Nueve cruces grabadas en la tierra. Baredo, la curva de la infamia. Siete marineros, un herrero y un labrador. Anarquistas, inocentes, ejecutados. El hambre de venganza de un cruel cabo de la Guardia Civil y de los matones de Falange. El pueblo fue acallado, pero nunca quiso olvidar. Durante cuarenta años, simbolizaron la matanza en una cuneta.
Los vecinos cincelaban el polvo y las fuerzas vivas, que paradójicamente sembraban muerte, se encargaban de borrar de inmediato aquella línea horizontal jalonada por nueve rayas verticales. Así, una y otra vez, durante la eterna noche del franquismo. Un ejemplo de resistencia simbólica y memoria subversiva que ha perdurado hasta la actualidad.
Hoy, aquellas cruces labradas donde cayeron los republicanos de Baiona y Panxón, en la comarca pontevedresa de Val Miñor, son crucifijos de color sangre seca estampados en una pared rocosa que flanquea el kilómetro 58 de la carretera Pontevedra-Camposancos. Alguien pinta de rojo la piedra, como otras dibujaban en su día la tierra. A volta dos nove. La curva de los nueve (...) 
"Escribe artículos sobre cooperativismo muy modernos, porque él también lo era. Tenía incubadoras para los pollos. Diseñó un sistema de riego. Enseñaba esperanto para difundir el uso de un idioma universal. Consideraba la formación el elemento más importante del ser humano. Llevaba un vida humilde después de que le expropiaran sus bienes. Y, en pleno invierno, andaba en taparrabos", lo esboza Antonio Caeiro, director de A volta dos nove, producido por O Faiado (...)