ojos para los que bien asesorados, saben que indemnizar a las víctimas de un probable accidente cuesta mucho menos que instalar sistemas de seguridad que eviten dichos accidentes... los que han descubierto que más vale pagar once millones por unos pocos muertos y heridos que eliminar una línea férrea obsoleta y tener que reconstruir siete kilómetros de vía de alta velocidad a veinticinco millones cada mil metros.
Porque después de todo, aparte de sentidos besamanos televisados y unos pocos papelillos de colores... ¿qué van a costar esos 79 cadáveres? ¿despidos de altos responsables? ¿dimisiones políticas? ¿penas de prisión? ¿acaso un encendido reproche social?... esos 79 van a costar lo mismo que los cadáveres de Spanair... lo mismo que los del metro de Valencia... lo mismo que nada.
Hoy los trenes que circulan por el lugar del siniestro lo hacen a menos de treinta km/h, hoy los telediarios ya no hablan de la tragedia, hoy el Presidente de Renfe vuelve a decir que todo es mejorable en esta vida, que el sistema será convenientemente revisado, hoy Mariano Rajoy anda embarcado en declararle la guerra de los botones a la Gran Bretaña, y Felipe el príncipe... ese también anda embarcado.
Y todo sigue rodando... como si no pasara nada, como si por debajo de cualquier gran acontecimiento, de cualquier nimiedad, no asomaran siempre las pezuñas de una casta renegrida y corrupta... como si este maldito país convertido desde hace siglos en una infinita subcontrata no conociera la palabra responsabilidad... como si este entramado de criminales que conforman eso llamado Estado Español no fuera de este mundo y pudiera seguir matándonos de uno en uno o de cien en cien... que tanto da... que da tanto.
Vales 60.000 euros, mejor que lo sepas antes de que alguien decida cambiar tu vida por una baliza de seguridad, por un relé sin reparar... vales lo que cuesta un anuncio de esos coches que jamás causan muertes por fallos de fabricación... vales lo que ingresa un solo periódico por callar los nombres de los fabricantes con mayores índices de accidentes mortales... vales tan poco, que ya ni siquiera mereces el esfuerzo de mentir acerca de las prisas por inaugurar una trampa mortal en periodo preelectoral, acerca de unos contratos y sus jugosas comisiones, acerca de la importancia de mantener en pie durante un poco más la fachada de un país que se cae a pedazos.
No me importan... yo no siento esas muertes, no puedo, yo no soy como sus majestades... yo no soy como Rajoy, ni como Feijoo, ni siquiera como Rubalcaba... yo soy peor... y ya es tarde, demasiado tarde para cambiar...
Que yo descanse en paz.
Que sí... que tienes razón... que suena raro... que suena mal... peor que mal... pero es lo que siento.
Aunque puestos a ser precisos, he de reconocer que en general, los muertos no me causan tanta indiferencia, porque no me gustan... porque siempre callan, porque no protestan, porque nunca vuelven para tomar cumplida venganza... será que tienen aún más miedo que los vivos.
Y está bien que así sea... porque si fuera de otro modo, si a alguien tan volcánico como yo le afectaran los incontables crímenes perpetrados por ese corrompido monstruo de mil cabezas que se hace llamar Estado... si eso me escandalizara como merece, pensaría en cubrir mañana mismo los escalones del Congreso con una enorme alfombra de sangre de cerdo... y eso no estaría bien... ni sería constitucional... no señor.
De modo que he aprendido a mirar sin ver, a contemplar sin que me hierva la sangre, cómo los 43 muertos del metro de Valencia reciben en el reino del olvido a los 154 del vuelo 5022 de Spanair... y como todos juntos, dan la bienvenida a los 79 fallecidos del tren Alvia de Santiago.
Únicamente queda esperar la siguiente matanza... aunque por el camino tampoco faltarán los que por no tener, no tendrán ni titulares, ni catedral con obispo, ni funeral televisado, ni presidente del gobierno, ni ministro, ni altezas reales, ni ese abrazo que no abraza, ni esa mano que se estrecha como se estrecha un pez muerto.
Esos, los muertos nuestros de cada día, los invisibles entre los invisibles, morirán solos y a oscuras... una niña enferma de cáncer que agoniza en la furgoneta donde vive con su familia... un hombre infartado que muere justo a las puertas de un ambulatorio recién cerrado por falta de presupuesto... un niño que no recogió a tiempo los suficientes tapones de plástico para alcanzar esa operación de la que dependía su vida... el enfermo crónico que abandona su tratamiento por no poder pagarlo... el que no es admitido en un hospital por no tener papeles... el que ni se atreve a intentarlo para no ser repatriado... ese que ni siquiera tiene una estadística de mierda donde caerse muerto.
Y conste y repito que nada quiero con los muertos, que solo miro a los que aseguran estar a punto de instalar lo que debió estar ya instalado... eso que de no ser por un certero ajuste presupuestario, o un postrero sablazo de comisionista amigo, habría evitado que un tren tomara una curva a 190 km/h y murieran setenta y nueve personas...
Yo solo tengo ojos para los que bien asesorados, saben que indemnizar a las víctimas de un probable accidente cuesta mucho menos que instalar sistemas de seguridad que eviten dichos accidentes... los que han descubierto que más vale pagar once millones por unos pocos muertos y heridos que eliminar una línea férrea obsoleta y tener que reconstruir siete kilómetros de vía de alta velocidad a veinticinco millones cada mil metros.
Porque después de todo, aparte de sentidos besamanos televisados y unos pocos papelillos de colores... ¿qué van a costar esos 79 cadáveres? ¿despidos de altos responsables? ¿dimisiones políticas? ¿penas de prisión? ¿acaso un encendido reproche social?... esos 79 van a costar lo mismo que los cadáveres de Spanair... lo mismo que los del metro de Valencia... lo mismo que nada.
Hoy los trenes que circulan por el lugar del siniestro lo hacen a menos de treinta km/h, hoy los telediarios ya no hablan de la tragedia, hoy el Presidente de Renfe vuelve a decir que todo es mejorable en esta vida, que el sistema será convenientemente revisado, hoy Mariano Rajoy anda embarcado en declararle la guerra de los botones a la Gran Bretaña, y Felipe el príncipe... ese también anda embarcado.
Y todo sigue rodando... como si no pasara nada, como si por debajo de cualquier gran acontecimiento, de cualquier nimiedad, no asomaran siempre las pezuñas de una casta renegrida y corrupta... como si este maldito país convertido desde hace siglos en una infinita subcontrata no conociera la palabra responsabilidad... como si este entramado de criminales que conforman eso llamado Estado Español no fuera de este mundo y pudiera seguir matándonos de uno en uno o de cien en cien... que tanto da... que da tanto.
Vales 60.000 euros, mejor que lo sepas antes de que alguien decida cambiar tu vida por una baliza de seguridad, por un relé sin reparar... vales lo que cuesta un anuncio de esos coches que jamás causan muertes por fallos de fabricación... vales lo que ingresa un solo periódico por callar los nombres de los fabricantes con mayores índices de accidentes mortales... vales tan poco, que ya ni siquiera mereces el esfuerzo de mentir acerca de las prisas por inaugurar una trampa mortal en periodo preelectoral, acerca de unos contratos y sus jugosas comisiones, acerca de la importancia de mantener en pie durante un poco más la fachada de un país que se cae a pedazos.
No me importan... yo no siento esas muertes, no puedo, yo no soy como sus majestades... yo no soy como Rajoy, ni como Feijoo, ni siquiera como Rubalcaba... yo soy peor... y ya es tarde, demasiado tarde para cambiar...
Que yo descanse en paz.
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