Es fácil minimizar lo que suponen un embarazo y un parto si no se escucha a las mujeres. Laura Freixas Laura Freixas es escritora.
La primera vez que participé en un debate sobre gestación subrogada, hubo una pregunta que no supe contestar. Era en la radio, y los otros invitados eran padres de hijos nacidos por ese método. Yo iba armada hasta los dientes de argumentos contra la mercantilización del cuerpo femenino, pero me quedé en blanco cuando me preguntaron: si es altruista, ¿la prohibirías también?
Parecía difícil de creer, de modo que decidí informarme. Leí reportajes, presencié debates, escuché a famosos en la tele, vi el documental Surrogacy... Al cabo de un tiempo, observé algo curioso. Y es que en todos esos espacios, quienes se expresan son mayoritariamente hombres. Occidentales, de clase media para arriba, que son padres por gestación subrogada o podrían serlo. También, aunque muchas menos, mujeres madres por el mismo sistema. Por último, profesionales. ¿No falta algo? ¿Alguien? Sí, claro: las gestantes. Esas de las cuales los “padres de intención”, o las ginecólogas o abogados ligados a una agencia, nos aseguran que “lo hacen porque quieren”, “es un acto de amor”, “les gusta estar embarazadas”... Yo preferiría escucharlas a ellas.
Imposible. No están. Apenas se las ve ni se las oye. Bien mirado, eso no solo se aplica a las gestantes subrogadas, sino a todas las madres. ¿Qué piensan, qué sienten, qué quieren? Miren alrededor: ¿cuál es la imagen-tipo? Hay dos. Una es terrible, aunque de puro habitual no nos escandaliza: la de un vientre sin cabeza. Es decir, no una persona (la cara es lo que nos humaniza), sino un recipiente. La otra es el modelo por antonomasia de la mujer en nuestra sociedad: la Virgen. La que se sometió a un proyecto ajeno (“Hágase en mí según Tu voluntad”), acogiendo en su cuerpo, sin pedir nada a cambio, a un hijo que no era suyo. La “gestación subrogada altruista” tiene ilustres precedentes.
Apenas si se oye a quienes, según los “padres de
intención”, o las ginecólogas o abogados ligados a una agencia, nos
aseguran que “lo hacen porque quieren”
Fui cayendo en la cuenta de algunas cosas interesantes. Por ejemplo, que el embarazo altruista por cuenta ajena sería un caso único de generosidad de pobres hacia ricos. Curioso. Curiosa también la prohibición de arrepentirse. Quien regala puede dejar de hacerlo; pero si la que “regala” un embarazo decide abortar o quedarse el bebé, se la castiga con una indemnización exorbitante. Y por cierto, caí también en la cuenta (me costó, pero terminó por encendérseme la luz) de que los contratos de subrogación “altruista” incluyen una “compensación por las molestias”. Vaya. ¿Y en qué consiste? En dinero. Creo que nos vamos entendiendo.
A estas alturas, ya solo me quedaba una pregunta: ¿por qué tantos “padres de intención” y también las (escasas) gestantes que se expresan, repiten como un mantra lo del “altruismo”? Permítanme un rodeo: echemos un vistazo a los anuncios de “contactos”. “Chicas viciosas”, “cachondas”, “morbosas”... ¿Acaso follan por lascivia? Si es así, ¿por qué cobran? “Rellenita pechugona, 30. Dos chicas, 50”. Y si lo hacen por dinero, ¿por qué se llaman “viciosas”? La respuesta no es difícil: el contratante no solo compra un cuerpo, sino la comedia de “vicio” necesaria para no ver el odio, asco, desprecio o simple aburrimiento de la contratada. ¿Comulgan los clientes con semejantes ruedas de molino? Hasta puede que sí. Pues todo encaja: la iconografía de las mujeres como objetos; la idea de que han venido al mundo para servir a los hombres; la poca voz que tienen. Es fácil minimizar, frivolizar, lo que supone un embarazo y parto o la vida en un prostíbulo cuando no se escucha a las mujeres; y es mejor no escucharlas para no poner en peligro la buena conciencia del cliente.
Por mi parte, si vuelven a preguntarme sobre la gestación subrogada “altruista”, diré que soy mayorcita para creer en los cuentos de hadas.
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