septiembre 23, 2009

Uncastillo: el reinado del terror... II (+ Daalla)

(Publicado por Daalla el 30 de agosto de 2009 en su blog fusiladosdetorrellas.blogspot.com/ Como ya dije el día 13 -día de publicación del capítulo anterior- en él podréis obtener información gráfica al respecto, además de la bibliografía utilizada. PAQUITA)

Represión fascista en Aragón (II).

“La espera se hace larga y amarga… pero seguiré trabajando por mi padre, mis familiares y mis vecinos de Uncastillo. Ellos no se merecen el olvido ni el silencio”. Jesús Pueyo Maisterra

Hace 3 días que el ejército de África se ha sublevado contra la República, pero Jesús Pueyo, un chaval de 14 años que vuelve a su pueblo, Uncastillo, en la provincia de Zaragoza, con un mulo cargado de leña, aún no lo sabe.

La vida ya es demasiado dura y exigente como para preocuparse de algo que ocurre tan lejos. De pronto, al llegar a la carretera, unos camiones a los que precede un coche se detienen junto a él. Descienden de ellos varios hombres malencarados, vestidos unos con camisas azules y otros tocados con la boina de los requetés. A gritos, le exigen que grite “¡Arriba España!” y que salude convenientemente.

Jesús sólo conoce un saludo, así que levanta su puño en alto. Airados, los hombres comienzan a propinarle golpes y culatazos con sus mosquetones. Algunos lo arrastran hacia la cuneta para fusilarle. Cuando están a punto de disparar, uno de ellos, que parece más joven, le pregunta la edad. El mes que viene cumpliré los 15, responde. Entonces el joven que le ha preguntado, dirigiéndose a los demás les dice “¡Qué sabrá el chaval de estas cosas!” Y sin darles tiempo a reaccionar, manda a Jesús a su casa, no sin antes advertirle que no cuente nada de esto a nadie. Nunca supo quién le había salvado la vida.

Pero el calvario de Jesús, de su familia y del pueblo de Uncastillo apenas ha comenzado. Cuando llega a su casa le dicen que han fusilado ya a dos personas. El miedo se ha extendido por Uncastillo. Muchos vecinos están en el campo segando. Eso les salva la vida. Otros, que regresan pensando que no hay de qué preocuparse, son fusilados tal como van llegando.

A partir de entonces, raro es el día en que no fusilan a alguien. El 31 de julio fusilan a una tía de Jesús; su tío y sus primos, dos de las cuales, Rosario y Lourdes han bordado una bandera republicana para el partido socialista, huyen al monte. Pero al llegar a las Peñas de Santo Domingo los falangistas y requetés les alcanzan. Allí mismo violan a las chicas y después las matan quemando sus cadáveres para no dejar huellas de su crimen. Su primo y su tío logran salvarse, aunque el primero morirá al poco tiempo de pena y de dolor. Su primo logra pasar a zona republicana, y luchar en el frente.

La abuela de sus primas, “desaparecidas” en la terminología franquista, tiene que soportar, además de la pena por no poder darles una sepultura digna, cómo le roban todo: las caballerías, los animales…hasta las sábanas bordadas por sus nietas, que habían sido excelentes costureras. Cuando termina la incautación, queda una guitarra en un rincón. “Lleváosla también”, les dice con toda su dignidad, “para que podáis celebrar esta hazaña con más alegría”.

El nuevo alcalde fascista del pueblo, un viejo cacique, se hace con los bienes que acaban de robar, en especial con el huerto que ambicionaba. La desgracia de unos la aprovechan en su beneficio los fascistas adictos al nuevo régimen.

El 1 de agosto, la siniestra lotería de la muerte le toca aún más directamente a la familia de Jesús. Ese día su padre está segando en el campo. Por precaución, se queda allí sin bajar al pueblo. Jesús le lleva un mensaje de su madre. El juez del pueblo le ha asegurado que su marido puede volver, que nada le pasará.

Confiando en la palabra del juez, aunque sin tenerlas todas consigo, su padre vuelve a su casa. Nada más llegar es detenido por los falangistas que lo llevan al cuartel de la guardia civil. En sus calabozos es torturado salvajemente junto a otros vecinos.

A la mañana siguiente, exhaustos y ensangrentados, los suben a un camión. Jesús quiere ver a su padre, pero éste se tapa la cara para que su hijo no vea el estado en que se encuentra. Es la última imagen que tiene de su padre, la que siempre llevará en el corazón. El camión enfila hacia Luesia. Se dice que fueron fusilados en las tapias del cementerio de esta población. Los restos de su padre y de sus compañeros yacen aún en alguna ignota fosa común entre Uncastillo y Luesia.

La familia queda rota. No contentos con ello, los fascistas obligan a Jesús y a sus hermanos, hijos de un “rojo”, a confesarse e ir a misa. A Jesús se le hace cuesta arriba tener que asimilar por la fuerza la religión que quieren imponerle, sabiendo además que las órdenes para llevar a cabo los fusilamientos tienen que ser firmadas por el cura párroco de Uncastillo. Pero no hay más remedio que tragar, sabe que quieren desmoralizarles y quebrarles la voluntad, pero no lo van a conseguir.

