(Publicado por Pedro Ojeda Escudero el jueves 12 de octubre de 2006, fecha cercana al inicio de su blog. Tiene tres años, un mes y tres días. Sigue igual... manando. PAQUITA) laacequia.blogspot.com/
La acequia es una conducción de agua humilde, pero que da vida a las tierras que recorre. Hasta su nombre árabe, acequia, guarda recónditos ecos de esa extraña vitalidad que suma el esfuerzo técnico del hombre a la magia de los ciclos naturales. Y una sugestiva atracción fonética. Cuando yo era niño vivía cerca de una de estas venas de agua. Era algo prohibido: los más pequeños no podíamos acercarnos a ella. Las madres nos trasmitieron el temor de ahogarnos o que nos picaran mosquitos o tábanos, quizá extrañas arañas que vivían en la abundante vegetación que la flanqueaba. Además, cerca de uno de sus límites se encontraba uno de esos clubs que todas las ciudades españolas de los años sesenta tenían en las afueras, consentidos por las mismas hipócritas autoridades que los negaban. Fui creciendo y me acerqué a ella, como a todo lo prohibido. En verano era un paseo agradable, algunos amigos se bañaban en sus turbias aguas, sin miedo a ser tragados por los sifones con los que se salvaban los caminos o las carreteras o a enlodarse en las épocas en las que estaba más sucia. Al final de agosto, las zarzas que crecían a sus lados se llenaban de moras. Recuerdo las manos cruzadas por los arañazos al cogerlas. Y su sabor. Mi madre las preparaba con leche y azúcar. Tuve un perro que se aficionó a ellas y las comía directamente de la zarza, abriendo todo lo que podía los labios y sacando los dientes para no picarse con las espinas. Sin embargo, a pesar de que terminé recorriéndola y conociéndola en toda su extensión, viéndola seca cuando desde el canal principal cortaban el agua, para mí, aquella acequia sigue guardando el misterio de mi infancia.
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