febrero 06, 2007

El pequeño rosal

Relato fechado en 30/6/97 y escrito por Elia ¿? ¿Quien es Elia?
Elia es ... entre otras muchas cosas, la musa de Pedro, mi primo, el iniciado en las artes literarias de la familia.
Nació en Écija, donde vivió hasta los 24 años, en que cambió su morada por Getafe.
Es curioso, últimamente casi todo me lleva al sur, los dos blogs más requeteguapos que conozco son de dos andaluces -jienense uno y onubense otro- y Elia es sevillana ... y una gran contadora de historias por vía oral, historias que recuerda, ésta que publico aquí es creación propia.

El pequeño rosal

Todas las mañanas, cuando me levanto, me siento en la cocina a tomarme el primer café, a fumarme el primer cigarrillo y a contemplar desde la ventana mi pequeño jardín; comenzar así el día es muy agradable para mí. No importa que esté lloviendo o que nieve, ni que el sol esté fuera o no; es quizá el silencio de la casa, el cantar de los pájaros, las nubes o la voz del locutor de la radio lo que hace que yo esté tranquila y relajada. Pienso en lo que tengo que preparar y hacer en este nuevo día que comienza. En el pequeño jardín tengo diversas plantas y un árbol, y además tres rosales. Todas las mañanas los observo a los tres. Dos de ellos son grandotes, con tallos gruesos, hojas anchas y muy verdes, con un suave tono marrón rojizo en los bordes; y luego está el pequeño. Tiene sólo un año. Está un poco separado de los otros dos. (Creo que es un trepador). A mí me hace muchísima gracia observarlo; parece que les está echando un pulso a los otros.
Cuando empezó a templar el tiempo, él fue el primero en echar sus brotes con una pinta de desafío hacia los otros dos, que no se podía aguantar: éste, al contrario que los otros rosales rechonchos, es canijillo. Sus ramas parecen de perejil, de delgadillas; las hojas, suspiros, y además su color es rojizo; con el aire se cimbrea que da miedo, parece que se va a tronchar en tres; es tan jodidamente orgulloso que ya tiene un pequeño capullo, y los otros nada; yo creo que los mira con una chulería que es mucho, y les dice: ¡eh!, ¿donde está vuestra hombría?
Los otros le miran con indiferencia, o se hacen los suecos; pero él todas las mañanas quiere demostrar que es más fuerte que ellos, y se despierta con una hoja de más. Eso sí, muy enclenque, canijo, marroncillo: pero una hoja de más.
Yo le contemplo entre sorbo y sorbo de café, y le guiño un ojo; y él también, a su manera, me saluda con una suave inclinación de su tallo.
Lo he sujetado con una varita y una cuerda, por miedo a que en una de esas "brusquedades" se me quiebre. Creo que se enfadó un poco conmigo, pero luego, al primer soplo de aire, me lo agradeció.
* * *
Otra mañana más que estoy aquí, sentada en mi cocina, contemplando todo lo que se mueve a mi alrededor. Miro distraídamente los árboles, las flores; doy un sorbo a mi taza de café (no sabe bien: es de ayer). Enciendo el primer cigarrillo, y rompo la promesa que cada noche me hago antes de dormirme: mañana dejaré de fumar.
El helecho está precioso, ¡qué verde! ¡Qué paz se respira!, todo en silencio, la mañana está fresca, el aire mece con suavidad las rosas: he saludado a mi pequeño rosal, ya no es tan pequeño, está muy alto y esbelto, parece un adolescente bien formado, con una belleza casi salvaje. Un pajarito se ha posado a picotear el tallo de una hoja nueva del níspero: debe estar deliciosa para él. Decido hacer nuevo café, pongo la radio bajito para que no rompa la calma mañanera, todos duermen; vuelvo a prender un nuevo cigarrillo, y otra vez mi conciencia me reprocha la poca voluntad que tengo. Trato de ignorarla, pero sé que lleva razón. Me dispongo a planificar el nuevo día, en qué emplearé el tiempo, y entre mis cavilaciones se cuela la voz del locutor. Le escucho: está dando una noticia y a la vez hace un comentario.
Para el año 2060 no habrá suficiente agua potable para beber; la montaña más alta del mundo, el Everest, se está descongelando a causa de los gases de las industrias de todo el mundo; en la península faltará el agua; el 40% de los sevillanos no dispondrán de ese líquido tan preciado. Rápidamente echo cuentas de las edades que tendrán mis hijos: la mayor, 87, el menor, 74, los otros dos, uno 85 y el otro 82. De nosotros no quedará ni rastro.
Pienso en mis posibles nietos y biznietos: me siento triste… Así, sin conocerlos, recuerdo imágenes de niños africanos que lo están padeciendo ya, y se me eriza el vello. Me levanto, cojo un vaso, lo lleno de agua. En silencio lo levanto por encima de mi cabeza y hago un mudo brindis por mi posible descendencia; me la bebo de un trago, y rezo una plegaria por ellos, y por otros tantos que también nacerán...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La sencillez creativa de Elia, o de Paquita, que tal para cual son, se asemeja efectivamente a las rosas. Huelen bien, son bellas y sólo pinchan si no se sabe asirlas adecuadamente. Y cuando se sabe y te siguen pinchando, es simplemente porque te están enviando un mensaje a su manera y para que nos demos cuenta de su verdadero poder.
Epv

Anónimo dijo...

Me ha gustado, sobre todo porque plantea lo cotidiano como algo sujeto a riesgos reales, factibles y muy probablemente seguros.

Esto es lo que no acaba de metérsenos en la cabeza, creemos que nuestro mundo va a durar para siempre. Y a este paso ni él, ni nosotros claro. 2060 dices?...noventa y un tacos...no me veo, ¡me toca brindar también creo!

Larrey dijo...

Un relato interesante, un purista a nivel técnico (¿me pondrías en contacto con ella para pasarle algunos truquillos que me enseñó Bolaño, el único maestro que he tenido?) le pondría algunas pegas, (las cosas buenas merece la pena mejorarlas), pero es intenso en su sencillez. Es un cuadro costumbrista contemporaneo. Me ha gustado.