Cuenta Eduardo Galeano en un pequeño y conocido relato (Tragos) que en un bar de Quito regentado desde hacía muchos años por El Turco, conocedor de los gustos y preferencias de cada cliente, cada noche se acercaba un hombre que pedía siempre dos martinis con sendas aceitunas que bebía a la vez, un sorbo de una copa y otro sorbo de la otra. Una noche El Turco pudo sonsacar de aquel hombre que un amigo suyo, a la misma hora, a las ocho en punto, hacía lo mismo en un bar de Ottawa, lo que les hacía sentir que bebían cada día una copa juntos. Una noche, aquel hombre entró en el bar y pidió un solo Martini, que bebió lento, callado, hasta agotar la última copa. El Turco no pudo resistir darle un toque en el hombro, por encima del mostrador, a la vez que le decía: "Mi pésame", pero "el hombre aclaró que no, que su amigo estaba vivo y coleando: 'Es que yo he dejado de beber' -explicó".
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