marzo 17, 2009

Las ecdisis del hombre: El Observador Sarcástico

(Publicado por El Observador Sarcástico en lunes 9 de marzo de 2009, 13:43 elobservadorsarcastico.blogspot.com/ página de Jesús Moreno Abad, 28 años, periodista, ubicado en Madrid= datos personales que constan en su presentación.
El lema que le representa es: "Ser sarcástico no es un don natural del hombre, es una adaptación ante un mundo en crisis de nobles verdades. Y por eso, si las verdades son los hechos, estos deben ser necesariamente la vida. Cuando aprendí eso decidí ser periodista, y por el camino descubrí que siempre hay alguien interesado en esconder los hechos, y así fui volviéndome sarcástico. Por eso abro este espacio: para pensar, analizar la realidad y también, por qué no, jugar a ser escritor. Arranquemos con El Observador Sarcástico"
A mí me pareció precioso el relato, rápidamente se lo copié y publico, a mayor honra de su autor. PAQUITA)

LAS ECDISIS DEL HOMBRE
El niño cerró con furia la ventana y notó que algo raro le removía las entrañas. En ese momento sintió un calor que le llegaba más allá del estomago y de los huesos. Sea lo que fuera que viera a través de la ventana hizo que le escociera el alma.

Rápidamente se puso la camiseta; la del Liverpool, la que le regaló su padre por su cumpleaños, y sus zapatillas, ésas con la punta dura que le permitía dar con efecto al balón en los partidillos del patio del colegio. Cogió su pelota y bajó, nervioso y a toda velocidad, las escaleras. Llevaba el balón de fútbol bajo su brazo y lo apretaba como si fuera su propio corazón saliéndosele del pecho.

Al doblar la esquina, pudo alcanzar por fin a Sara.

- Ey, Sara. ¿Te vienes a jugar?.-Mientras decía esto cayó en la cuenta de que Sara no llevaba sus eternas coletas-. He quedado con estos en el Parque del Alamillo “pa” echar una pachanguita.

Sara lo miró con los ojos grandes y azules como el cielo. Le sonrió, a Jaime le pareció que al hacerlo dos nubecillas perdían hilillos de algodón en sus ojos.

- Hola, Jaime. Es que estoy con Iván. Mira, Iván, este es Jaime, un amigo.

Jaime lo miró con las manos en los bolsillos, intuyendo que “un amigo” era un apellido que no tenía el otro chico. El tono de Sara le resultó muy extraño, se conocían desde parvulitos y nunca la había visto hablar y actuar de esa manera. << ¿Iván?, ¿el chulito de 2º? ¿Y yo Jaime, un amigo?>>.

El acompañante de Sara sonrió a Jaime con condescendencia. Le dio una palmadita en la cabeza y le dijo: “Qué pasa, chavalín”.

Jaime se despidió torpemente y tartamudeando. Ella no paraba de sonreír estúpidamente, mientras a Jaime se le sonrojaban las mejillas y los ojos se le encendían como hogueras.

Salió corriendo hacia el parque. Sus amigos estaban tumbados por el suelo, jugando a las chapas. De repente, sintió que le daba una vergüenza terrible tirarse al suelo, y notaba que tenía un nudo en el estomago. Se marchó a su casa.

No merendó. El plato de galletas y leche que devoraba con ferocidad leonina todas las tardes después de jugar con sus amigos no le apetecía nada. Tenía ganas de gritar, o de llorar. Sintió un miedo y una soledad terribles.

Se encerró en su habitación y arrancó con toda la rabia que le cabía en el pecho los pósteres de futbolistas que tenía en la pared. Tiró al suelo toda la colección de cochecitos en miniatura que adornaban la estantería y, abriendo la ventana, se acercó de forma amenazadora a “la bolsa de las chapas y las canicas”, que había ganado con su pericia al resto de los chicos del colegio, y... de pronto, se detuvo. Las miró no con orgullo, sino con una tristeza y una nostalgia abrumadoras. Las lágrimas, que ardían como si nacieran de las ascuas de una lumbre, se deslizaron poco a poco por sus mejillas.

Intento exiliarse de sí mismo en el baño, mientras las gotas que yacían por sus ojos caían al suelo, marcando el camino de vuelta a su habitación como las miguitas de pan de los cuentos. Se quitó la ropa y se miró al espejo. Algo de lo que veía allí le turbaba. A continuación, llenó el lavabo de agua y puso el tapón; cogió todo el aire que pudo y metió la cabeza dentro.

Aguantó sin respirar hasta que le dolieron los pulmones. Giraba la cabeza dentro del agua con gran violencia y daba palmetazos contra el lavabo como si alguien le estuviera forzando a tenerla dentro del líquido elemento. Cuando se le nublaba ya la vista, sacó el rostro del agua, tosiendo y respirando con dificultad. Sólo entonces volvió a mirarse en el cristal, con los ojos dilatados y rojos por el esfuerzo y el berrinche. Nuevamente vio algo extraño en su cara.

Tenía algo en su rostro. Estaba allí, ahora se daba cuenta, aunque no sabía desde cuándo. Se acercó un poco más para examinarlo con minuciosidad. Allí había algo. Limpió el vaho del cristal haciendo círculos con la mano, y con cada espiral que dibujaba en el espejo veía su cara con mayor nitidez: una pelusilla rasposa asomaba debajo de su nariz, bordeando todo el contorno de sus labios. Bajó la vista de nuevo al lavabo y, según se amansaba el agua -turbia por sus convulsiones-, pudo ver por un segundo su alma de niño, morada y yerma, flotando dentro de la pila. Después desapareció. Al volver a encontrar su mirada en el espejo supo que se había enamorado y que nunca nada volvería a ser como antes.

¿Qué es la ecdisis?

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