noviembre 24, 2009

De la misma materia de las Estrellas... (+ Miguel Baquero)

(Publicado por Miguel Baquero el 26 de octubre de 2009 en su blog miguel-baquero.blogspot.com/ Cuenta sus/nuestras cosas tan fácilmente... PAQUITA)

Ayer, domingo, llevamos a la niña al Planetario de Madrid. En el colegio le están enseñando ahora los planetas: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte… hasta Neptuno, porque ahora resulta que Plutón ha sido degradado a mero pedrusco. Yo no quiero parecer gruñón, pero es que estas nuevas generaciones ya no respetan nada.

Nos enteramos de que, por la mañana, y dirigida al público infantil, emitían una película didáctica sobre planetas, estrellas, galaxias, constelaciones y, cómo no, agujeros negros —eso de que haya algo en el espacio que triture cuanto se le aproxima es algo que encanta a los niños de 0 a 8 años, así de brutos somos los humanos en nuestro estado más puro—. La proyección era en una sala circular y uno tenía que sentarse, casi tumbarse, en un sillón mirando al techo. Sobre la cúpula del Planetario proyectaron un firmamento estrellado y una voz, adaptada al público infantil, trazaba la línea de la eclíptica y hablaba de las diversas constelaciones que se hallan sobre ella y que componen el Zodiaco.

Sentado en aquella butaca ergonómica, a uno le era fácil hermanarse con aquellos hombres que, en la noche de los tiempos, y nunca mejor dicho, alzaron la vista por primera vez hacia el cielo estrellado y trataron de descifrar aquel caos de luminarias. El documental hablaba de cómo los antiguos babilonios, trazando una línea de una estrella a otra, habían dibujado un toro, un cordero, un pez, un cangrejo, un león, un escorpión… esos otros habitantes del planeta que desde antiguo hacen compañía al hombre en medio de la inmensidad.

Con el suave silencio de las esferas celestes al moverse, el firmamento anclado en el punto fijo de la Estrella Polar, el documental hablaba sobre tantos hombres cómo, con la ayuda de un sencillo cristal curvado, intentaron hallar un sentido a aquel océano de puntos luminosos, mientras a su alrededor sus semejantes se golpeaban fieramente, se atacaban a pie y a caballo, se tiraban flechas, prendían fuego a palacios y castillos, firmaban paces y tratados e inventaban ceremonias. Hablaba de cómo los navegantes consiguieron hallar una guía en aquel revoltijo de luces, y como con la vista fija en el vespero se armaron de valor para atravesar distancias inauditas…

Hablaba de cómo las estrellas se forman a partir de un polvo en suspensión en el vacío. Así se formó nuestro viejo Sol, y también de ese polvo se hicieron los planetas, y nosotros mismos, que no somos más que un pedazo de materia, participamos de ese polvo estelar.

Imbuido de grandiosidad, de humanidad en el mejor de los sentidos, salí del Planetario llevando de la mano a mi hija. Me sentía como uno de aquellos pensadores pitagóricos o uno de esos monjes medievales, capaz de internarme en el parque cercano y no salir de él durante meses, sumido en la contemplación del infinito, encaramado a una piedra en comunión con la eternidad…

Subimos al coche y cuando fui a arrancarlo… ggggg…. gggggg…. gggggg… ¡Me cago en la leche —exclamé—, será posible que me haya quedado sin batería! Ggggg… gggggg… ggggg… A las dos de la tarde, con el hambre que tenía, y sin un taller cercano porque era domingo! Ggggg… gggggg… ggggg… lo volví a intentar varias veces, pero era inútil. No había manera. Así que, hale, agarré a la familia y andando al metro. A la estación de Méndez Alvaro, cuya boca más cercana, para colmo, estaba en obras y tuvimos que andar hasta la siguiente. Qué grandeza de la humanidad, qué polvo de estrellas ni qué hostias… rezongaba para mí mientras me hurgaba en los bolsillos en busca de monedas para sacar los billetes. Que no tenía bastantes, y ésa fue otra.


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