Piensa que ya no van a hacerles nada más. Pero se equivoca. Un día los falangistas, pretextando que lo requisan para el ejército, les roban todo el trigo, las patatas, las judías… que una pequeña parcela de tierra les daba para el sustento de la familia durante todo el año. Les dejan sin nada para sostenerse. Y además obligan al hermano mayor de Jesús a enrolarse en el ejército fascista, para combatir a favor de quienes habían asesinado a su padre y otros familiares.

Los fusilamientos prosiguen. Los vecinos de Uncastillo son obligados a presenciar las ejecuciones públicas. El 5 de octubre le toca el turno al alcalde republicano de Uncastillo, Antonio Plano. Antes de matarlo lo torturan hasta la saciedad y le dan a beber una botella de aceite de ricino. Después se ensañan con el cadáver, propinándole patadas y más tiros. Hasta que uno de sus verdugos le corta las dos piernas y la cabeza con una azada. Ninguno de aquellos espectadores forzosos y humillados ha podido borrar aún de su mente las imágenes del asesinato y de la profanación del cadáver del alcalde. Algunos vieron a sus asesinos jugar con su cabeza decapitada cual si de una pelota se tratase.

Todos los vecinos, mayores y pequeños sin distinción de edad, deben acudir a las ejecuciones públicas. El objetivo es dominar a la población con el miedo. Un día los falangistas ponen especial cuidado en que no falte ningún niño. Una vez llegados los vecinos a la plaza, se encuentran allí a los “Cabezudos”, esas figuras con enormes cabezas de cartón-piedra –de ahí su nombre-, que durante las fiestas de muchos pueblos aragoneses persiguen a los chiquillos provistos de un pequeño látigo.

Ese día el terror psicológico da una vuelta de tuerca. Los Cabezudos son juzgados, sentenciados a muerte y… fusilados. Los niños los miran espantados mientras que, para que no falte nada del macabro ritual, cada Cabezudo recibe un tiro de gracia. En silencio regresan a sus casas con el corazón encogido. El objetivo de los asesinos fascistas, meterles el miedo en el cuerpo, se ha conseguido con creces.

Los horrores continúan. Un cura del pueblo obliga a los falangistas a fusilar a su prima, embarazada de gemelos, a una semana del alumbramiento. “Muerto el perro se acabó la rabia”, dicen que dijo para justificarlo. Aún se movían en su vientre los chiquillos cuando cayó abatida.

Dos vecinos del pueblo se encargan de cavar las fosas para enterrar los cuerpos de los que van fusilando. Un día les dicen: “Estas fosas hacedlas con esmero, porque son las vuestras”. Cuando terminan de hacerlas, son fusilados al borde de las fosas que han cavado.

Otro día ponen juntas a 12 mujeres y les disparan. Una de ellas, más pequeña de estatura, no es alcanzada por las balas. “¡Falto yo!”, les dijo con todo su aplomo. Inmediatamente la mataron como a las demás.

Así, día tras día, más de 180 fusilados, en un pueblo de menos de 5000 habitantes. Enterrados en las cunetas o en descampados, no se sabe dónde. Por el único delito de ser de izquierdas, simpatizantes o defensores de la República. Jornaleros, trabajadores del campo la mayoría de ellos. Mujeres de su casa, como se decía entonces, la mayoría de ellas.

Los hechos descritos aquí no son fruto de la delirante imaginación de un guionista de cine. Ocurrieron en realidad en Uncastillo, hermoso pueblo de la histórica comarca zaragozana de Las Cinco Villas, poseedor de un rico patrimonio arquitectónico románico, hace 73 años.

Son las memorias de Jesús Pueyo Maisterra, quien con apenas 14 años vio truncados los sueños que su padre, tras ser asesinado por los falangistas, tenía para él y sus hermanos. La vida fue para él, desde entonces, una dura batalla para sobrevivir.

En honor a las enseñanzas de su padre, socialista y defensor de la libertad, y como un sincero homenaje a los vecinos de su pueblo y de la comarca de las Cinco Villas, asesinados durante el verano de 1936, ha escrito el libro “Del Infierno al Paraíso”. Es su forma de reivindicar el nombre de todos ellos, perdido durante tantos años en la niebla del olvido, tal como querían sus asesinos.

Aunque muchas de las familias represaliadas viven aún bajo la losa del silencio, algunas de ellas se han agrupado en la “Asociación Charata para la Recuperación de la Memoria Histórica de Uncastillo”.
“Charata”, que en aragonés significa “hoguera”, la lumbre alrededor de la cual los jóvenes escuchan las narraciones de los mayores, surgió en 2007 precisamente para eso. Para dar a conocer a las actuales generaciones la verdad sobre la represión ejercida por los golpistas de 1936 y la posterior dictadura en la villa de Uncastillo. Y para rescatar del olvido y del silencio a tantas personas que, como el alcalde Antonio Plano, fueron asesinadas por sus ideales republicanos.

Es un acto de justicia.

1 comentario:

rugal dijo...

Gracias por divulgar mis Memorias, un saludo emocionado
Gracias

http://pagesperso-orange.fr/jesus.pueyo/index.htm

Jesús Pueyo Maisterra