Lidia Ucher y Laura Villadiego
Los estantes de las fruterías de hoy en día apenas cambian de colores a lo largo del año. Ya sea verano o invierno, podemos encontrar prácticamente siempre las mismas frutas y verduras, en un desafío continuo al ciclo natural de las cosechas. Tomates, lechugas, pimientos, calabacines, pepinos, naranjas o uvas ya no son delicias reservadas a unos meses del año; se han convertido en una cotidianeidad de la que no parece que podamos prescindir.
Parte de la culpa la tiene la importación de productos frescos desde países con temperaturas más cálidas. Pero hay otro culpable más cercano: el océano de plástico bajo el que crecen decenas de variedades de frutas y verduras durante todo el año en varios puntos de la geografía española.
Los invernaderos han vivido una revolución durante los últimos años. Así, según el Instituto Nacional de Estadística, la superficie de cultivo en invernadero ha crecido un 42,1% en España desde 2009, desde las 45.700 hectáreas hasta las casi 65.000 hectáreas registradas en 2019. Pimientos, tomates, calabacín y pepinos son los principales protagonistas de esa revolución y ocupan la mayor parte de la extensión en los sistemas de producción protegidos, según datos del Ministerio de Agricultura.
Buena parte de esos invernaderos han aparecido al calor del auge del cultivo ecológico y de proximidad. Uno de los últimos ejemplos es el macroinvernadero abierto por la empresa Hispalux en Tuesta, un concejo del municipio de Valdegovía, en territorio alavés, situado a menos de 40 kilómetros de Vitoria-Gasteiz, donde se calcula que se producirán 50.000 kilos de tomates por semana cuando esté en pleno rendimiento. Eroski será el destino de esos tomates que serán vendidos bajo el distintivo Euskolabel como un producto “de proximidad”.
Al igual que tantos otros invernaderos, el proyecto no ha estado exento de polémica por su alto impacto medioambiental. Así, aunque la industria ha recalcado la baja huella de los invernaderos, un estudio sobre el impacto de la producción de lechuga del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera de la Junta de Andalucía asegura que “el invernadero fue el sistema de producción con mayor impacto ambiental en todas las categorías” analizadas. La estructura necesaria para los invernaderos es la principal causa de este alto impacto medioambiental, asegura el estudio, debido “a la gran cantidad de acero y materiales plásticos empleados en su construcción”. El estudio comparaba la producción de esta verdura en invernadero con el cultivo al aire libre, con acolchado, y con acolchado combinado con agrotextil.
En lugares como Álava esa factura se incrementa aún más por la necesidad de climatizar los invernaderos para que produzcan variedades que solo crecen cuando las temperaturas son cálidas. Así, los tomates de Álava necesitarán de gas para poder crecer, con la ironía de que la producción está además pensada para cubrir la demanda de tomates durante el invierno.
La huella hídrica también es inasumible, incluso en un lugar con un clima mucho más húmedo que Almería, provincia en la que se concentran el 50% de los invernaderos de España. “El hidropónico puede ser un sistema eficaz, pero son 130.000 plantas, metros y metros cúbicos de agua. Gastan menos agua, pero degradas todo un entorno porque la demanda de agua es elevadísima”, explica José Ramón Mauleón, sociólogo especializado en Sociología del Sistema Alimentario (...)
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