enero 26, 2010

El Chuli... (+ Miguel Baquero)

(Publicado el 26 de noviembre de 2009 en el blog de Miguel Baquero. Por identificación. PAQUITA) miguel-baquero.blogspot.com/

Yo pasé la infancia en un barrio bastante suburbial: el barrio de la Ventilla. Ya lo conté en una entrada anterior, titulada Mis problemas con la justicia, donde me pinté como un joven y aguerrido delincuente que escapaba a toda pira de la pasma. En realidad, lo confieso ahora, me estaba tirando el pisto. Yo por aquel entonces era un buen chico. Tenía 10 ó 12 años y me preocupaba por hacer a tiempo los deberes y llevar al colegio los cuadernos limpios y sin tachaduras. Mi madre me despedía a la puerta con un beso y allí marchaba yo todo contento con mi mochila, mis libros de texto, mi estuche de pinturas, mi cartabón, mi regla… todo adquirido legalmente, eh, nada robado. Conviene dejar constancia de esto.

A mí la vida en la Ventilla, también hay que decirlo, no me parecía tan mala como decían mis padres. Pasaban pocos coches por allí, había muchos descampados donde jugar, cada dos por tres se organizaban travesuras en los barrios vecinos… No acababa de entender el empeño de mis padres, y de los padres de mis amigos, y de algunos vecinos más porque estudiáramos mucho para escapar de todo eso. ¿Escapar de qué?, nos preguntábamos mientras levantábamos las tapas de las alcantarillas, por ejemplo, y nos colábamos dentro a husmear.

Pero éramos buenos chicos en el fondo y, mal que bien, hacíamos nuestros deberes y no nos ensuciábamos demasiado. Había algunos, incluso, a quienes sus padres, después del colegio, habían apuntado a inglés, a francés, ¡a piano! Resultaba algo absurdo oír cómo, cada tarde, desde un bloque vecino al mío, entre la ropa tendida, los coches quemados, y el charco perenne donde lamían los perros, salía una y otra vez la escala musical. Era mi compañero Juanfran, que después de merendar pan con aceite y azúcar y hacer los deberes, tenía que sentarse todos los días un rato al piano.

—A mí no me apetece, la verdad, pero cualquiera se lo dice a mi madre.

Recuerdo el día que llevaron el pequeño piano blanco a casa de mi amigo Juanfran. Su madre lloraba de una manera muy callada, sin hipidos ni aspavientos ni lamentaciones, mientras su esposo la abrazaba. Nunca acabé de entender la naturaleza de esa escena.

Pero a lo que iba. Había otros, un poco mayores que nosotros, que esos sí “eran de cuidado”, como decían los adultos. En especial, era muy nombrado un tal Chuli, un chaval de rostro áspero y mirada torva que callejeaba mucho por allí mientras los demás andábamos en el colegio. Si te le cruzabas en la calle con él, te ponía el hombro como para simular que chocaba contigo y te tiraba al suelo; o te hacía una zancadilla. Era un auténtico “gamba”. Si te pillaba en un oscuro, directamente te quitaba las pelas. A veces no aparecía durante varios meses y todos sabíamos la razón.

Una tarde bajaba las escaleras para ir al club deportivo al que me habían apuntado mis padres cuando de pronto noté una alteración en el barrio. Desde la segunda planta podían oírse las voces y los gritos y yo me asomé a ver qué pasaba. “Será cabrón”, oí. “Será hijo puta”. “Como le pillemos”, decía el padre de mi amigo Juanfran. “Yo creo que se ha escapado por allí”.

Yo seguí bajando y estaba ya casi en el portal cuando vi al Chuli agazapado en el cuarto de contadores de mi bloque. Era evidente que se estaba escondiendo y en apenas un segundo entendí que era a él a quien buscaban y que tenía que haber hecho algo muy gordo contra la propiedad de alguien. Me hubiera bastado gritar: “eh, aquí”, para que le echaran mano y seguramente le dieran una somanta de hostias en la que tantos chavales veríamos vengadas sus chulerías. Bastaba con gritar “eh, aquí”.

Sin embargo, me callé. No dije nada, salí a la calle y eché a andar hacia el club deportivo. Y no callé por miedo, siempre he estado seguro de eso. No fue cobardía, fue otra cosa. Yo tenía 10 ó 12 años y por una suerte de instinto primitivo me solidaricé con el que se escondía.

Así que salí a la calle y no dije nada.

Yo he hecho pocas cosas en la vida de las que sentirme orgulloso, pero ésa, no sé por qué (también por instinto) siempre me ha reconciliado conmigo mismo. Aunque el Chuli, por supuesto, no me lo agradecería nunca. Es más, a la semana siguiente volvió a quitarme el dinero. Quizás con el tiempo sí hubiera tenido alguna deferencia conmigo, pero eso nunca se podrá saber, porque apenas un par de años después apareció muerto de sobredosis en la puerta del cine Samari.

Caminante dijo... 27 de noviembre de 2009 0:26
Veo que tenemos más de dos coincidencias. Yo soy del barrio de Villaverde "Alto" ¡que quede claro! cosa que llevo a gala ¿porqué? ¡vete tú a saber!
Mi barrio abundaba en quinquis, así los llamaban entonces. Incluso, en una película que se hizo años más tarde, cuando la droga abundaba y yo ya "no tenía edad", una vecina de mi portal participó, era la novia del protagonista.
Te lo copio ¡otra vez... qué martirio! Besos: PAQUITA


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