Paquita Caminante · eldiario.es Santiago Alba Rico - 19/02/2020 -
La
recuperación de Galdós se inscribe en esa nueva batalla cultural,
activada a partir del 15M, que permite hoy disputar el significante
"España" desde la izquierda, como un "invento" originalmente liberal y
laico
Diré con la contundencia del converso que, respecto de
Galdós y su obra, sólo caben dos posiciones: la de los que lo admiramos
sin reservas y la de los que no lo han leído. Entre estos últimos se
pueden distinguir, a su vez, dos tipos: el de los que no lo han leído
porque no leen nada o porque son jóvenes y no mantienen una relación
"letrada" con la literatura; y el de los que creen haberlo leído. Estos
-me atrevería a decir- tienen más de 50 años y su convicción de haber
leído ya a Galdós se parece mucho a la convicción de haber visto ya la
Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad sin haber estado nunca en París
o Nueva York. Se puede discutir si en París no hay cosas más
interesantes y, por así decir, más "profundas" para ver, pero no se
puede decir que se ha "visto" la Torre Eiffel si sólo hemos visto las
miles de imágenes fidelísimas -postales, fotografías, documentales- que
la sepultan. Lo que sí ocurre es que esa catarata de imágenes previas
sustituye de tal manera nuestro acercamiento al objeto que acabamos
saturados de él y evitándolo o menospreciándolo. La saturación misma es
ya una torre que hace prescindible la torre original.
Nuestra
generación dio por supuesto a Galdós. Lo leímos en colegios tristes por
obligación a una edad en que queríamos sexo o lecturas rebeldes; en un
país polvoriento del que huíamos hacia los poetas y novelistas más
rebuscados de Francia. Nuestra formación literaria, salvo excepciones
(pienso en la fortuna adolescente de Almudena Grandes), se fraguó lejos
de don Benito, con Kafka, Proust y Joyce, con los novelistas ingleses,
franceses y rusos del XIX, y con la certeza muy "franquista" o, mejor
dicho, muy paradójicamente castiza, de que nadie que escribiera en
España podía hacerlo bien (a regañadientes aceptábamos quizás a Martín
Santos, Miguel Espinosa y Sánchez Ferlosio). Cuando empezamos a leer ya
habíamos dejado atrás a Galdós; ya estábamos de vuelta del autor de Fortunata y Jacinta.
Lo habíamos leído de cabo a rabo; nos lo archisabíamos de memoria como
nos archisabíamos el conjunto irrecuperable de la historia de España (...)
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