junio 26, 2025

El increíble viaje de las golondrinas: cómo encuentran el camino de vuelta

 POR    26 DE ABRIL DE 2025

 

 
3.500 kilómetros en un mes, a razón de 120 kilómetros al día. Ese fue el viaje que llevaron a cabo dos golondrinas desde su nido en el aparcamiento subterráneo del campus universitario de la Universidad Autónoma de Madrid hasta sus zonas de invernada en países de África occidental como Burkina Faso, Costa de Marfil, Ghana o Mali.

Pero ¿cómo una golondrina que recorre esa distancia cuando llega el invierno es capaz de encontrar el camino de vuelta a su nido primaveral? A continuación, os mostramos las conclusiones (y las dudas) de varios estudios científicos en relación con la migración de las golondrinas y otras aves.

¿Por qué migran las golondrinas?

Definida la migración como “el acto de pasar de una unidad espacial a otra”, una gran cantidad de especies de aves realizan estos desplazamientos estacionales entre áreas de cría e invernada de forma regular cada año: algunas de ellas llegan a recorrer hasta 15.000 kilómetros entre un área y otra, como es el caso del busardo de estepa. Las golondrinas no llegan a estas cifras de récord, pero, como vimos, también vuelan varios miles de kilómetros.

Como se trata del ave con mayor área de distribución del mundo, presente en cinco continentes, ha sido muy estudiada por los científicos, utilizando modernas tecnologías de geolocalización lo que permite crear mapas de rutas migratorias.

Estos mapas, junto a los sistemas de geolocalización, permiten, a su vez, estudios pormenorizados como el que analiza el patrón migratorio de la golondrina en Asia, donde recorrieron más de 5.000 kilómetros en su viaje de ida y vuelta. A pesar de que la distancia fue similar en ambos recorridos, las golondrinas viajaron más rápido en primavera (de vuelta a su lugar de reproducción) que en otoño rumbo a la invernada.

Y la principal razón por la que las golondrinas realizan estos largos, costosos (y arriesgados) viajes es para asegurarse el alimento. La golondrina es un ave insectívora que se alimenta casi exclusivamente de insectos voladores como mariposas, polillas, hormigas, abejas, avispas o moscas. Teniendo en cuenta que muchos de ellos “desaparecen” también en invierno para protegerse del frío, la golondrina se ve obligada a buscar insectos disponibles en otras latitudes más cálidas: por eso viajan hacia el sur desde otoño.

De hecho, como explica este fantástico artículo de Scientific American las aves migratorias tienen una suerte de reloj interno con un ritmo anual que les indica cuándo deben migrar. Si bien es sencillo (y hasta obvio) explicar las razones por las que un ave migra (que no es muy diferente a la del desplazamiento estacional de cualquier otro animal o incluso del ser humano lo largo de su historia) sí resulta mucho más desafiante para los científicos explicar sus mecanismos fisiológicos y genéticos de migración. Es decir, sabemos por qué las golondrinas migran, pero ¿cómo migran?

Tres ‘brújulas’ para guiarse y un mapa mental con una precisión de centímetros

“Las aves heredan de sus padres las direcciones en las que deben volar en otoño y primavera”, nos dicen desde Scientific American, porque “cada progenitor tiene direcciones genéticamente codificadas diferentes”. Pero, entonces, la pregunta es: ¿cómo saben las aves diferenciar el sur del norte?, ¿cómo se guían en sus migraciones definidas genéticamente?

Los científicos consideran que las aves, como el caso de las golondrinas, tienen a su disposición (al menos) tres brújulas diferentes: la que les permite obtener información del sol, la que sigue los patrones de las estrellas en el cielo, y la que se basa en el campo magnético, siendo esta última la que despierta más fascinación (y dudas) entre la comunidad científica.

Pero, ojo, este sofisticado sistema de orientación está lejos de garantizar el éxito en cada viaje, especialmente los primeros: “Durante la primera migración, el ave construye un mapa mental que, en viajes posteriores, le permitirá navegar con una precisión de centímetros a lo largo de miles de kilómetros”, de forma que algunas aves se reproducen en el mismo nido y duermen en la misma percha en su área de invernada año tras año… volviendo de nuevo a su nido inicial cada primavera. En este sentido, “alrededor del 50 % de los pájaros cantores adultos regresan a su lugar de anidación para reproducirse cada año”.

Por ello la primera migración es tan importante… y tan arriesgada: “Esta es una de las razones por las que solo el 30 % de los pájaros cantores pequeños sobreviven a sus primeras migraciones a sus zonas de invernada y de regreso”.

Para afrontar este desafío vital, las golondrinas cuentan con el apoyo de sus sentidos, como vimos en el caso de las palomas, principalmente de la vista, el olfato y la magnetorrepción. En este sentido, “los científicos conocen a fondo los mecanismos biofísicos detallados de los sentidos de la vista y el olfato de las aves”. Pero el funcionamiento de su brújula magnética es otra historia: decenas de estudios han tratado de desvelar el misterio.

Se sabe que, por ejemplo, un pájaro puede detectar el campo magnético y el ángulo que forma con la superficie de la Tierra, la llamada brújula de inclinación, y que su brújula magnética depende de la luz (aunque sea de la “tenue luz de las estrellas”), por lo que también está vinculada a la vista.

Fue en 1978 cuando se propuso por primera vez que la brújula también dependía de transformaciones químicas magnéticamente sensibles, una teoría que ha sido ampliada hace dos décadas: “De experimentos como estos se desprende claramente que los sensores de la brújula magnética se encuentran en las retinas de las aves”.

Profundizando más en esta teoría, los científicos han especulado con que deben existir “moléculas sensoriales (magnetorreceptores) en la retina donde se pueden crear pares de radicales magnéticamente sensibles utilizando las longitudes de onda que las aves necesitan para el funcionamiento de su brújula”. Un experimento en esta línea trató de averiguar si estas moléculas pueden ayudar a las aves migratorias a guiarse.

De cualquier forma, esta clase de investigaciones no solo tienen un objetivo teórico, sino práctico, ya que pueden ayudar a proteger a las aves, especialmente a las más vulnerables, puesto que “reubicar a los individuos migratorios lejos de hábitats dañados rara vez tiene éxito, ya que las aves tienden a regresar instintivamente a esos lugares inhabitables”: por lo tanto, entendiendo su mecanismo migratorio tal vez “los conservacionistas tengan más posibilidades de convencer a los migrantes de que un lugar más seguro es realmente su nuevo hogar”.

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