http://www.elconfidencial.com/mundo/2015-07-28/que-hacer-para-no-contribuir-o-contribuir-menos-a-un-sistema-perverso_940474/
Los datos nos dicen que cada vez gastamos con mayor celeridad los recursos generados por la Tierra en un año y que si todos viviéramos como los estadounidenses, necesitaríamos 3,9 planetas para saciar nuestro ritmo de consumo (2,3 si el modo de vida generalizado fuera el de los españoles). También nos dicen que en el mundo hay 900 millones de trabajadores pobres, es decir, que, a pesar de trabajar, no tienen lo mínimo para vivir. La cifra supone el 30% del total de las personas con empleo, según la Organización Internacional del Trabajo, a las que se añaden 21 millones de seres humanos que viven en situación de esclavitud. Son solo algunas de las consecuencias del modelo actual de producción, situaciones escondidas tras aquellos productos que nos ofrecen cada día las coloridas estanterías de los supermercados.
El proceso de globalización que se aceleró durante la segunda mitad del siglo pasado no solo llevó a una mejora de las comunicaciones y del transporte; también incrementó la complejidad de las cadenas de producción y, sobre todo, los kilómetros que los productos recorren desde el punto de origen de las materias primas a los establecimientos de venta. Hoy en día, un producto sofisticado, como un aparato electrónico, contiene varias decenas de materiales que han sido extraídos en varios continentes; está compuesto por cientos de piezas que han sido fabricadas en, al menos, 3 o 4 países y ha sido ensamblado en otro país con salarios más bajos y peores condiciones laborales y sindicales. No es algo exclusivo de los productos complejos; alimentos tan básicos como el azúcar o las frutas también viajan miles de kilómetros antes de llegar hasta nuestras mesas.
Con unas cadenas tan complejas y casi imposibles de trazar, ¿se puede hacer algo por evitar los impactos negativos de la producción? La elección de compra, es una herramienta fundamental. “En la sociedad actual de consumo, cuando uno compra está votando a toda una cadena de producción y de distribución y por tanto a todo un modelo económico”, dice Javier Guzmán director de la ONG Veterinarios Sin Fronteras Justicia Alimentaria Global (VSF). “El consumidor tiene que ser transformador, es decir, que compre en línea a lo que piensa”, añade Ana Etchenique, vicepresidenta de la Confederación Española de Consumidores y Usuarios (CECU).
Las cifras que invierten en publicidad para un consumo acrítico y compulsivo impide hablar de equidistancia en la responsabilidad
Para consumir de forma diferente se necesitan productos diferentes. Las primeras alternativas surgieron ya en los años 50 y 60 de la mano del Comercio Justo, un movimiento que pretendía asegurar unos estándares sociales y medioambientales mínimos en los productos fabricados en países pobres. En la actualidad, el Comercio Justo es uno de los sectores líderes de la economía social y en 2013 facturó 31 millones de euros solo en España, según datos de la Coordinadora Estatal de Comercio Justo. Más recientemente han surgido muchas otras alternativas como la economía colaborativa, en la que compartir es la base, o la Economía del Bien Común, que traza unas reglas económicas que ponen el beneficio social en el foco. Lo local y lo próximo también se ha convertido en uno de los principales criterios del consumo responsable.
“Lo más importante es pensar en el consumo como forma de cubrir las necesidades básicas con criterios de economía solidaria y ecológica y, en la medida de lo posible, de autogestión”, asegura Charo Morán, del Área de Consumo de Ecologistas en Acción. “Aplicar criterios como cercanía, pequeña escala, tiendas de barrio, durabilidad, fácil reparación, segunda mano, alimentos ecológicos y de temporada, cooperativas de empleo, finanzas éticas,… y también ser partícipes de la construcción de alternativas de consumo en las que cada persona adquiera un papel activo sobre el consumo, y por ende, sobre el modo de vida que queremos construir”, continúa Morán. Otras de las alternativas que han surgido son los huertos urbanos, los bancos de tiempo, las monedas sociales, los mercados solidarios, las fábricas recuperadas, las finanzas éticas o los grupos de consumidores.
Javier Guzmán, de VSF, apunta a otra clave: evitar las multinacionales. “Las multinacionales tienen un poder enorme y condicionan totalmente nuestra vida. Y los estados se muestran además inoperantes ante ellas, pero son las que marcan las estructuras de costes y estándares de seguridad y laborales”, afirma. Aquí, la información es fundamental.“El concepto de consumo responsable solo es posible con información porque, si no, te limitas a lo que te ofrece el mercado. El consumidor que está informado y que toma conciencia sobre a qué puede acceder ya puede influir como consumidor”, dice Ana Etchenique. Muchos consumidores están además dispuestos a ello. Según una encuesta de la consultora sobre mercados Nielsen publicada en julio de 2014, un 55% de los consumidores pagaría más por productos y servicios de empresas sociales y medioambientalmente responsables. Es un 10% más que hace tres años, cuando Nielsen comenzó a realizar la encuesta.
¿Una responsabilidad exclusiva del consumidor?
Los consumidores tienen un poder importante con sus decisiones de compra, pero el papel del estado y de las propias empresas sigue siendo fundamental. Los consumidores se ven, además, limitados por la falta de información veraz y por la gran cantidad de propaganda y de publicidad que le rodea, en lo que Joseph Stiglitz llamó la “asimetría de información”. “Las enormes cifras de gasto que invierten estos actores en publicidad para un consumo acrítico y compulsivo (destinadas aproximadamente al 20% de la población que se puede considerar clase consumidora), las normativas internacionales que benefician a las multinacionales, el poder de los bancos… hace que no se pueda hablar de equidistancia en la responsabilidad”, dice Charo Morán de Ecologistas en Acción.Por ello, la mayor parte de los movimientos buscan una mejor regulación para asegurar que los procesos productivos respetan criterios sociales y medioambientales y que son presentados con una información adecuada. “Los estados han llegado al punto en que han perdido su función de defensa al ciudadano”, sostiene Ana Etchenique.
Y en esto se han conseguido importantes avances durante los últimos años. La presión social ha hecho que muchas empresas empiecen a tomarse más en serio sus impactos sociales y medioambientales, mientras que en Naciones Unidas se habla sobre un tratado legalmente vinculante para las corporaciones transnacionales. Recientemente, los países del G7 acordaron además crear un fondo conjunto para evitar tragedias como la del Rana Plaza de Bangladesh en 2013, en la que casi 1.200 trabajadores murieron al desplomarse un edificio que albergaba varios talleres textiles. “Aunque esta preocupación [de las empresas y gobiernos] sea un paréntesis por la reacción de los consumidores, no va a haber marcha atrás. Se ha visibilizado demasiado que existe una injusticia hacia el ciudadano”, concluye Ana Etchenique.
* Laura Villadiego y Nazaret Castro son coautoras del libro 'Carro de Combate. Consumir es un acto político' (Capital Intelectual, 2014), en el que repasan la cadena de producción de 20 productos habituales de nuestra cesta de la compra, y proponen alternativas más justas.
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