agosto 23, 2021

LOS MUERTOS NUESTROS DE CADA DÍA, de Pelayo Martín

 Pelayo Martínt

(...) extrañará que escriba algo tan raro... que a mí los muertos no me dan igual, porque no me gustan... porque siempre callan, porque no protestan, porque nunca vuelven para tomar cumplida venganza... será que tienen aún más miedo que los vivos.

Y está bien que así sea... porque si fuera de otro modo, si a alguien tan volcánico como yo le afectaran los incontables crímenes perpetrados por ese corrompido monstruo de mil cabezas que se hace llamar Estado... si eso me escandalizara como merece, pensaría en cubrir mañana mismo los escalones del Congreso con una enorme alfombra de sangre de cerdo... y eso no estaría bien... ni sería constitucional... no señor.

De modo que he aprendido a mirar sin ver, a contemplar sin que me hierva la sangre, cómo los 43 muertos del metro de Valencia reciben en el reino del olvido a los 154 del vuelo 5022 de Spanair... y como todos juntos, dan la bienvenida a los 79 fallecidos del tren Alvia de Santiago.

Únicamente queda esperar la siguiente matanza... aunque por el camino tampoco faltarán los que por no tener, no tienen ni titulares, ni catedral con obispo, ni funeral televisado, ni presidente del gobierno, ni ministro, ni altezas reales, ni ese abrazo que no abraza, ni esa mano que se estrecha como se estrecha un pez muerto.

Esos, los muertos nuestros de cada día, los invisibles entre los invisibles, morirán solos y a oscuras... una niña enferma de cáncer que agoniza en la furgoneta donde vive con su familia... un hombre infartado que muere justo a las puertas de un ambulatorio recién cerrado por falta de presupuesto... un niño que no recogió a tiempo los suficientes tapones de plástico para alcanzar esa operación de la que dependía su vida... el enfermo crónico que abandona su tratamiento por no poder pagarlo... el que no es admitido en un hospital por no tener papeles... el que ni se atreve a intentarlo para no ser repatriado... ese que ni siquiera tiene una estadística de mierda donde caerse muerto.

Y conste y repito que nada quiero con los muertos, que solo miro a los que aseguran estar a punto de instalar lo que debió estar ya instalado... eso que de no ser por un certero ajuste presupuestario, o un postrero sablazo de comisionista amigo, habría evitado que un tren tomara una curva a 190 km/h y murieran setenta y nueve personas... 

Yo solo tengo ojos para los que bien asesorados, saben que indemnizar a las víctimas de un probable accidente cuesta mucho menos que instalar sistemas de seguridad que eviten dichos accidentes... los que han descubierto que más vale pagar once millones por unos pocos muertos y heridos que eliminar una línea férrea obsoleta y tener que reconstruir siete kilómetros de vía de alta velocidad a veinticinco millones cada mil metros.
(...)

.............................





No hay comentarios: