(Escrito -y publicado- por Pedro el 28/12/2009 en su blog La suerte sonrie a los audaces. PAQUITA) lasuertesonriealosaudaces.blogspot.es/
Durante la guerra civil española, en un momento de tensiones extremas entre los propios vecinos, amigos y compañeros de toda la vida surgieron personajes excepcionales.
Cierta bibliografía intenta hacer creer que el país entero cayó en manos de la violencia, el crimen político y la destrucción del enemigo, quizá llevado por el odio y salvajismo intrínseco de los españoles, pero esto
no fue así. Muchos hombres en ambos bandos se jugaron la vida para salvar la de sus “enemigos” oponiéndose a los suyos.
Muchos lo hicieron en el bando nacional (mirad la película “la buena nueva”, ficticia pero representativa), y muchos otros, más conocidos
por ser más y más relevantes, en el republicano.
Uno de estos hombres fue Melchor Rodríguez, al que bautizaron como el “Ángel Rojo” sus enemigos, ya que salvó la vida de muchos de ellos. Los más destacados Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, y el general Agustín Muñoz Grandes, que le devolvió parcialmente el favor.
Melchor Rodríguez era miembro de la CNT anarquista. Dentro del anarquismo ibérico siempre hubo dos “tendencias” a nivel, digamos, intelectual y humano. Estaban los anarquistas comprometidos con la “lucha directa” y la “lucha de clases”. Obreros industriales generalmente que estaban dispuestos a morir o matar para conseguir la esperada “revolución libertaria”. Estos hombres tenían un valor enorme, pero también una fe intensa que les llevaba muchas veces a despreciar la vida de los demás. Muchos de este grupo se convirtieron en criminales a principio de la guerra civil, llevados por el odio de clase.
Pero también hubo un segundo grupo de anarquistas idealistas. Personas autodidactas, naturistas, portadores de una fe ciega en la bondad innata del ser humano, personas con un modo de vida casi ascético, una mezcla de Gandhi y Jesucristo. Estos hombres, a pesar de asumir el anarquismo y la lucha obrera como una necesidad, eran incapaces de hacer daño a una mosca, y se dedicaban principalmente a seguir una vida acorde con sus creencias libertarias, con su moral “revolucionaria”, etc.
Melchor Rodríguez era de este último grupo. Huérfano desde muy pequeño, trabajó de calderero, chapista e hizo sus pinitos en el toreo de principios de siglo XX. Desde joven fue militante de la CNT, lo que le llevó a la cárcel varias veces tanto durante la monarquía como durante la república.
Al inicio de la guerra civil la CNT entró a colaborar con el gobierno de la república. El 10 de Noviembre Melchor Rodríguez fue designado delegado de las prisiones de Madrid, cargo dificilísimo puesto que en Madrid se habían producido ya tanto el asalto a la cárcel modelo como las “sacas” de presos que habían llevado a los asesinatos de Paracuellos del Jarama.
Su primer objetivo fue evitar nuevas sacas de las prisiones madrileñas, algo que le provocó presiones fortísimas (probablemente de militares soviéticos y del comunista José Cazorla, que eran partidarios de las sacas para “alejar” los presos peligrosos de la capital) que le obligaron a dimitir a los 4 días.
Pero unos días después el ministro de Justicia Juan García Oliver, antiguo pistolero de la FAI, le restituyó en el cargo con una autoridad máxima. Desde ese momento las “sacas” y los asesinatos de presos en las cárceles del Madrid sitiado cesaron.
Pero no fue una misión fácil. Se comenta mucho un caso: El asalto popular a la cárcel modelo de Madrid después de un bombardeo, donde los asaltantes exigían el linchamiento de los presos franquistas con muy posibles intenciones de asesinarlos. Melchor Rodríguez consiguió parar a la muchedumbre rabiosa, armada y con ganas de venganza. Llegó a ser encañonado con armas de fuego algunas veces, pero se jugó la vida en defensa de la vida de los presos que tenía que proteger.
