Benaqla Sadki es un hombre delgado, de manos rudas y sin apenas
dientes. Dice que tiene 45 años, pero aparenta al menos diez más. Este
marroquí de la ciudad de Erfoud, al sureste del país, trabaja en un
agujero de cinco metros que ha cavado a golpe de pico y pala. Saca los
escombros escalando por las paredes con una agilidad pasmosa. Ha tardado
un mes en abrir la fosa y aún tendrá que seguir varios metros en
horizontal antes de encontrar lo que busca. Trabaja así incluso en
verano, con temperaturas que superan los cuarenta grados. “Esto es lo
que tengo que hacer para ganarme el pan”, dice en francés.
Hace unos 450 millones de años, el desierto del Sáhara era el fondo del océano situado en torno al Polo Sur. Formaba parte del supercontinente de Gondwana. Las costas eran similares a las de la Antártida y en las aguas vivían trilobites, animales que desarrollaron ojos de cristal y exoesqueletos para protegerse de sus depredadores, orthoceras, cefalópodos parecidos a calamares con caparazón, y bivalvos similares a los actuales. Todos esos animales y muchos otros se extinguieron hace cientos de millones de años, pero sus cuerpos fosilizados siguen bajo tierra y se cuentan por millones.
Sadki es uno de los cientos de buscadores de fósiles de esta zona
desértica del Anti-Atlas marroquí. Busca crinoides, animales marinos
caracterizados por sus vistosos cálices y pedúnculos. El precio depende
del tamaño de la pieza. “Por una buena placa pueden darme 3.000 dirhams
[unos 300 euros]”, señala. En ocasiones pasa hasta cuatro meses picando
sin encontrar nada, asegura. Estos trabajadores son la mano de obra
barata que sustenta el mercado de compra y venta de fósiles en
Marruecos, uno de los principales exportadores a nivel mundial. En las
tiendas de las poblaciones de Erfoud, Alnif o Rissani, se pueden comprar
trilobites que caben en la palma de la mano por un euro (se venden por
cajas de 200) y placas con varios de estos animales por más de 1.000
euros. Hay hasta encimeras de cocina y lavabos hechos con piedra caliza
llena de animales extintos. Una vez sacadas del país, las piezas más
valiosas se venden en Internet por decenas de miles de euros.
Toda esta actividad, que da de comer a muchas familias en la región, no está regulada. Gran parte de esta riqueza fósil acaba en el extranjero, en la mayoría de casos sin pasar por el control de las autoridades.
En una de las entradas de Erfoud el sonido de las radiales es
constante. En medio de nubes de polvo asfixiante hay de trabajadores con
la cara y los ojos tapados por pañuelos y gafas que cortan placas de
fósiles para su posterior venta. Son el siguiente eslabón de la cadena,
los preparadores. Los más cualificados usan tornos similares a los de un
dentista y pulidores que escupen fina arena para separar los trilobites
de la piedra hasta dejarlos casi totalmente separados sin dañar las
espinas defensivas de algunas especies. Además de los comercios abiertos
al público, algunos comerciantes tienen almacenes privados en los que
ofrecen garras de dinosaurio por 250 euros, mandíbulas de ballena
extinta por 1.500 euros, o hachas de piedra talladas por humanos hace
decenas de miles de años por 50 euros cada una. Una vez preparados para
la venta, el precio de los fósiles en tienda es, por lo menos, el doble
que el que se paga al picador, y a veces mucho más.
Científicos de varios países peregrinan a esta zona en busca de descubrimientos de alto impacto. Es una forma de hacer paleontología que empieza en tiendas o ferias de Europa o EE UU. Los investigadores preguntan a los vendedores por el origen de un fósil de invertebrado o vertebrado interesante. El rastro les lleva a las muchas canteras del sureste de Marruecos. Si tienen suerte, los comerciantes locales les llevan hasta el sitio exacto de donde salió una especie desconocida y los picadores les dejan excavar. Solo hay una condición, que les paguen por lo que encuentren.
“Gracias al comercio de fósiles se han definido en Marruecos cerca de
un millar de especies nuevas de invertebrados paleozoicos”, explica
Juan Carlos Gutiérrez-Marco, investigador del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC). Cada año, este geólogo hace un viaje
de ida y vuelta en todoterreno desde Madrid a Marruecos para ver qué
animales nuevos se están extrayendo, comprar alguna pieza interesante y
realizar sus propias excavaciones en las zonas que aún no están
explotadas. El investigador ha descrito tres nuevas especies y tiene
otras siete en cartera.
