diciembre 26, 2023

CTXT. ¿Crisis o colapso ecológico? Algo más que un matiz terminológico, de Luis Lloredo Alix

 Luis Lloredo Alix 6/12/2023

Estamos ante una situación irreversible en la que numerosos ecosistemas se desequilibran aceleradamente. Pero aún hay margen para mitigar el daño y readaptarnos. Existe esperanza para un futuro más justo y bello

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Cambio climático, muerte, devastación. / Pedripol

 


Hay altas probabilidades de que este año lleguemos al umbral de 1,5º de calentamiento planetario respecto a la temperatura media anterior a la era industrial. Esto es muy serio, pero va a ir a peor. En apenas un siglo y medio, especialmente a partir de 1950, hemos desatado un cataclismo climático de consecuencias que todavía no podemos calibrar del todo. Hablar de calentamiento global es un error de categoría del que quizá no podamos librarnos, pero de cuyas insuficiencias debemos ser conscientes: no solo es que el planeta se esté calentando, sino que todo está cambiando drásticamente.

Que el clima se caliente implica que los casquetes polares se derriten, que sube el nivel del mar, que islas y archipiélagos –algunos de ellos estados soberanos– corren el riesgo de desaparecer bajo las aguas, que miles de especies se extinguen a un ritmo vertiginoso, que las cadenas tróficas que se sostenían gracias a tales especies se desequilibran a velocidades superiores a su capacidad de adaptación, que numerosos ecosistemas dependientes de tales cadenas colapsan, que las tierras se desertifican, que la ausencia de agua hace imposible la vida en tales territorios, que los fenómenos climáticos extremos cada vez son más violentos e inesperados, que la inestabilidad de las estaciones interfiere con la agricultura tal y como la habíamos conocido durante los últimos 20.000 años, que los precios de los alimentos se disparan porque las cosechas se malogran ante fenómenos atmosféricos imprevisibles…

Podría mencionar muchas más dimensiones del cambio global, pero creo que basta con lo anterior. Enumerar la cascada de consecuencias que se desprenden de la violencia de la intervención humana en el planeta –mediante la emisión de gases de efecto invernadero, pero también mediante la tala indiscriminada, la extensión de monocultivos que solo se sostienen con la utilización de fertilizantes de origen fósil, o la difusión de un modelo de alimentación cárnica desmesurado– es imposible. No solo porque no acabaría nunca, sino también por el carácter imponderable de lo que está pasando y lo que puede ocurrir a continuación. Lo que está claro, sin margen de duda, es que estamos en una situación crítica. Ahora bien, ¿qué quiere decir exactamente “crítica”? 

En los últimos años se ha producido en España una polémica respecto a si estamos o no estamos en un momento de colapso ecológico. Este debate es rico en argumentos y todas las posiciones han subrayado elementos dignos de consideración. Ahora bien, a mí, que soy profano en este campo, el cuerpo me pide decir que sí, que estamos experimentando un colapso que solo cabe calificar como gravísimo. Por supuesto, esto no implica una divisoria histórica abrupta, una especie de apocalipsis centelleante que se cierne sobre la tierra entre columnas de azufre, escombros y llamaradas del inframundo. Es más bien un nombre para describir una coyuntura histórica compleja, en la que numerosos ecosistemas se desequilibran aceleradamente, produciendo reacciones concatenadas en los entornos adyacentes, todo lo cual genera, a su vez, varias formas de inestabilidad económica, política y social: desabastecimiento alimentario, falta de materiales para la industria, cierre de empresas y correlativas bolsas de desempleo, cortes energéticos, incremento de enfermedades por falta de luz, agua o alimentos, empobrecimiento derivado de todo lo anterior, incremento de los desplazamientos forzados, aumento de la conflictividad social, guerras, intensificación de la xenofobia… Un cóctel de consecuencias tan difíciles de ponderar como las dimensiones puramente biofísicas del cambio global.

Me parece, además, que la experiencia e intuición de cada vez más gente coincide con el juicio de que estamos ante una situación de colapso. Y esto es algo que debemos tener en cuenta. Primero, porque eso implica una toma de conciencia políticamente fecunda: “Dormíamos, despertamos”, se decía en el 15M. Dormíamos en el sueño del Holoceno, esa etapa geológica en la que nuestro planeta parecía un refugio seguro, un escenario donde los ciclos climáticos se sucedían con regularidad reconfortante, y estamos despertando en el Antropoceno, una era en la que la huella del ser humano ha logrado alterar buena parte de los procesos que nos mantenían dentro de un espacio habitable. Cabe la opción de permanecer dormidos, confiando en que esto no sea más que una crisis pasajera, pero esa es una huida hacia delante que, antes o después, nos pasará factura, porque el planeta ha experimentado cambios biofísicos que ya no tienen vuelta atrás.

(...) El sistema actual está basado en un consumo desaforado, en trabajos extenuantes y precarios, en falta de tiempo de calidad, en angustia económica permanente… Y eso es precisamente lo que está atizando la catástrofe ecológica. Dicho de otro modo: vivimos muy mal y ese mal modo de vida está alimentando a una bestia que nos hará vivir aún peor. ¡Cambiémoslo! Decir colapso no significa claudicar ni hundir la cabeza en el pozo de la desesperanza, sino justo lo contrario: significa adquirir plena consciencia de ese bucle destructivo y transformar nuestras prácticas para vivir mejor (...)

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