diciembre 21, 2009

Desesperación... (+ Angus)

(Publicado por Angus el martes 21 de julio de 2009 en su blog
Odio todo lo que odio
odiotodoloqueodio.blogspot.com/
de reciente creación -lo abrió en junio pasado. PAQUITA)

Sentado en el suelo, apoyado en la tapia del colegio esperaba que pasara el tiempo. Era sábado. Un sábado impasible de enero. Ni recuerdo que hacía allí, sólo esperaba muerto de frío por dentro. El sol que caía apenas calentaba los ladrillos gruesos. Yo tan sólo esperaba, y esperaba, ver amanecer mi vida dentro. En aquellos días todo carecía de importancia, pero las cosas dolían infinitamente, sin embargo ahora que éstas duelen mucho más únicamente pienso en podrirme aguardando una sorpresa rebosante de soplos frescos. Supongo que mientras yacía en ese particular infierno trataba de respirar una libertad que no supiera a chicles de fresa ácida y lentejas. El llanto se me agolpaba dentro, pesaba mil toneladas y no me permitía gritar entre el cemento. Quería ascender tanto rápido que las cadenas se me enredaban en los huesos, supongo que quería crecer, huir, soñar…
Entonces me levanté y comencé a caminar hacia ningún lugar en concreto. La calle era un pasillo largo y sin direcciones. Cada paso que daba me hundía un poco más dentro. Todo me era extraño. Mi pequeño mundo de entonces carecía de horizontes. Era un hueco deshabitado. Una habitación blanca a la que espero volver algún día. Sólo tenía un cuadro colgado en una de sus paredes esperando mis preciados cachivaches, esos con los que te va obsequiando la vida. Pero en aquel entonces no había nada. Ni un extraño jardín empedrado, ni atardeceres lejanos y deslustrados tras cristales rotos, nada. En mi cabeza todo era caos y lento aprendizaje. Unas lecciones que me han llevado demasiado lejos. Hasta el punto de volver al origen de todo. Sólo que ahora ya no hay fantasmas. Unicamente heridos que han quedado dispersados por los caminos. Unos ignorados, otros añorados, los más refugiados en el fondo de los rencores donde hace tiempo que los he ocultado.
Derrotado he de volver. Sabiendo que albergo aún miles de palabras que no habré de decir jamás, que se encontrarán como mensaje en una botella sobre la arena de una playa…
Afortunadamente, la mañana siempre regresa para liberarnos felizmente y dejarnos su incertidumbre. Si no hubiera llegado no la habría podido ver finalmente, tal cual es. Una oquedad siniestra y permanente. Una quietud extraña. Mi dolor.

Quema el sol en brotes para que la desesperación nazca cada nuevo día. Es el paupérrimo tributo que dejamos hecho jirones por el camino.


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