Marruecos tiene amplios afloramientos del Cámbrico, el Ordovícico, el Silúrico y el Devónico, periodos geológicos que abarcan desde hace 540 millones de años a 350 millones de años. El hecho de que no haya capa de vegetación que atravesar convierte a esta zona de Marruecos en uno de los mejores lugares del mundo para encontrar fósiles. “Al ritmo actual de explotación, las reservas tardarían siglos en agotarse”, asegura Gutiérrez-Marcos.
Uno de los hallazgos científicos más recientes en esta zona fue el anomalocaris gigante (Aegirocassis benmoulae),
un artrópodo marino de unos dos metros de largo que era probablemente
el animal más grande del mundo hace unos 480 millones de años. Los
cadáveres de estos animales y otros de su ecosistema quedaron tan bien
preservados en el sedimento que se fosilizaron los órganos y partes
blandas, algo excepcional que solo es comparable con los famosos
Esquistos de Burgess de Canadá y otros similares en China.
Mohamed Ben Moula, de 63 años, es un antiguo pastor de camellos reconvertido a buscador de fósiles. Él halló los primeros anomalocáridos y se los vendió a Brahim Tahiri, uno de los comerciantes de fósiles más ricos de la zona. Tahiri se lo enseñó a Peter Van Roy, un investigador que ha trabajado para la Universidad de Yale (EE UU), quien, junto a otros colegas, estudió y publicó los detalles sobre esta nueva especie. Todos los fósiles descritos fueron excavados por Ben Moula. Entre 2009 y 2014, el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale compró al marroquí toneladas de piedras con fósiles extraídas en sus canteras, un total de 10.000 especímenes por el que desembolsaron unos 210.000 dólares, explica Van Roy. El estudio más importante sobre la nueva especie, firmado por Van Roy y Derek Briggs, veterano geólogo de Yale y exdirector del Museo Peabody, se publicó en la prestigiosa revista Nature, un podio para cualquier científico.
Van Roy destaca la labor de Ben Moula, pues sin su actividad comercial no serían posibles descubrimientos como el suyo. Además el marroquí vende más barato a los científicos. “Si miras estos precios y tienes en cuenta la cantidad de trabajo que se necesita para sacar toneladas de piedra, el precio de venta es una ganga”, reconoce Van Roy. Después de Yale, el Museo Real de Ontario (Canadá) compró este tipo de fósiles a los Ben Moula y en la actualidad la familia está en proceso de vender más material a museos europeos, dice Van Roy. El investigador reconoce las desigualdades entre los picadores que hacen el trabajo más duro y los magnates como Brahim Tahiri. Este comerciante tiene una de las mayores tiendas de fósiles de Erfoud y dinero suficiente para viajar a EE UU a vender directamente a los coleccionistas con más dinero. “En las ferias de EE UU Tahiri llega a ganar medio millón de dólares en una semana”, asegura Van Roy. Tahiri declinó ser entrevistado para este reportaje.
Hasna Chenaui, geóloga de la Universidad Hassan II de Casablanca, es
secretaria general de la Asociación para la Protección del Patrimonio
Geológico de Marruecos. Chenaui explica que la exportación sin control
de fósiles no es un caso aislado. El mes pasado una casa de subastas de
París puso a la venta el esqueleto casi completo de un plesiosaurio
marino de nueve metros por un precio inicial 350.000 euros. El fósil, de
66 millones de años, procedía de las minas de Khouribga, en el sureste
marroquí, sin que los expertos sepan cómo pudo salir del país. La
presión de la asociación de Chenaui contribuyó a que el Gobierno
marroquí interviniese para parar la venta, pero el fósil aún no ha
vuelto al país, dice Chenaui. “Marruecos, con un patrimonio geológico
tan rico, no tiene una regulación específica para protegerlo” ni la ha
tenido durante décadas, explica. Esto hace que en la actualidad “todo lo
que se extrae sea exportado y no permanezca en el país”, asegura.
Su asociación no apoya prohibir el comercio ni la exportación de fósiles, especialmente porque muchas familias dependen del sector, pero sí ha colaborado con el Gobierno para desarrollar una ley que regule los permisos de extracción y venta, dé derechos a los trabajadores, cree museos públicos que a su vez puedan generar turismo y desarrollo sostenible en la zona, promueva la formación académica de la gente de la región, y que impida la exportación de los fósiles de mayor valor, señala la geóloga. Según Chenaui, el desarrollo de esta regulación, a cargo del Ministerio de Energía, Minas, Agua y Medio Ambiente, se ha parado en los últimos meses. “Creo que les asustó el ruido mediático con el caso del plesiosaurio y además recibieron presiones de los vendedores y comerciantes”, explica Chenaui. Este periódico ha intentado recabar la versión del Gobierno marroquí sin éxito.