En muchas otras situaciones Melchor Rodríguez apareció delante del pelotón de fusilamiento (ilegal, por supuesto) para parar las ejecuciones, cosa que consiguió siempre gracias a los poderes directos que tenía del ministro Oliver y por extensión del gobierno de la república.
Cuando dejó el cargo, en Marzo de 1937, el peligro para los presos había pasado. El asalto a Madrid había cesado, y el gobierno de Caballero poco a poco tomaba el control del orden público. No se puede calcular la cantidad de vidas que el Ángel rojo salvó.
Al final de la guerra civil Melchor Rodríguez fue designado alcalde de Madrid con la única función de rendir la capital a las tropas nacionales. En ese momento fue detenido y posteriormente juzgado por “auxilio a la rebelión”. Fue condenado en un primer término a cadena perpetua, pero la encendida defensa que hizo de él el general Muñoz Grandes, que reunió más de dos mil firmas de personalidades derechistas que pedían clemencia para Melchor Rodríguez, le valió para reducir su condena a 5 años, de los que no llegó a cumplir dos.
Tuvo suerte Melchor Rodríguez de tener a tan importante personalidad como defensor, pues otros presos de su entereza moral, como Besteiro o Peiró, fueron condenados a cadena perpetua o directamente fusilados. De todos modos Rodríguez volvió a la cárcel en alguna otra ocasión por actividades políticas.
Melchor Rodríguez murió en 1972. Se cuenta que a su entierro acudieron tanto anarquistas y republicanos como personalidades importantes del régimen Franquista, y se produjo la surrealista situación de que en el entierro se cantó A las Barricadas, el himno anarquista, y se desplegó sobre el féretro la bandera anarquista. Los cargos franquistas presentes parece que toleraron bastante bien el espectáculo, ya que no se detuvo a nadie.
Cuando miro a la época de la guerra civil y la comparo con la actual tengo pensamientos profundos. En la actualidad creo que no sería posible ese odio exacerbado que se vivía en esa época. Ya no hay criminales como Franco, Agapito García Atadell o Queipo de Llano. En eso hemos ganado, la sociedad actual es más tolerante, respeta más la vida y por mucho que veamos verdaderos energúmenos que piensan que sus adversarios políticos son seres malvados y diabólicos, hoy no se podría producir una atmósfera de violencia tal, y la práctica totalidad de gente no sería capaz de coger un arma para matar a otro a sangre fría.
Pero por el otro lado tampoco existen hoy personas capaces de jugarse la vida por salvar la de otros ni por defender valores morales superiores. Dijo Melchor Rodríguez que “Se puede morir por defender una idea, pero nunca matar por ella”, pero si las personas de esta época no son capaces de matar por una idea, mucho menos son capaces de morir por ella.
No es que le esté pidiendo a nadie que muera por una idea: No vale la pena, y vivo se suele hacer siempre mucho más que muerto. Pero esta sociedad actual tiene un punto de cobardía y de falta de ética que los hombres de finales del siglo XIX y principios del XX no tenían. Ver a alguien defendiendo a una persona indefensa de una agresión, por ejemplo, es algo que comienza a ser raro, pues la mayoría de personas pasaría de largo haciendo como que la cosa no va con ellos. Por eso mismo casos como el del profesor Neira son considerados heroicidades.
Los hombres que defienden ideas valerosamente son admirables. Los que han muerto por ellas son más admirables todavía. Pero quien se juega la vida por sus enemigos en medio de un entorno de violencia tienen un calificativo superior, como Melchor Rodríguez, el Ángel rojo.
Escrito por PAQUITA 02/01/2010 21:50
Me gusta el texto este. Me gusta todo lo relativo a "ese" periodo. Creo que debiéramos tenerlo presente, para que no se repita, para que no nos "vendan una moto" que no es la buena.
Lo copio y lo republica-ré en un mes, más o menos. Gracias: PAQUITA
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