Posted 9 noviembre 2010
on:
Lleva muchos años en la docencia,
quienes le conocemos sabemos de su compromiso con el alumnado y la
enseñanza, uno de esos profesionales cómodos para los equipos directivos
y solidario con los compañeros, siempre dispuesto a aceptar lo que le
toque, ajeno a intrigas, mangoneos y politiquilla de sala de profesores,
pendiente únicamente de cumplir con su trabajo lo mejor que sabe y
puede. No se le conocen problemas con el
alumnado, más allá de los conflictos típicos que se producen en el aula,
con los que cualquiera de nosotros lidiamos cada dia.
Me llamó a poco de iniciado el curso,
quería hablarme de los grupos que le habían tocado este año. Necesitaba
compartir con alguien su preocupación y su temor a que las cosas no le
fueran bien. Después de hablar por teléfono en varias ocasiones,
quedamos a tomar un café el domingo por la mañana, hace un par de
semanas.
El relato de sus primeros días de curso
se parecía muy poco a lo que cualquiera hubiera imaginado como normal en
una relación entre alumnos y profesores. Su desesperación era grande
porque, a pesar del tiempo transcurrido, consideraba que todavía no
había podido hacer nada de lo que había previsto con dos de los grupos
que llevaba. Me aseguró que se refería a un nada literal, y, lo que era
peor, le había resultado imposible establecer con sus alumnos un acuerdo
de mínimos que permitiera que la clase se desarrollara en un ambiente
medianamente soportable, si no de trabajo, sí de relación y respeto.
Aunque sé que no necesitaba consejos que
él mismo podría ofrecerme a mí, decidí sugerirle actuaciones concretas
que en alguna ocasión me habían dado buen resultado ante situaciones
similares a las que me contaba. Para mi relativa sorpresa, y debo decir
que absoluta desesperación, a cada una de mis propuestas respondía con
un lacónico “ya lo he intentado, y nada” que me dejaba bastante
desarmado, y con la horrible sensación de servirle de muy poco.
La situación a la que me refiero ya la
concéis: alumnado difícil, repetidores en algunos casos, con graves
situaciones familiares en otros, sin la más mínima competencia social,
obligados a asistir a clase por imperativo legal, sin interés por
aprender lo que se les enseña, desmotivados, enfadados con la parte del
mundo que imaginan culpable de su situación, que acuden al aula sin
material, etc.
Una de mis sugerencias fue que hablara
con el jefe de estudios, con el orientador, con el tutor, que se apoyara
en el equipo educativo, en sus compañeros de departamento, que les
pidiera ayuda para buscar la manera de intervenir en el grupo, que
socializara el problema, que alguien entendiera que la cuestión no le
afectaba sólo a él, sino al centro en su conjunto. También aquí, su
respuesta fue la misma: “ya lo he intentado, y nada”.
Nos despedimos y, cuando se iba, recordé
aquella idea de Fullan y Hargreaves a la que he hecho referencia en
alguna otra ocasión: “lo más doloroso no es tener problemas, sino
encontrarse solo ante ellos”. ¿No os parece lamentable que un compañero
pueda sentirse solo ante el peligro, sin nadie que le eche una mano ante
una dificultad extrema, en un instituto de más de cien profesores?
...........................
No hay comentarios:
Publicar un comentario