Hace unos 450 millones de años, el desierto del Sáhara era el fondo del océano situado en torno al Polo Sur. Formaba parte del supercontinente de Gondwana. Las costas eran similares a las de la Antártida y en las aguas vivían trilobites, animales que desarrollaron ojos de cristal y exoesqueletos para protegerse de sus depredadores, orthoceras, cefalópodos parecidos a calamares con caparazón, y bivalvos similares a los actuales. Todos esos animales y muchos otros se extinguieron hace cientos de millones de años, pero sus cuerpos fosilizados siguen bajo tierra y se cuentan por millones.
“Gracias al comercio de fósiles se han definido
en Marruecos cerca de un millar de especies nuevas de invertebrados
paleozoicos”, explica Juan Carlos Gutiérrez-Marco, investigador del
CSIC, que viaja cada año en todoterreno a la zona desde Madrid
Toda esta actividad, que da de comer a muchas familias en la región, no está regulada. Gran parte de esta riqueza fósil acaba en el extranjero, en la mayoría de casos sin pasar por el control de las autoridades.
Científicos de varios países peregrinan a esta zona en busca de descubrimientos de alto impacto. Es una forma de hacer paleontología que empieza en tiendas o ferias de Europa o EE UU. Los investigadores preguntan a los vendedores por el origen de un fósil de invertebrado o vertebrado interesante. El rastro les lleva a las muchas canteras del sureste de Marruecos. Si tienen suerte, los comerciantes locales les llevan hasta el sitio exacto de donde salió una especie desconocida y los picadores les dejan excavar. Solo hay una condición, que les paguen por lo que encuentren.
Marruecos tiene amplios afloramientos del Cámbrico, el Ordovícico, el Silúrico y el Devónico, periodos geológicos que abarcan desde hace 540 millones de años a 350 millones de años. El hecho de que no haya capa de vegetación que atravesar convierte a esta zona de Marruecos en uno de los mejores lugares del mundo para encontrar fósiles. “Al ritmo actual de explotación, las reservas tardarían siglos en agotarse”, asegura Gutiérrez-Marcos.
Los comerciantes locales dejan excavar a los científicos, si pagan
Mohamed Ben Moula, de 63 años, es un antiguo pastor de camellos reconvertido a buscador de fósiles. Él halló los primeros anomalocáridos y se los vendió a Brahim Tahiri, uno de los comerciantes de fósiles más ricos de la zona. Tahiri se lo enseñó a Peter Van Roy, un investigador que ha trabajado para la Universidad de Yale (EE UU), quien, junto a otros colegas, estudió y publicó los detalles sobre esta nueva especie. Todos los fósiles descritos fueron excavados por Ben Moula. Entre 2009 y 2014, el Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale compró al marroquí toneladas de piedras con fósiles extraídas en sus canteras, un total de 10.000 especímenes por el que desembolsaron unos 210.000 dólares, explica Van Roy. El estudio más importante sobre la nueva especie, firmado por Van Roy y Derek Briggs, veterano geólogo de Yale y exdirector del Museo Peabody, se publicó en la prestigiosa revista Nature, un podio para cualquier científico.
Van Roy destaca la labor de Ben Moula, pues sin su actividad comercial no serían posibles descubrimientos como el suyo. Además el marroquí vende más barato a los científicos. “Si miras estos precios y tienes en cuenta la cantidad de trabajo que se necesita para sacar toneladas de piedra, el precio de venta es una ganga”, reconoce Van Roy. Después de Yale, el Museo Real de Ontario (Canadá) compró este tipo de fósiles a los Ben Moula y en la actualidad la familia está en proceso de vender más material a museos europeos, dice Van Roy. El investigador reconoce las desigualdades entre los picadores que hacen el trabajo más duro y los magnates como Brahim Tahiri. Este comerciante tiene una de las mayores tiendas de fósiles de Erfoud y dinero suficiente para viajar a EE UU a vender directamente a los coleccionistas con más dinero. “En las ferias de EE UU Tahiri llega a ganar medio millón de dólares en una semana”, asegura Van Roy. Tahiri declinó ser entrevistado para este reportaje.
Su asociación no apoya prohibir el comercio ni la exportación de fósiles, especialmente porque muchas familias dependen del sector, pero sí ha colaborado con el Gobierno para desarrollar una ley que regule los permisos de extracción y venta, dé derechos a los trabajadores, cree museos públicos que a su vez puedan generar turismo y desarrollo sostenible en la zona, promueva la formación académica de la gente de la región, y que impida la exportación de los fósiles de mayor valor, señala la geóloga. Según Chenaui, el desarrollo de esta regulación, a cargo del Ministerio de Energía, Minas, Agua y Medio Ambiente, se ha parado en los últimos meses. “Creo que les asustó el ruido mediático con el caso del plesiosaurio y además recibieron presiones de los vendedores y comerciantes”, explica Chenaui. Este periódico ha intentado recabar la versión del Gobierno marroquí sin éxito.
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